(41) Ian

28 1 2
                                        

Leonor estaba cómodamente tumbada en mi regazo, inspiraba tranquilidad y eso fue lo que hizo que yo me relajara. Tenía los nervios a flor de piel, sentía que eso no acabaría bien, pero sabía que teníamos que intentarlo. Martín parecía más relajado que yo, él confiaba plenamente en Leonor, compartimos un par de miradas desconfiadas. La mujer volvió con la comida y se sentó invitándonos a empezar a comer. Bajé a Leonor de mí regazo para empezar a comer.

— ¿Vive usted sola en esta aldea? —pregunté sin poder permanecer más tiempo callado.

— No, todas las casas están habitadas —contestó rápidamente la mujer—, pero a estas horas los vecinos permanecen en sus casas y las pocas tiendas que hay están cerradas. Soy la única que vive sola.

Leonor levantó la cabeza como si lo que acababa de decir la mujer fuera algo muy importante. Martín decidió seguir el interrogatorio.

— ¿No tienen ningún tipo de comunicación con el exterior?

— No, nos autoabastecemos, además nadie sabe de nuestra existencia así que no dependemos de ningún país o gobierno —la voz de la anciana se volvió seria—, por eso nadie debe saber de nuestra existencia.

— No se preocupe guardaremos el secreto —dijo Martín—. ¿Entonces usted no tiene familia?

— Sí, por supuesto. Mi marido murió mientras cazaba, pero mi hijo y mi nieta se encargan de la farmacia, son los únicos que salen de la aldea a menudo —por un momento dudó pero continuó hablando—. Ahora mismo están fuera por eso no vinieron a comer conmigo, pero volverán por la tarde.

— Es usted muy amable —dije evitando que tras tantas preguntas desconfiara—, la comida está muy rica y su casa es preciosa.

— Gracias, pero no es gran cosa —la mujer decidió contraatacar—. ¿Cómo es que decidisteis venir de acampada a un lugar tan deshabitado y alejado de todo?

— Nos gusta mucho acampar y hacer senderismo, disfrutamos más sin que nadie pueda llegar a interrumpirnos y sin seguir ninguna ruta—contesté rápidamente—, pero nos perdimos buscando a Luna.

Pude sentir cómo Leonor me clavaba una mirada asesina desde su posición y le di un poco de comida para que cambiara de actitud. La mujer no disimuló su media sonrisa. Me daba mala espina y no me inspiraba confianza.

— ¿No parece que seáis muy mayores, cómo es que vinisteis solos?

Martín y yo compartimos una mirada de preocupación. Sin embargo Martín contestó inmediatamente.

— Vinimos con mi padre, que es experimentado en este tipo de cosas, pero desaparecimos mientras el estaba buscando leña para la noche siguiente.

— En ese caso mi hijo podría llevaros hoy mismo a la ciudad más cercana —dijo la mujer—, probablemente tu padre os estará esperando allí.

—No, gracias —dije intentando ganar más tiempo—. No serviría de nada, ni mi tío ni nosotros conocemos ninguna ciudad cercana, no nos sabríamos guiar y nos perderíamos sin saber qué hacer. Cuando tengamos un mapa y nos situemos en él nos iremos hacia el punto de encuentro que habíamos acordado y no la molestaremos más.

— En ese caso tendréis que quedaros un par de días —contestó la anciana—, porque hasta mañana no será posible que avise a mi hijo a tiempo para que pueda ir a comprar un mapa.

— Descuide- dijo Martín—, no seremos una molestia.

Terminamos de comer, la mujer nos mostró dónde podíamos limpiarnos y la habitación en la que podíamos descansar. El primero en darse una ducha fue Martín, mientras tanto Leonor y yo fuimos a la habitación que nos había indicado la anciana. Me tumbé en la cama para descansar un poco.

— ¿Sabes que se prohibió hace mucho tiempo que hechiceros y cambia formas tuvieran hijos? —como respuesta obtuve una mirada curiosa de la gatita que tenía tumbada a mi lado— La razón de que eso sea así no es por la guerra actual, por entonces no existía la rivalidad entre nosotros y ellos. En realidad se prohibió porque los mestizos no sobrevivían a su infancia —Leonor se acercó a mí haciendo que la rodeará con mi brazo—. Los mestizos suelen heredar más poder del normal y eso puede causar que su cuerpo se colapse provocando graves heridas internas que los acaban matando —la gatita negra se acurrucó a mí lado intentando tranquilizarme al notar mi expresión preocupada—. Por eso tengo miedo que sobrepases tus límites y mueras, si murieras... —sentía mi pecho arder y a las lágrimas amenazar con salir a la luz— Te necesitamos, yo te necesito.

Leonor me acarició con un suave gesto de cabeza, su pelaje era increíblemente suave. Su cariño consiguió despejar mi mente por un instante. La acaricié y ella me lamió la mano, era la única manera en la que podía comunicarse siendo una gata. Sentía que tenía algo que decirme, pero no podía hacerlo.

— ¿Quieres enseñarme algo? —su respuesta fue levantarse y andar hasta la puerta, la seguí.

Primero salió ella para asegurarse de que la anciana no estaba allí, cuando se cercioró de que no nos vigilaba la seguí. Me guió hasta la única puerta blanca que había en toda la casa, me pidió que se la abriera. Cuando lo hice pude ver escaleras infinitas que descendían sin fin.

— Ten cuidado y no te metas en líos —le advertí.

Ella bajó las escaleras velozmente, me pregunté cómo había adivinado lo que había detrás de esa puerta. Volví a la habitación y permanecí mirando al techo durante unos minutos hasta que llegó Martín.

— Estuviste hablando con Leonor, ¿verdad? —preguntó.

— Fue más bien un monólogo, advirtiéndole del peligro que corría.

— ¿Peligro? ¿Qué peligro? —preguntó preocupado Martín.

Respiré hondo intentando calmarme. Ambos confiábamos plenamente en Leonor, pero él temía más por su seguridad de lo que podía llegar a imaginar, los dos eran piezas del mismo puzzle que si se separaban no tenían ningún significado.

— Hace mucho tiempo, mucho antes de que los países tuvieran fronteras, pero cuando ya existía la economía y los pequeños reinos, los que podían hacer uso de la magia hicieron un acuerdo —Martín me miraba sin comprender—. Cuando ambos bandos no estábamos enfrentados se dictó una norma que impedía que gente de razas distintas tuvieran hijos, es decir, los híbridos como Leonor estaban prohibidos. Esa regla se convirtió en la más importante no porque los híbridos fueran una amenaza, sino porque no sobrevivían a su niñez y los que sobrevivían se volvían inestables y morían de todas formas.

— ¿Por qué? —-preguntó Martín preocupado— ¿Por qué morían por el simple hecho de ser híbridos?

— Almacenaban en su cuerpo más poder del normal y cuando intentaban usar más del que podían soportar morían —respiré hondo—. No quiero que Leonor se fuerce, no soportaría perderla.

Martín estaba atónito y confundido. A ambos nos preocupaba y dolía la sola idea de perder a Leonor, era la única persona que estuvo dispuesta a darnos una oportunidad y ver más allá. Quiso conocernos tal cual éramos, sin disfraces, sin escudos.

— No se lo permitiré —dijo Martín pensando en alto-, ha sufrido mucho y sé que su cuerpo aguantaría mucho más poder mágico del que podemos llegar a imaginar, pero tiene un limite, aunque... su magia no lo tiene y eso la puede matar. Ha luchado demasiado por todos sin esperar nada a cambio y ese es su punto débil y a la vez su fuerte. Se sacrificaría por los demás llegando a dar su vida si es necesario.

— Lo sé —intervine-, por eso le advertí del riesgo que corría. Tenemos que unir nuestras fuerzas para que ella no se sobrecargue, ambos somos fuertes y si nos unimos ella no necesitaría utilizar tanto poder.

— Leonor nos necesita y no la abandonaremos. Uniremos nuestras fuerzas y los tres seremos invencibles.

Asentí y decidí que ya era mi turno de ir a ducharme. El solo pensamiento de perder a Leonor o incluso a Martín me provocaba vértigo. Martín es un gran amigo en el que se puede confiar y en cierto modo es como Leonor, él protege a los suyos sin pararse a pensar en su propia seguridad. Yo no me quedaría atrás, les demostraré que soy merecedor de formar parte de su increíble familia.

Lucha entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora