(60) Leonor

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Me fui en busca de una sala para entrenar, era consciente de que era fuerte y más teniendo en cuenta que había sido autodidacta. Desde el día en que la mataron por mi culpa me decidí a luchar contra aquellas cosas. Casi no dormía, entrenaba mientras estudiaba, en cualquier momento libre, incluso si no tuviera poderes sería fuerte. No me gustaba practicar magia en el orfanato, no quería ni levantar sospechas ni herir a nadie.

"Nunca es suficiente", me decía continuamente como enfadándome conmigo misma. Soy muy dura, lo sé, pero la culpa siempre me pudo, no creía que jamás pudiera perdonarme, jamás podría apreciarme, porque no había nada en mí que mereciese la pena. Nunca dejé que esos pensamientos se apoderaran de mí, porque pensaba que solo me harían más inútil. A raíz del sentimiento de culpa llegó el de odio, el peor sentimiento que existe, no solo se apodera de ti, te transforma en un monstruo.

Desde que había conocido a Martín, Ian y Tais, me empecé a dar cuenta de que necesitaba cambiar eso. Por mucha razón que pueda tener, por muy cierto que eso pueda llegar a ser, esos sentimientos me frenan y me debilitan. No puedo ser débil, me necesitan. Esta vez haré algo, los protegeré, los cuidaré.

Llegué a una sala sin temática, entré, no había nada, todo era negro, se podría decir que se parecía a las de la guarida de los demonios. Quería practicar la abstracción y la concentración. Ya sé que dije que para luchar no se puede estar concentrado y es cierto hasta un punto. No te puedes concentrar solamente en el hechizo que llevas acabo, te distanciarías de lo que pasa a tu alrededor. Sin embargo, si te concentras en lo que sientes y así consigues hacer que todos tus sentidos se agudicen podrás sacar la mejor versión de ti. Esto es difícil conseguirlo de forma consciente, pero hay que trabajarlo.

También quería trabajar la abstracción, porque quería meterme en mí misma, saber cómo me sentía, conocerme mejor. Cuando te entiendes, cuando te examinas eres capaz de encontrar tus puntos débiles y tus puntos fuertes de esta forma sabrás qué potenciar, qué corregir y qué trabajar. Es difícil, más de lo que pueda parecer, sé que puede asustar, yo nunca quise hacerlo, pero estábamos en medio de una guerra, no había tiempo para miedos.

Me senté en el suelo con las piernas cruzadas y espalda erguida, cerré los ojos y me dejé llevar. Mi cuerpo se separó del suelo, mis piernas se descruzaron y me relajé por completo. Detuve cualquier pensamiento que me distrajera y aún con los ojos cerrados y sin moverme empecé a luchar. Un anillo de pequeñas llamas me rodeó, apunté hacia delante y disparé, sabía que la sala contraatacaría. Oía una tormenta de arena acercándose y yo devolví un tsunami, intentó congelarme pero el hielo se evaporó con un suspiro, ni llamas, ni lava.

Cree un ambiente de bosque, el sonido de los pájaros, un pequeño arrollo, pero seguía con los ojos cerrados. Un crujido, fuego, inmediatamente provoqué una fuerte lluvia que lo empapó todo, menos a mí. Entonces un río de lava que se acercaba veloz lo enfrié transformándolo en piedra que rompí y convertí en pequeños proyectiles que una pared de aire paró y los devolvió a su creadora que los convirtió en pétalos. Un fuego que se extendía con rapidez, pero que solo quemaría a mi objetivo fue convertido en un hielo que enfriaba el ambiente y mi cuerpo a una velocidad inalcanzable, en unos pocos segundos no solo padecería hipotermia si no que me moriría sin remedio.

No permití que el pánico me invadiera y sin darme cuenta de cómo, mi piel empezó a arder, no dolía, ni me consumía, solo permanecía ahí, danzando, sereno, como una coraza. Pude sentir cómo la mitad del escenario era liberado del mortal hielo.

Decidí abrir los ojos y volver e poner los pies en el suelo, todo estaba tal y cómo lo había imaginado. La verdad es que esa victoria no había tenido demasiado mérito, las salas aprenden a medida que las usas, yo era nueva en ese lugar.

Seguí practicando no sé cuánto tiempo, se me pasó volando, pero estoy segura de que no fue menos de hora y media, porque cuando salí había menos luz natural en el pasillo. Tal y como había dicho, me fui a la biblioteca, tenía tantas dudas que no sabía por dónde empezar, así que me puse a ojear. Vi a Nimia sentada en el lado de una estantería, sumergida en un libro, anotando y leyendo, no quise molestarla, así que di una vuelta.

Aquel sitio era enorme, esa escuela debía haber tenido un pabellón el doble de grande de lo normal. Lo habían dividido en varías plantas, el suelo de todas ellas era de cristal de forma que toda la estancia pudiera aprovechar la luz natural. Estaba asombrada con aquel lugar, la mayoría eran adolescentes o veinteañeros y habían creado aquello desde escombros. Detrás de todo ello había un increíble trabajo de logística, además de conocimientos de arquitectura.

— ¿Qué te parece? —preguntó la voz de Jannik.

— Increíble —dije sin girarme—. ¿Quién dirigió la reconstrucción de todo esto?

— Este edificio fue obra de mis padres, los de Martín y otros fugitivos. Sabían cómo convertir un montón de escombros en una base secreta perfecta.

— Ya..., pero los materiales, la mano de obra... todo me parece mucho para un grupo de renegados, sobre todo económicamente.

— Los padres de Martín dedican su vida a esto, trabajan tanto para que sea posible. Supieron llegar a lo más alto, por eso dedican su vida al trabajo, no por gusto, ni por acumular dinero. Al principio fue difícil, me dijeron, pero merecía la pena. Y es precisamente por eso que yo estaba pendiente de Martín, porque sus padres no podían protegerle siempre.

— ¿Cómo es que los padres de Martín siguen vivos? —pregunté.

— Oficialmente están muertos y Martín fue adoptado por una familia normal, uno de los que siguieron a tus padres lo arregló todo para darles una nueva identidad, una nueva apariencia y una historia; y falsificar su muerte fue muy sencillo.

— ¿Por qué no hicieron eso todos?

— Tus padres nunca dejarían de luchar, jamás abandonarían. La única vez que se ocultaron fue por ti —las palabras de Jannik hicieron que se me formase un nudo en la garganta de tristeza y agradecimiento—. Ellos sabían que no verían en vida aquello por lo que habían luchado, pero nunca dejaron de tener esperanza —me pasó el brazo por detrás y me dijo con voz cariñosa—. Llevaba tiempo queriendo conocerte en persona, y he de decirte que has conseguido sorprenderme con creces. Eres muy especial, tengo mucho que mostrarte.

— Yo solo espero no decepcionar a nadie, creo que la gente espera demasiado de mí —sentía esa necesidad de abrirme y contar todo lo que me preocupaba, de desahogarme. Pero él no era ni Tais, ni Martín y mucho menos Ian.

— Si lo necesitas, yo estoy dispuesto a escuchar. Al fin y al cabo nuestras historias no son tan distintas.

— Supongo —dije disimulando mi incomodidad.

Conseguí zafarme de su brazo separándome de él, le dije que tenía que hacer algo y me despedí. De camino a la salida volví a ver a Nimia, esta vez de pie, buscando un libro, me miró y me sonrió, yo le devolví el gesto y sin detenerme salí de la biblioteca. El interés que mostraba por mí Jannik me resultaba incómodo. Ya sé que soy la novedad y que además soy la hija de los que iban a cambiarlo todo, de los que dieron su vida para que otros fueran libres, pero siento que todo esto me viene grande.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora