Carolina
Quema
Fueron muchos los años en los que me pregunté si algún día llegaría ese momento en que la tuviera frente a mí; está sucediendo. Es Camila Winters frente a mí después de más de media vida. La mujer que, aunque debería reconocer porque me dio la vida, no reconozco en lo absoluto y parece una completa extraña para mí en estos momentos. Sus ojos azules, esos que son tan iguales a los míos, están puestos sobre mí. Por mi parte, no sé con exactitud cuántas clases de sentimientos me dominan ahora: rabia, rencor, sorpresa, odio, desprecio. No lo sé...
Es un hervidero lo que se siente dentro de mí y de pronto aquella noche, aquellas palabras se vuelven a reproducir en mi cabeza y el dolor aumenta un poco más.
—Lo siento niña, adónde voy y con quien voy tú me estorbas. Estarás bien con el perdedor de tu padre, iré a vivir la vida que me merezco.
Y sin lugar a dudas que la vivió, para muestra un botón.
—Vaya, hoy es un día maravilloso para mí, finalmente tengo a mi madre frente a mí después de más de media vida.
Una risa entre histérica y nerviosa brota de mis labios, más que nada evitando llorar porque ella no lo merece. A la vez que tratando por todos los medios de calmar el dolor en mi corazón, al igual que, aunque imposible, empujar profundamente mis dolorosos recuerdos del pasado, los cuales me harían sentir débil, vulnerable ante ella, y en su lugar mantenerme fuerte.
No te derrumbes Carolina, tú puedes. Vamos.
—¿Cómo te ha ido mamita? Es estúpido preguntarte eso, ¿no? Se te nota que te ha ido de maravilla, Esas joyas finas, ese perfume costoso y esa ropita de marca dejan ver que has tenido una gran vida. La vida de rica y millonaria que querías, sin embargo, estabas casada con un pobre diablo que no podía dártela, ¿entonces qué hiciste? Fuiste a buscarla en otro lado y lo hiciste sin que te importe nada, ni siquiera la hija que te salió de las entrañas.
—Hija...
Ella osa querer tocarme, cuando alarga su mano para hacerlo y a pensar del ritmo acelerado de mi corazón, soy rápida y retrocedo hacia atrás. ¿De verdad ella iba tocarme?
—No te me acerques, no me toques, no me respires —asevero, rabia brotando de mis labios como si fueran gotas de veneno—. Pero sobre todo, no me llames hija porque tú hace muchos años dejaste de ser mi madre. Para mí, eres una perra sin entraña que un día se fue sin importarle que dejaba a su hija pequeña llorando por ella, llamándola, y nunca miraste para atrás. Te valió mierda todo y solo te marchaste. ¿Ahora te apareces así como si nada?
Me ahogo con mis propias palabras, las lágrimas pican tras mis párpados pero me niego con todas mis fuerzas a dejarlas salir. Me mantengo fuerte por fuera aunque por dentro, cuando todos los recuerdos y las heridas se acumulan como una multitud de personas empujándote a un abismo donde irremediablemente caerás, me esté rompiendo a pedazos.
ESTÁS LEYENDO
Tú, Eternamente tú© ✓✓
RomanceLIBRO 3 DE LA SERIE «AMORES INEVITABLES» «Era tan bella que mirarla dolía. Y otras veces, su belleza la hacía lucir tan frágil». Iván Forter.