Capítulo 31 Parte (II)

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[•••]

Carolina.

Horas atrás.


Duele.

Duele.

Duele.

¿Era ella?

Mi corazón late sin parar, unos latidos tan fuertes que lastiman. ¿De verdad era mi madre después de tantos años? No puedo asegurarlo. Su voz, no pude reconocerla, en parte porque entré en shock y la otra, me desmayé dos segundos más tarde a causa de la impresión.

Y varios minutos después es un milagro que pueda mantener los sentidos puestos en la carretera, que a pesar de lo mucho que mis manos están sudando—temblando—, a pesar del frío en mi cuerpo, a pesar de toda la sangre de mi cuerpo golpeando tras mis orejas en ese zumbido que me está volviendo loca y a pesar del dolor arremetiendo dentro de mí de un modo insoportable, pueda continuar conduciendo a la casa de Aurora.

Solo suplico poder llegar viva.

Finalmente unos minutos más tarde, toco y toco con desesperación la puerta de la casa donde vive la única mujer que ha sabido ser madre para mí, lo hago con tanta ansía que pareciera estuviera persiguiéndome un asesino en serie y necesitara ese lugar para esconderme de morir.

—¿Mamá? —grito, sintiendo que se tarda demasiado en abrir, necesito sus brazos, su calor, su protección. Necesito que me saque de adentro está sensación con su amor...

El corazón me duele como hace mucho tiempo no me dolía, apenas si puedo respirar y todo mi cuerpo está temblando como si las réplicas de un terremoto sacudieran de mí, y de pronto, cientos de recuerdos cruzan mi mente y me golpean como un tractor demoledor. Recuerdo la noche en que ella se fue bajo aquella noche de lluvia, mis gritos aclamando a una madre que no miró para atrás, simplemente se fue. Luego los golpes, los días de hambre, los insultos... veo los ojos del monstruo que tanto daño me hizo.

De un momento a otro parece que me estoy viendo allí, aquella noche, aferrada a esas piernas, suplicándole no irse.

—Mami, no te vayas. Llévame.

—Lo siento, niña —había dicho ella con una voz fría, quitando en ese entonces mis pequeñas manitas de sus piernas—. A dónde y con quien voy tú me estorbas. Estarás bien con el perdedor de tu padre, iré a vivir la vida que me merezco.

«No, no, no, no, no... »

La puerta se abre y debo verme muy mal porque mi madre pone una cara de terror al verme detrás de la puerta, jadeando y sin aliento. Una mano está en mi corazón, presiono muy fuerte hacia adentro como si así pudiera revertir el dolor y me encorvo, soltando un jadeo de dolor.

—Mamá... mami —apenas si puedo hablar.

—Carolina, ¿qué sucede, tesoro? ¿Por qué estás tan pálida? —Toca mi cara, después suelta un grito que me suena en la lejanía, poco a poco siento que me estoy yendo muy lejos—. Cristo, estás helada y... estas temblando. Dime qué te hicieron, ¿qué le hicieron a mi niña?

Su voz suena tan dulce que me ayuda, a un poco, poder respirar.

—Yo... ella mamá —mi voz sale baja, apenas si la reconozco yo misma.

—¿Quién ella, tesoro? —inquiere, deslizando su mirada sobre mí con ansiedad. Sé que, inconscientemente, estoy hundiendo las uñas de mis manos en las muñecas de mamá a causa de mi desesperación, de mi terror interno. Le hago daño, pero no deja aun así, de sostenerme.

Tú, Eternamente tú© ✓✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora