(49) Ian

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A pesar de que era una gata podía ver lo triste que estaba Leonor. Quería consolarla, pero sabía que no quería que nadie interrumpiera sus pensamientos, aunque nunca me pediría ayuda.

— ¿Cuál es nuestro siguiente paso? —preguntó Martín impaciente.

— Necesitamos encontrar pistas —dijo Tais.

— Creo que eso es lo que estamos buscando, ¿no te parece? —le dije a Tais, esa chica me irritaba a pesar de que no tenía razones racionales para odiarla.

— Solo pensaba en alto —contestó ella aparentemente sincera—, perdón si te molestó.

Su respuesta me irritó incluso más, no era capaz de ver bondad en ella. Aunque Leonor confiara en Tais a mí no me resultaba tan sencillo.

— ¿Sabéis si podemos contactar con alguien para empezar a investigar? —preguntó Martín desviando la conversación.

— Yo no —dije pensativo.

— ¡Claro! —dijo Tais sobresaltándonos a los tres —Los padres de Leonor no consiguieron movilizar a mucha gente, pero los pocos que los siguieron desaparecieron. Aunque yo solo conozca los nombres de unos pocos. En resumen, si los padres de Leonor conocían a gente en la que confiaban, eso puede significar que saben sobre la existencia de Leonor, es decir, que pueden estar viviendo en esta ciudad solo para vigilarla y cuidarla.

Leonor intentó negar, tratando de decir que nadie la había protegido nunca y mucho menos la había seguido. Tais no lo comprendió así que Martín se lo explicó.

— Leonor siempre ha estado sola, aislada y si alguien la siguiera se hubiera dado cuenta de inmediato, así que esa opción no es del todo posible.

— Tienes razón, pero esa no es la única posibilidad —continuó Tais—. Por ejemplo, podrían haberse quedado por pura curiosidad, quizás solo quieran saber si la descubren o si sigue o no el camino de sus padres. Probablemente no tomen cartas en el asunto por miedo a verse afectados, por miedo a que les descubran y les maten.

— No perdemos nada por intentarlo —dijo Martín.

— Corremos el riesgo de ser descubiertos —dije oponiéndome a la idea de Tais.

— Leonor, ¿quieres intentarlo? —preguntó Tais y como respuesta Leonor asintió.

— Ya sabemos cuál será nuestro primer paso —dijo Martín—, pero ¿a quién buscamos exactamente?

— No recuerdo el apellido pero es alguien que se llama Kay.

— Conozco a un hombre que es relojero y se llama así, no es un nombre muy común así que lo más probable es que sea él —dijo Martín convencido.

— Pues empecemos por ahí —dije.

Martín nos guió hasta la relojería, todo parecía normal, pero un halo extraño envolvía aquel lugar. Debíamos correr riesgos para vencer.

— Hola —dijo el relojero—, ¿en qué puedo ayudaros?

— Es usted Kay —preguntó Tais.

— El mismo que viste y calza —respondió risueño.

— ¿Le suenan de algo los nombres de Marcos y Lisana? —pregunté impaciente.

El hombre palideció al instante, su piel se volvió tan blanca como la nieve, pero su expresión se endureció. Podía ver el miedo correr por sus venas.

— ¿Quién lo pregunta? —preguntó desconfiado.

— Eso no le incumbe —dijo Tais con voz severa—. Queremos saber si tiene algún tipo de información sobre un libro muy importante.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora