Capítulo: 37

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Carolina

Abro los ojos al bello amanecer y me hallo sola en esa enorme cama. Iván no se halla a mi lado y siento en mi cuerpo la falta del contacto de su piel con la mía, sus brazos rodeándome, su aliento fresco acariciándome el cuello mientras me vuela levemente el cabello con cada respiración y sus piernas entretejidas con las mías. Aunque sí, su rico aroma sigue impregnado entre las sábanas de seda que rodean mi cuerpo y la marca de su cabeza se encuentra hundida en la almohada.

Mis ojos se encuentran con la hora en un reloj que cuelga de la pared y noto que apenas son las seis treinta.

Estoy de floja en la cama y me niego a salir de ella, entonces mi oído se aguza y escucho un llanto conocido que me hace sí, que dejar la pereza y saltar fuera de ese colchón y me dirijo a la habitación de la niña. En el proceso me pregunta dónde estará Iván.

Al llegar creo encontraré a mi bebé llorando en su cuna. Sin embargo, me la encuentro en brazos de su abuelo quien está tratando en vano de calmar su estridente llanto mañanero. La mese de un lado a otro y le susurra palabras dulces, no obstante, ella estalla en gritos más fuertes, retorciéndose en sus brazos.

Sí por algo su padre la llama chillona, porque como no puede hablar grita para conseguir lo que quiere.

Corto la distancia que me separa de ellos dos y me acerco. Con sus ojitos llenos de lágrimas, la carita roja y sus labios fruncidos Aitana en cuanto me ve agita sus bracitos hacia mí.

—Oh, mi bebé —musito—. ¿Me la permite?

Él asiente y me la pasa rápidamente.

—He estado intentando calmarla por un largo rato, pero no lo consigo —musita él nervioso y preocupado, llevado su mano detrás de su nuca para rascársela una vez Aitana está entre mis brazos—. No sé qué tiene.

Aitana llora fuerte por dos razones: tiene hambre o de lo contrario, su pañal está sucio y eso a su vez, hace sentir incómodo a cualquier bebé. La chequeo a pesar de que ya me había dado cuenta por el olor y me doy cuenta de que sí, efectivamente, está hecha popo.

—Está sucia, y llora porque no le gusta sentirse así, la incómoda —apunto, dándole un beso en su naricita roja por el llanto—. La cambiaré para que deje de sentirte incómoda —mi bebé continúa llorando entre gemidos fuertes que no puedo evitar que me estrujen el corazón—. Ya, mi amor ya, estarás limpita en un ratito.

Coloco la niña sobre el cambiador para proceder a limpiarla. Le quito el pañal realmente sucio, sin que su bisabuelo salga huyendo como lo hace Iván en ocasiones, a causa del mal olor de su propia hija y permanece en la habitación mientras me ve ocuparme de Aitana, con las manos guardadas en los bolsillos de sus pantalones de vestir y en completo silencio.

Pasan varios minutos y el pañal sucio ya ha sido reemplazado por uno limpio.

—No me queda la menor duda de que mi nieto encontró la mujer idea para él —le escucho decir, con el mismo tono de voz agradable y dulce que ha utilizado para hablarme desde el primer día.

Tú, Eternamente tú© ✓✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora