(38) Leonor

16 1 4
                                    

Tensión, miedo, sombras, gritos, dolor... Papá y mamá están luchando, protegiéndome, los oigo gritar de dolor, pero se giran y me miran sonriendo.

— Todo saldrá bien —dice la voz temblorosa de mamá.

— Nunca nos olvides —me pide papá.

Sombras irreconocibles corren de un lado a otro, la tensión se respira en el aire. No sé qué hacer, mi cuerpo no reacciona a mis órdenes, mi mente se paraliza y la oscuridad me rodea. Ellos reciben más golpes.

— No nos olvides —me repite papá.

— Nunca te des por vencida, lucha por lo que crees y defiende a los que amas —dice mamá entre lágrimas.

— ¡Mamá, papá, no me abandonéis! —suplico sollozando—. No os vayáis, quedaos conmigo.

— Siempre estaremos contigo —dicen a la vez—, no lo olvides.

Las explosiones me aturden, mis sentidos se nublan y lo único que veo es a mis padres desplomándose en el suelo. Sus cuerpos sin vida permanecen delante de mí. Las sombras humanas que los habían matado no me ven, registran la habitación, pero no me encuentran y se van dejando todo bañado en llamas.

— ¡Papá, mamá, despertad, abrid los ojos! No os vayáis, os necesito —grito mientras los sacudo—. Levantaos, por favor —suplico sollozando—. ¡Por favor!

Me desperté sudando, hiperventilando y temblando. Estaba en mi cama, me froté los ojos y me recordé que solo había sido una pesadilla, solo una pesadilla.

Me levanté y después de ducharme empecé a vestirme, pensando en el abrumador sueño que había tenido. De repente, mientras me ponía la camiseta, entró Ian en mi habitación sin avisar, parecía alterado. Yo no me inmuté, me pidió perdón, avergonzado por su brusca intromisión, pero le resté importancia. Fuimos con Martín hacia el comedor, ambos no me quitaban ojo de encima.

— Tranquilos —dije mirándolos—, no soy de porcelana, no me voy a romper. Además ayer hicisteis un hechizo de curación prefecto, me siento como nueva.

La mañana pasó con normalidad, no hubo ningún incidente. Los entrenamientos con Alex se basaron en mejorar mi resistencia, sabía que era una decisión que había tomado él por su cuenta y riesgo, nadie se lo había ordenado o autorizado, pero me ayudó mucho. Al terminar la última clase me dijo que los padres de Ian querían verme después de comer. Decidí no contarles nada a Martín o a Ian para no preocuparlos y después de comer fui a su despacho para hablar con ellos.

— Hola Leonor —dijo la madre de Ian—, no nos han presentado como es debido. Me llamo Crystal —dijo mientras me estrechaba la mano.

— Yo soy Carl —también me estrechó la mano—. Supongo que ya sabrás que somos los padres de Ian —asentí camuflando mi desconfianza.

— Hemos podido observar que tu poder es muy grande, pero no eres capaz de controlarlo —dijo Crystal.

El problema que tenía con mi propio poder no era que no lo supiera controlar, el problema era que mi cuerpo no soportaba tanta energía, no era capaz de canalizarla correctamente. Era como un río que se desbordaba y lo que tenía que hacer era facilitarle el paso a la corriente de agua, no controlar su caudal.

— Te podemos ayudar a hacerte más fuerte si tú estás dispuesta a ayudarnos a nosotros —dijo Carl.

— Hace años tuvimos un compañero que se llamaba Marcos —un escalofrío recorrió mi espalda—, era un hechicero con mucho poder, pero nos traicionó. Quería ser mejor que los demás, ansiaba tener más poder que el resto —el odio crecía en mi interior—. Queremos evitar que eso te ocurra a ti también, ¿entiendes nuestra preocupación? —asentí sin ganas.

— Ya contábamos con que aceptarías —dijo Carl—, por eso ya nos habíamos adelantado.

Una enorme jaula calló sobre mí, los maldije en silencio. Ardía de ira, pensaba que me volvería incontrolable y decidí que debía relajarme, pero no podía.

— Gracias a tu infinita energía nos ayudarás —dijo Crystal sonriendo con maldad—, tu padre y tu madre fueron traidores y por eso murieron y tú deberías estar muerta, pero hemos encontrado una utilidad a tu existencia.

— No soy un arma que podáis usar a vuestro antojo —dije sin mostrar duda alguna—. Yo no os pertenezco y mi poder tampoco.

— No dirás lo mismo cuando te hayamos exprimido y no te queden fuerzas ni para respirar —dijo Carl sonriendo—, pero ahora tenemos que dar un discurso. No te aconsejamos que te muevas —una veintena de personas armadas hasta los dientes y cubiertos de protecciones de todo tipo entraron en la habitación y me rodearon—, si intentas escaparte acabarás mal herida como poco.

Se marcharon satisfechos de haber podido atraparme. Yo no iba a quedarme quieta, no me rendiría, saldría ilesa y victoriosa, aunque la situación no era muy alentadora. Nadie se movía y al mínimo movimiento que hiciera me dispararían, no me matarían pero me dejarían inconsciente o indefensa. Me senté en el suelo lentamente para que así no sospecharan de que me traía algo entre manos, apoyé la espalda en los barrotes de la jaula e hice que de mí emanara tanto calor que derritiera las barras que me apresaban. Cuando se dieron cuenta de mi estrategia empezaron a dispararme, pero las balas de derretían antes de tocarme provocando el temor e ira de los que me atacaban.

Al ver que las balas no funcionaron hicieron uso de la magia, estaba acorralada y nadie vendría a salvarme. Tenía que idear un plan, mis fuerzas menguaban por segundos, pero no lo haría visible. Si supiera cambiar de forma me resultaría mucho más sencillo escapar, pero algo me lo impedía. De repente me vi atrapada en una segunda jaula, mi mente empezó a crea un plan tras otro. Mi única opción era conseguir hacerme invisible, pero seguiría siendo vulnerable y aunque pudiera traspasar objetos no podría atravesar a los guardias.

Desee ser una loba para poder salir de allí sin depender solamente de mi magia de creación. Me habían atrapado con un hechizo de roca y no me podía mover. Empecé a sentir cómo mis brazos y piernas se retorcían mientras mi cara se deformaba. La ropa no se ajustaba a mi cuerpo y la posición en la que estaba me resultaba incómoda, tuve más espacio para moverme y salí de la trampa de roca que me retenía, pero me hice una herida en el costado. Me di cuenta de que me había transformado en una loba blanca, la sensación era extraña pero reconfortante. El proceso de transformación no resultó agradable, pero el resultado sí. La parte de mí que había estado luchando por salir a la luz finalmente lo consiguió.

Podía seguir usando otro tipo de magia así que derretí los barrotes y salí de la jaula evitando volver a ser encerrada. Los guardias me miraban horrorizados, me abalancé sobre ellos, intenté no hacerles mucho daño porque en mi nueva forma no era capaz de controlar bien mi fuerza. Tras haber superado ese muro humano debía pasar otro de tierra y piedras.

Escabullirme era la única opción que no afectaría a nadie más que a mí. No podía ir con Ian o con Martín porque los pondría en peligro y eso no me lo podía permitir, nunca me lo perdonaría. Traspasé la pared del despacho que daba al exterior, la colina era muy empinada, pero conseguí llegar al valle sin herirme más. Busqué un sitio donde cobijarme en el bosque, así que me lo recorrí de una punta a otra. Al ser una loba tuve mis sentidos a favor y podía oír y oler a cualquiera que se acercara. No podía volver a transformarme en humana no solo porque estaría más indefensa, sino porque no tenía qué ponerme y probablemente eso me provocaría una neumonía cuando el frío de la noche llegara.

No encontré ninguna cueva ni refugio, así que me limité a ocultarme en una zona apartada en la falda de una montaña. No paré de pensar, las preguntas y preocupaciones de arremolinaban en mi cabeza.

Soy hija de dos personas que defendieron lo que amaban y creían, sin darse por vencidos y afrontaron todos los riesgos que eso conllevaba. No me iba a quedar atrás, sus esfuerzos no serían en vano, ganaría la batalla tratando que nadie saliera herido. Sería muy difícil, quizás imposible, pero a mí eso no me importaba. Nunca ha estado en mi manera de ser rendirme ante las adversidades.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora