(59) Ian

8 1 1
                                    

— Hola —saludó Jannik—, Leonor, tengo que hablar contigo, ¿puedes venir conmigo un momento?

— Claro —dijo Leonor mientras me agarraba de la mano.

— Quise decir sola —dijo sin dejar de sonreír—, es importante y personal.

— Él es de fiar, no me importa que sepa lo que me tengas que decir —dijo Leonor—, confío en él.

— Cómo quieras —dijo sin poder evitar una mueca.

Nos llevó a lo que parecía un despacho, la mesa estaba colocada en una esquina y la paredes estaban cubiertas de libros y objetos singulares; la mayoría de la habitación era ocupada por un sillón, un sofá y una mesita. Nos pidió que nos sentásemos y después de mirarme con asco se dirigió a Leonor. Ella analizaba cada uno de sus movimientos.

— Cómo os dije antes mi madre me dejó algunos libros esenciales de magia, te los iré enseñando poco a poco. Además tus padres investigaron posibles formas de combinar ambas magias —me miró con precaución antes de recoger un par de libretas dobladas por el tiempo—. Tómalas, son tuyas —Leonor extendió los brazos y tras recogerlas las examinó.

— Las has leído, ¿verdad? —le acusó.

— Solo las he ojeado —dijo intentando no sonar culpable—, era un niño cuando me las entregaron. De todas formas protégelas de miradas indiscretas, su contenido es muy valioso.

— Tranquilo, yo solo trato con gente de fiar —durante un rato Leonor se mostró pensativa— . ¿Sabéis algo sobre nuestros enemigos? ¿Tenéis a algún espía entre sus filas?

— Me temo que no —dijo convencido—, infiltrar a alguno de los nuestros entre los enemigos es muy arriesgado, hay muchas más posibilidades de fracaso que de éxito, de echo ya lo hemos intentado, pero nadie ha logrado regresar con vida.

Mascullé algo que a Jannik no le gustó. No lo pude evitar.

— ¿Perdón? —preguntó, pero al momento fue interrumpido por Leonor.

— ¿Tienes algo más que enseñarme?

— No, eso es todo —no parecía estar diciendo la verdad, pero decidimos irnos de todas formas.

La reunión había sido... incómoda. No sabía por qué me trataba así, se suponía que ellos eran lo contrario a lo que yo conocía. Quería una explicación.

Salimos del despacho y nos miramos compartiendo el mismo sentimiento de desconfianza. Nos dirigimos hasta dónde supusimos que estaban Tais y Martín.

— No tenías por qué haber insistido, no me hubiese importado quedarme fuera —dije rompiendo el denso silencio.

— Lo sé, era solo para comprobar mis sospechas.

Antes de que pudiese decir nada una chica más o menos de nuestra edad se acercó con ojos brillantes y una gran sonrisa.

— Hola —dijo mirando a Leonor—, ¿eres la híbrida? ¡Uy! Perdón, eso ha sonado un poco brusco.

— No te preocupes —respondió ella—. Sí, soy Leonor, ¿y tú quién eres?

— Me llamo Nimia, aunque no me hace justicia, creo que los pequeños detalles pueden marcar la diferencia. Tú debes ser Ian, ¿cierto?

— Sí —dije sorprendido por su falta de hostilidad.

— Os admiro, me parecéis un gran ejemplo a seguir...

— Espera —le interrumpí—, ¿me admiras?

— Claro, no fue tu culpa nacer en la familia equivocada. Además no son los que siempre actúan de forma correcta los mejores, si no aquellos que son capaces de cambiar y admitir sus derrotas y errores —explicó Nimia—. Desgraciadamente los demás no lo ven así, ni tú ni Tais sois bienvenidos aquí, pero no os pueden echar porque entonces admitirían que no son distintos de nuestros enemigos.

— Hola, ¿todo bien? —preguntó Martín que se acercaba junto a Tais.

— Sí —dijo Leonor—, os presento a Nimia, al parecer nos admira.

— ¿A los cuatro? —preguntó incrédula Tais.

— Así es —afirmó nuestra nueva amiga—, os he estado siguiendo la pista desde hace un tiempo y cada uno de vosotros sois sorprendentes y únicos.

— En ese caso es un placer conocerte —dijo Martín sonriente a la vez que hacía una pequeña reverencia.

— El placer es mío —contestó Nimia devolviéndole el gesto.

No pudimos evitar reír. Era muy simpática. La verdad es que me parecía curioso. Esa chica desprendía algo distinto a los demás, no era ni prejuiciosa ni hostil, a pesar de que todos los que la rodeaban lo eran.

— No pareces tener prejuicios contra nadie —pensé en alto.

— Los prejuicios solo nos vuelven ciegos, si estás convencido de algo no te permitirás ver la realidad, creerás que lo sabes todo, te autoconvencerás de una mentira.

— Cierto —respondí yo.

— ¿Ya tenéis vuestros amuletos? —preguntó la chica risueña.

— Sí, yo tengo la llave, Ian y Tais un amuleto y Leonor un libro prohibido —dijo Martín.

— Un libro prohibido no es un amuleto y menos si se conoce el autor.

— ¿Por qué? —preguntó Leonor.

— Los amuletos son objetos por lo general antiguos y que algunos llamarían sagrados. Sirven para ayudar a canalizar un poder, para intensificarlo o para despertarlo, algunos como las llaves pueden tener además un uso mecánico. No se sabe quién es su autor, porque no se sabe si quiera si se firmaban, es parte de la sabiduría ancestral que se ha perdido y que esperamos recuperar.

»Un libro te puede ayudar a despertar un poder dándote información, haciendo de guía, pero ese vínculo solo lo puedes reforzar tú a base de esfuerzo y práctica. Sin embargo un amuleto te ayuda a encontrar ese vínculo ya existente, pero que desconocías y te aporta algo más profundo de lo que unas palabras escritas en unas paginas podrían. Son capaces de despertar poderes únicos. Se dice que un amuleto solo lo puede despertar la persona indicada. A pesar de todo conectar con un amuleto puede ser difícil, no hay instrucciones, no hay patrón, cada uno es único y diferente. Son auténticos misterios.

— Pareces una experta —dijo Tais.

— Soy curiosa —respondió Nimia riendo—. Me ha encantado hablar con vosotros, pero me tengo que ir, si me necesitáis probablemente esté en la biblioteca, en Aqua o en mi habitación. Nos vemos.

La despedimos al unísono. Me daba la sensación de que ocultaba algo, pero no era malo, como si se protegiera.

— ¿Qué es Aqua? —pregunté.

— Una de las salas de entrenamiento —respondió Martín—. Algunas tienen una temática concreta.

— Si Nimia está en lo cierto yo aún no encontré el amuleto —dijo Leonor preocupada.

— A lo mejor no lo necesitas, si no estoy segura de que lo encontrarás —contestó Tais.

— Como sea ahora me voy a entrenar, después iré a la biblioteca —cambió de tema.

— Voy contigo —me ofrecí.

— No, gracias, prefiero estar sola.

— ¿Seguro? —de preocupó Martín.

— Sí, me vendrá bien.

— Yo voy a preguntar si puedo ayudar en algo —decidí.

— Voy contigo —dijo Tais.

— Mejor es que vaya yo, ve a descansar un rato que falta te hace —intervino Martín—. Es mejor no exponeros a los dos solos.

— Bien, nos vemos a la hora de cenar —concluyó Leonor.

Seguí pensando en Nimia el resto del día, en los amuletos, en qué haríamos. Me preocupaba Leonor, deseaba poder liberarla del dolor que sentía, pero sabía que ese camino debía recorrerlo sola.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora