(51) Tais

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Me desperté cuando Martín se levantó, abrí los ojos poco a poco, parecía enfadado. Miraba algo que quedaba a mi espalda, así que me levanté y me di la vuelta para ver lo mismo que él. Ian estaba cabizbajo en el balcón, Martín había visto algo más que yo, y no parecía haber sido bueno.

— ¡¿Qué has hecho?! —preguntó Martín enfurecido— ¿Qué le has echo? ¡Contesta condenado!

— Yo no... —trató de decir Ian inseguro— Yo no le he hecho nada.

Entonces me di cuenta de que hablaban de Leonor y de que ella no estaba allí con nosotros. El enfado de Martín no menguaba y el orgullo de Ian podría hacer que aquello acabase en desastre.

— Pues claro que sí —insistió Martín—. No me trago nada de lo que digas, maldito demonio.

— ¡Juro por mi vida que en ningún momento he querido herirla ni le he hecho nada! —dijo Ian enfurecido.

— No me fío ni un pelo de ti traidor.

— ¿A quién estás llamando tú traidor, debilucho? —dijo Ian avanzando en dirección a Martín.

— Fue a hablar el autosuficiente —Martín copió su gesto retándolo.

— Tendré algo que envidiarte, novato —dijo Ian con sarcasmo—. A diferencia de ti yo sé luchar y defenderme solito.

Ya no tenía dudas, aquello iba a acabar en desastre, la tensión se podía cortar con un cuchillo y no había que tener muchas luces para darse cuenta de que se avecinaba una gran e injusta pelea. Ian tenía más experiencia y mantenía la mente fría a la hora de luchar, pero a Martín la rabia le bloqueaba y no tenía la experiencia ni conocimiento de su adversario.

— No me subestimes —dijo Martín respondiendo a lo que le había dicho Ian—. Deja de ser tan egocéntrico y orgulloso y empieza asumir tus propios errores, en realidad eres mucho más débil de lo que yo nunca seré.

— ¿Quieres comprobarlo? —le retó Ian.

Ambos compartieron un gesto repulsivo hacia el otro, dando a entender que los dos querían que su adversario desapareciera. En ese momento pensé en Leonor, debe ser difícil que tu mejor amigo y la persona a la que amas se lleven mal, aunque no me podía imaginar cómo sería eso.

Salieron chispas de la mano de Martín, pero no se encendió ningún fuego. Se dibujó una sonrisa maligna en la cara de Ian mientras Martín no entendía lo que sucedía. Entonces, Ian, formó un tornado de agua al rededor de Martín dejándolo acorralado, sin poder reaccionar. Martín seguía furioso y eso era lo que le bloqueaba, tenía que ayudarlo.

— ¡Martín! —dije captando su atención— ¡Relájate, si te tranquilizas podrás defenderte!

Podía sentir la mirada de odio y rencor que me estaba dedicando Ian desde su posición. Él no cesaba con su hechizo, pretendía ahogarlo. El tornado se fue cerrando dejando sin salida a Martín. No se me ocurría nada para ayudarle y por un instante pensé que sería su perdición, pero, en ese momento, el agua que lo rodeaba se congeló y se rompió estallando en miles de pequeños trozos de hielo letales. Me protegí de ellos agarrando rápidamente la manta que tenía a mis pies transformándola en roca en el acto. Cuando la aparté de delante de mis ojos devolviéndola a la normalidad, vi a Martín, seguro y tranquilo, entonces me relajé y mi corazón volvió a latir con normalidad. Había conseguido dejar la ira a un lado concentrándose en su objetivo: atacar a Ian y todo lo que ello implicara.

No quería que pelearan, pero en realidad quería deshacerme de Ian, me irritaba y me parecía un cobarde, aunque yo tampoco había sido más valiente, pero al menos siempre tuve mis objetivos claros, a pesar de que fingiera constantemente. En ese momento negaría cualquier tipo de comparación que alguien hiciera de nosotros, pero ahora he de admitir que Ian y yo somos mucho más parecidos de lo que ambos admitiremos nunca.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora