(15) Leonor

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Se acabó, ya no podía retrasar más el momento. Mis instintos me obligaron a actuar, fue inevitable, él ya me había visto, no podía negar lo evidente.

Permanecimos mirándonos un largo rato, en su mirada vi que no me exigía una respuesta inmediata y que entendía, a grandes rasgos, lo que sucedía.

— Es una historia larga y complicada —le dije para advertirle de que mi explicación no sería breve.

— Lo sé, tengo tiempo.

— Acompáñame, antes tengo que hacer algo y no puedo hacer ruido.

— A lo mejor te molesto, ¿no es mejor que te deje trabajar tranquila? —dijo tratando de hacerme ver que no quería importunarme.

— Quieres saber quién eres y qué te pasa, ¿no? Pues acompáñame. Espero que hayas dormido esta noche —su rostro estaba cubierto por incomprensión ante mis palabras—. ¿A qué hora llegarán tus padres a casa?

—Los sábados suelen llegar sobre las nueve o diez, pero esta semana tienen mucho trabajo, así que no estarán en casa antes de las once.

—Perfecto, sígueme y no me pierdas de vista o si no te perderás tú —soné amenazante a pesar de que esa no era mi intención.

Me siguió por diversos callejones hasta que llegamos a uno por el que habíamos pasado antes.

— ¿Ves esos seres oscuros y de forma indefinida? —asintió levemente con la cabeza— Yo los llamo Sombras porque se ocultan entre ellas y, aunque la luz no los mata, les hace más lentos y vulnerables. Esas de ahí no son especialmente fuertes porque son pequeñas, opacas y muy poco definidas. A medida que se hacen más fuertes crecen, se hacen más translúcidas, sin llegar a ser invisibles, y su silueta se asimila a la de un humano, aunque pueden cambiar de forma cuando quieran. Quédate aquí y no hagas ruido.

Me acerqué hasta donde estaban las pequeñas Sombras. Las pillé desprevenidas, mediante pequeñas explosiones inofensivas las llevé directas hacia una trampa muy simple pero eficaz. Las acorralé contra la pared y, acto seguido, las congelé. Rompí el hielo en mil pedazos con un suave toque de mi dedo índice. Luego, calenté el hielo hasta convertirlo en vapor.

Me acerqué de nuevo a Martín, estaba atónito, no entendía nada de lo que acababa de hacer lo agarré para que se levantara y le susurré unas palabras que le hicieron reaccionar.

— Esto es magia, lo que acabas de ver es solo un pequeño ejemplo de lo que puedes y debes hacer —me separé un poco de él y le seguí explicando—. Tienes que aprender a usar tus poderes si quieres ayudarme. Si niegas esa parte de ti porque tienes miedo negarás quien eres, sé que estás arto de fingir, así que, atiende y aprende.

Me alejé del callejón en dirección a una calle más grande y transitada, Martín me siguió y empezó a hacer preguntas.

— ¿Por qué matas a las Sombras? —preguntó con miedo, no hacia las Sombras, si no hacia mí.

— Las Sombras son seres con un único fin: drenar la energía de la gente, es decir, eligen a su víctima y le hacen la vida imposible hasta conseguir separar el alma del cuerpo e intentan ocupar su lugar. Sin embargo, las Sombras no son cuidadosas y dañan tanto el cuerpo de la persona que este se convierte en inhabitable, al menos eso es lo que yo he podido observar. He evitado que eso ocurriese en multitud de ocasiones, así que me baso en especulaciones.

— ¿Quieres decir que esas cosas se dedican a matar a la gente y que por eso luchas contra ellas? —su miedo se estaba transformando en curiosidad.

— Exacto.

— ¿Cómo lo descubriste?

Bajé la mirada aquel recuerdo aún dolía. Ya habían pasado seis años pero me sentía igual de responsable, igual de culpable. Martín se dio cuenta de que no era un buen recuerdo para mí, por lo que me dijo que no era necesario que se lo contara si no quería, pero estaba en su derecho y yo llevaba demasiados años callándomelo, necesitaba decirlo en voz alta.

— No siempre fui así, no siempre me alejaba de la gente. Yo era una niña muy risueña y sociable. De pequeña mi mejor amiga y yo éramos inseparables, lo hacíamos todo juntas. Ella se llamaba Lucía. Descubrí que yo podía hacer cosas que ella no y se lo conté, a ella le pareció muy guay y lo aprovechábamos cuando jugábamos. Me prometió que no se lo contaría a nadie y así hizo, era nuestro secreto.

>> Sin embargo, un día descubrí una Sombra. Me pareció muy graciosa y empecé a jugar con ella sin saber lo que era capaz de hacer. Se la enseñé a Lucía, pero ella no la podía ver, yo insistí. Intenté que jugara con ella como yo. La Sombra empezó a seguirla a todas partes, yo pensé que era porque le caía bien. Poco a poco Lucía dejó de sonreír, al principio se enfadaba con facilidad, pero poco a poco fue perdiendo toda la energía que tenía. Un día cayó enferma y un mes después murió. Fue entonces cuando descubrí qué eran aquellas criaturas.

>> Ese día me prometí alejarme de todos. Dejar de hablar con nadie que no fuera del orfanato. Ese día me prometí que nunca mas dejaría que nadie volviese a sufrir por mi culpa. Ella murió por mi culpa, yo la maté y lo recuerdo cada día cuando me levanto y cuando me voy a dormir. Soy un monstruo.

— No eres un monstruo —me contestó Martín abrazándome—, tú no sabías qué era una Sombra, no sabías que era peligrosa. Tú no quisiste que le pasara eso a Lucía.

— Pero pasó —él iba a añadir algo más, pero yo no quería seguir con esa conversación, me aparté de él y me puse seria—. Bueno, ahora abre bien los ojos y avísame si ves alguna, te voy a enseñar cómo son mis cacerías.

Asintió con seguridad y seguimos caminando por calles llenas de risas y prisas en las que se llevaba librando una guerra silenciosa entre la vida y la muerte desde hacía años.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora