(54) Tais

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El descubrimiento del chip que tenía Martín en la pierna me inquietó. Pensaba que estábamos a salvo, fuera del alcance de los camaleones, los que habían sido hasta entonces mi familia, pero no era así. Sentía la mirada curiosa de Martín clavada en mí. Era un buen chico, a pesar de ser hechicero, pero no quería que se encariñara mucho de mí.

— ¿Por qué los camaleones tenéis una lengua propia? —preguntó Martín sacándome de mis pensamientos.

— Por una razón meramente estratégica —le contesté—, es una forma de que, si por algún casual, hay un hechicero cerca que no nos entienda. Ese lenguaje no es algo propio de nuestra raza que sepamos al nacer.

— ¿Entonces por qué Leonor la entiende?

— No lo sé —dije sin estar muy segura—, quizás su madre le hablaba en nuestra lengua y por eso la conoce.

— Ya, pero si fuera así ya debería haberla olvidado, era muy pequeña cuando ellos murieron.

— Lo sé.

— ¿Seguro que la aprendéis como cualquier otro idioma? —insistió Martín.

— Calla —dije bruscamente cuando vi a cinco gatos agrupados.

— ¿Qué pasa?

Le indiqué la dirección en la que estaban y el no pareció entender por qué esos gatos me habían llamado la atención. No había tiempo, se lo explicaría de camino al refugio.

— Son camaleones —empecé a hablar y antes de que él pudiera decir nada seguí explicándole—, los gatos normales no se comportan así, suelen ir en solitario. Ya sé que me vas a decir que has visto grupos de gatos antes, pero el caso es que están organizados de una forma concreta, aunque parezca que no y por si aún no te he convencido si miras hacia la derecha en la siguiente esquina verás tres perros que parecen perseguir a un par de gatos.

En pocos metros llegamos a un cruce y Martín pudo ver lo que instantes antes le había descrito. Me miró sorprendido.

— ¿Cómo has...? —preguntó el atónito.

— Fui educada para dirigir el ejército de mi clan y ya sé lo que te estarás preguntando y no, no nos han visto, pero tenemos que ir corriendo a buscar a Leonor y a Ian, entonces lo explicaré todo.

Corrimos tan rápido como pudimos y en menos de un minuto estábamos enfrente de la casa. Teníamos poco tiempo, muy poco tiempo.

— Hola, ¿habéis encontrado...? —intentó decir Leonor.

— No hay tiempo de planes y estrategias, tenemos que irnos corriendo, ¡ya! los camaleones están aquí. Os lo explicaré todo cuando estemos a salvo y no, si vienen aquí no van a decir nada que nos dé una pista de lo que van a hacer, nunca se puede hablar de cosas confidenciales en medio de un asalto y menos con Sura.

—Pero necesitamos... —intentó decir Ian.

— No necesitamos los chips, necesitamos seguir con vida y conservar nuestros cuellos, Sura no es de los que da segundas oportunidades o duda —ninguno de los tres se movió y por la rendija del ojo pude ver cómo unos perros se empezaban a acercar—. ¡Dejad de mirarme así y moved vuestros culos de una vez!

Entonces reaccionaron, fui la última en salir. Salté del balcón mientras me transformaba en un gorrión. Ellos solo saltaron al tejado más cercano, pero eso no llegaba. ¡Maldita sea! Ya no me podía volver a transformar y no se habían enterado de que había que irse por patas, no llegaba con salir de la mansión. Traté de decirle a Leonor lo que ocurría, ella consiguió entenderme y se lo comunicó a los chicos mientras tiraba de ellos para que corrieran.

— ¡Estamos en un enorme lío! —dijo Leonor mientras corría— Nuestro olor nos delatará, por eso yo me transformaré en cuanto entendáis esto —dejó de hablar unos segundos para no quedarse sin aire—. Debéis intentar deshaceros de vuestro olor, que sea imperceptible, de paso evitad hacer ruido, y en cuanto estéis listos tenéis que seguirnos por el aire, es la única solución. Ahora lo importante es alejarnos cuanto podamos de aquí. ¿Entendido?

Los dos chicos asintieron y obedecieron a la vez que Leonor se transformaba. Ian hizo una burbuja lo más rápido que pudo dónde los dos chicos lograron entrar, y acto seguido desaparecieron de nuestra vista. Yo dirigía la huída, no conocía esa ciudad, pero sabía que un lugar como aquel debía tener un parque o un jardín con flores. Lo mejor en esos casos era un lugar como una perfumería o incluso un basurero, con tantos olores que harían que un animal se aturdiera, pero apenas acababa de amanecer, nada estaba abierto.

No había tiempo para preguntar, pero entonces divisé un árbol rodeado por todo tipo de flores aromáticas. No era mi plan inicial, pero era lo único que podíamos hacer.

— Vale —empezó a decir Martín mientras aparecía junto a Ian—, ¿qué acaba de pasar? ¿A qué ha venido esta huida tan precipitada?

Antes de que yo pudiera recordar que se me había caído la ropa por el camino Leonor sacó unos pequeños trozos de tela de uno de los bolsillos del pantalón de Martín. Mientras los aumentaba de tamaño los tres mirábamos atónitos. Nos transformamos, pero mi asombro no había cesado.

— ¿Qué? —preguntó ella— Me figuraba que algo así podría pasar y cuando nos "acogisteis" en vuestro pueblecito aproveché para esconder toda la ropa que pude en los bolsillos de las dos únicas personas que no se pueden transformar —dirigiéndose a ellos como si les leyera la mente dijo—. ¿En qué momento pudisteis pararos a pensar qué llevabais en los bolsillos?

— Vale... —dijo Ian poco convencido— Bueno, no me habéis contestado. ¿Qué ha pasado?

—Una táctica de Sura, de las más efectivas que existen es casi imposible escapar, sé que puede parecer básica pero no lo es. Es difícil detectarla pues se adapta a todas las posibles situaciones —contesté.

— Vale —dijo Martín—, pero ¿por qué?

— En ningún momento repite transformación, y el número de personas que actúan radica en cuantos objetivos haya y dónde se encuentren. Para un objetivo en un espacio abierto la formación es: S2341A223 —por sus caras comprendí que no lo entendían—, es decir, por el suelo van dos a la derecha y tres a la izquierda, cuando el objetivo es diestro, y cuatro detrás y uno delante; por el aire dos delante derecha, dos delante izquierda y tres detrás, en triángulo. Seguís sin entenderlo, ¿verdad? —nadie respondió— De todas formas tenemos que darnos prisa y darle la vuelta a la tortilla.

— Tienes razón —dijo Martín—. Tenemos que averiguar más sobre esa biblioteca o como sea. Según lo que yo entendí allí se guarda la clave para usar la magia más antigua y poderosa, no debemos dejar que caiga en sus manos —en ese momento a todos no rugieron las tripas y decidimos que había que comer algo—. Vamos a mi casa, os prepararé algo. Si mal no recuerdo mis padres salían hoy de madrugada hacia Alemania a un congreso, así que ya no deberían estar ahí.

Le seguimos sin quejarnos, mientras yo no dejaba de vigilar que ningún camaleón se acercase. Regla número uno de los camaleones: no dejes que te reconozcan.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora