(55) Leonor

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Martín nos abrió la puerta de su casa y nos invitó a sentarnos en su sofá. Ian y Tais empezaron a discutir sobre las estrategias de cada bando, pero esta vez en un tono moderado, ya era hora de que hicieran las paces. Mientras todos estaban ocupados di una vuelta por la casa.

Al entrar a la habitación de Martín un escalofrío recorrió mi espalda. Todo estaba cubierto con mantas o en cajas, un nudo se formó en mi garganta y la culpabilidad me golpeó al instante. Martín me vio y se acercó, sigiloso, sin embargo no parecía tan sorprendido como yo.

Algo pareció captar su atención, una pequeña cajita empaquetada, con un sobre atado y la guardó en su bolsillo sin pensarlo dos veces. Después se giró hacia mí como si nada hubiese pasado.

— El desayuno está listo.

Aquello más que un desayuno parecía un banquete. Todo estaba delicioso. Tais e Ian seguían discutiendo sobre estrategias abordando a Martín para tratar de que les diera la razón. Yo miraba hacia la calle, el amanecer casi había terminado, era una bonita vista, aunque me agobiaba, porque me recordaba que el tiempo corre y a veces tengo la sensación de que me quedo atrás sin fuerzas ni ganas para seguir.

Me dio la sensación de ver una Sombra en la calle, con aparente prisa. Mis instintos hicieron uso de presencia y en menos de un parpadeo estaba saltando por la ventana persiguiendo a esa cosa. Llegó al orfanato y subió las escaleras, todos estaban durmiendo y nadie se percató de mi presencia. El pasillo tenía forma de "L", la Sombra giró la esquina y pensé que la tenía acorralada, pero cuando giré no había nada y era imposible que hubiera desaparecido. No tenía sentido, pero sabía que no me lo había imaginado. Inspeccioné toda la pared y cuando me iba a dar por vencida algo hizo "clac". Localicé el lugar del que procedía el sonido, un poco por debajo de mi rodilla, y empecé a dibujar con mis dedos la silueta de una pequeña puerta.

Dejé mi ropa en una esquina ya que no podría atravesar la pared conmigo. Crucé la puerta que había marcado con los dedos, desde dentro pude abrirla y recoger mi ropa. Avancé a cuatro patas por el pequeño túnel y estuve atenta a cualquier pequeño detalle que me pudiese decir cómo de transitado era. Un poco más adelante me encontré con unas estrechas pero empinadas escaleras aunque no era un tramo muy largo. Estaba oscuro y hacía frío, del pasamanos había colgada una manta colocada de forma extrañamente estratégica.

Era transitado, pues aunque no parecía cuidado no había grandes cantidades de polvo, de hecho en la parte central de la escalera se podía apreciar el color de la madera, mientras cuánto más te alejabas de él más notoria era la presencia de polvo. Los peldaños crujían y la luz del amanecer se filtraba por dos ventanas cuadradas del tejado.

Cuando terminé de subir vi unas velas apagadas colocadas en un semicírculo, una estantería y una par de muebles más. Empecé a examinar el piso sin alterar nada. De repente el ruido que hizo un libro al caer me sobresaltó. Nada lo había tocado, se había movido... solo, ¿cómo?

Me acerqué y me agaché para examinarlo con la mirada, y para mi sorpresa el título cambió de Secretos de Egipto a Shane. El nombre me resultaba familiar, sin embargo no sabía por qué. Lo abrí y aquellos extraños símbolos se tradujeron al instante volviéndose legibles para mí. En el índice, entre algunos nombres extraños encontré: Las Sombras.

Estaba a punto de abrir el capítulo cuando un ruido de pasos subiendo las escaleras me sobresaltó. Me escondí tan rápido como pude, dejando el libro abierto en el suelo.

— ¿Hola? —dijo una voz familiar— ¿Eres tú, Leonor?

Mi corazón se paró, esa era la voz de Melisa. La persona que era para mí como una madre, al fin y al cabo era la que me había criado y la que se encargaba de todos los niños del orfanato. Pero no dije nada, prefería esperar.

— Sabía que lo encontrarías —dijo mirando al libro—, este libro lo escondían tus padres, para ti. Pero es el libro el que decide por quién puede ser leído y por quién no. Secretos de Egipto, un libro en blanco —hizo una pequeña pausa y suspiró—. Me gustaría despedirme de ti como no pude hacer con Lili.

— Melisa... —dije saliendo de mi escondite— Lo siento...

— Sabes que no fue tu culpa, Lili tuvo una vida feliz y tú tienes que cambiar el mundo... —hizo una breve pausa— En este libro hay algo más que puros hechizos, hay pistas e información, debes aprovecharlo, que te hayas encontrado con Martín no es casualidad, es tu as bajo la manga.

— ¿Quieres decir que el trabajo no lo hicimos juntos por casualidad? —pregunté un tanto sorprendida.

— No existen las casualidades...

No sabía qué decir, me parecía todo arbitrario y nuevo. Nunca pensé que nuestro profesor nos juntara a sabiendas de quienes éramos, demasiado enrevesado. Decidí cambiar de tema.

— ¿Conociste a mis padres? —pregunté sin pensar.

— Tu madre era mi hermana... —en ese momento pareció oír algo y se puso tensa— Ahora debes irte, llévate el libro y no mires atrás. El tiempo corre y no espera por nadie. No te olvides de nosotros cuando todos te adoren por haberlos salvado.

No quise entender esas últimas palabras, pero tenía muchas preguntas, sin embargo me limité a despedirme con un abrazo. Puede que fuera la última vez que vería a mi tía.

— Nunca... Vosotros tampoco os olvidéis de mí.

Me separé de ella y me fui, escondí el libro y volví a casa de Martín. Llamé a la puerta y los tres me abrieron.

— Tenemos que irnos.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora