Capítulo 2

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Mercedez

Una vez leí en alguna revista que hay autos en el mundo que pueden acelerar de 0 a 100 kilómetros en menos de tres segundos y cuando aquel policía me dio la noticia de que Mauricio, mi gran amor había fallecido en un accidente carretero, me pasó lo mismo que esos autos, pero al revés porque mi vida pasó de los 100 kilómetros a la nada en el mismo tiempo.

Priscila siempre estaba conmigo por dos razones, la primera porque era mi mejor amiga, nos conocíamos de hace mucho y la segunda porque Guillermo, su esposo, era médico de profesión y pasaba la mayor parte de su tiempo en algún hospital. Ella se apresuró a sujetarme antes de que me derrumbara y después levantó mi celular del suelo para continuar con la devastadora llamada.

Mauricio había acudido a una playa relativamente cerca porque debía capturar fotografías de modelos usando bikinis, pero perdió el vuelo de ida y decidió conducir. Era el mismo viaje al que le correspondía ir a Olivia, pero días antes sufrió un accidente y resultó herida. El trabajo estaba pactado para realizarse en tres días, solo que Mauricio lo terminó en dos y esa misma noche decidió volver, esa misma noche era nuestro aniversario. Sus padres se encargaron de ir a reconocer el cuerpo porque yo no tuve el valor para hacerlo y el cortejo fúnebre se realizó en una elegante funeraria y a pesar del gran dolor que se que sentía por todo el inmueble, algo me hizo enfurecer; ver llegar a Olivia.

-¿Qué haces en este lugar?- la intercepté y detuve su caminar.

-Mercedez yo...- intentó hablar.

-Lárgate- le grité- tu no mereces estar aquí.

-Yo no sabía que esto iba a suceder.

-Tú debiste ir a ese viaje. Tú debiste morir, no Mauricio.

-Mercedez tranquilízate- alguien me sujetó al descubrir que yo quería acabar con Olivia en ese momento.

-Yo solo necesito que esta mujer se vaya- la señalé- no la quiero aquí.

-Es la mejor amiga de mi hijo- la señora Robledo intentó interceder.

-Ella es la única culpable de esta desgracia.

-Señora Sandra- Olivia se dirigió a la madre de Mauricio- será mejor que me vaya.

Intentó entregarle un arreglo de rosas blancas, pero se lo arrebaté para devolvérselo con fuerza a la cara.

-Es lo mejor que puedes hacer, lárgate- volví a gritarle y volvieron a sujetarme.

-Con permiso- con sus ojos llenos de lagrimas, se retiró.

Fui tan miserable con ella, que no permití ni que se acercara al ataúd.

Después del sepelio y por instrucción de la familia Robledo, el cuerpo de Mauricio fue cremado y la urna con sus cenizas, depositada en un mausoleo de la ciudad. Priscila, Guillermo y yo, fuimos los últimos en retirarnos. No lloré más porque ya no tenía lágrimas para él.

Mis amigos me llevaron hasta al departamento y se quedaron conmigo esa noche y algunas otras más. Dejé de dibujar, de confeccionar, de vivir. Me dolía hasta el aire que respiraba. Los padres de Mauricio se llevaron todas sus cosas, desconozco el paradero que tuvieron porque a mí ya no me importaba nada. Yo rompí y tiré todas las fotografías que tenia de él y con él. Incluso borré las que almacenaba en mis dispositivos móviles. En tres semanas, me deshice de casi diez años de historia. Se convirtió como en una necesidad destruir todo lo que me hiciera recordarlo. En ocasiones, solo quería dormir y ya no despertar, pero ni eso podía hacer porque pasaba noches enteras con insomnio y fue cuando decidí pedirle ayuda a mis amigos más cercanos.

Historias del Universo LesbicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora