Capitulo 6

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El atrio de la iglesia presbiteriana de Wynette olía a antiguos himnos y grandes banquetes de otros tiempos. Fuera, reinaba un caos organizado. La sección especial reservada para la prensa estaba llena de periodistas y los espectadores llenaban las gradas, con el exceso de gente distribuida por las calles laterales. 

Como parte del cortejo nupcial colocado en fila para entrar al santuario, Meg miró a Lucy. El vestido de encaje se ajustaba perfectamente a su pequeño cuerpo, pero ni siquiera el maquillaje hábilmente aplicado podía enmascarar su tensión. Había estado tan nerviosa durante todo el día que Meg no había tenido corazón para decirle una palabra más sobre esta desaconsejable boda. 

No es que hubiera podido de todos modos con Nealy Case Jorik observando todos sus movimientos.

El conjunto de cámara llegó al final del preludio, y las trompetas sonaron anunciando el inicio de la procesión nupcial. Las dos hermanas más jóvenes de Lucy se situaron en la parte delantera, con Meg siguiéndolas y después Tracy, de dieciocho años, quién era la dama de honor de Lucy. Todas llevaban sencillos vestidos de seda crepé de china color champán, acentuados con pendientes de topacio ahumado que era un regalo de Lucy a sus acompañantes.

Holly, de trece años, empezó a caminar por el pasillo. Cuando llegó a la mitad, su hermana Charlotte siguió sus pasos. Meg sonrió a Lucy por encima de su hombro, quién había decidido entrar en la iglesia ella sola y reunirse con sus padres a la mitad del camino como un símbolo de la forma en que ellos habían llegado a su vida. 

Meg se puso en posición delante de Tracy para su entrada, pero cuando estaba lista para dar el primer paso, escuchó un crujido y una mano le agarró del brazo. —Tengo que hablar con Justin ahora mismo —, le dijo Lucy en un susurro de pánico.

Tracy, cuyo cabello rubio había sido arreglado en un complicado recogido, dio un suspiro ahogado. —Luce, ¿qué estás haciendo?

Lucy ignoró a su hermana. —Ve a por él, Meg. Por favor.

Meg había hecho todo lo posible para convencerla, pero esto era algo temerario incluso para ella. —¿Ahora? ¿No piensas que lo podrías haber hecho hace un par de horas?

—Tenías razón. En todo lo que dijiste. Tenías toda la razón —. Incluso a través de unos metros de tull, la cara de Lucy se veía pálida y afligida. —Ayúdame. Por favor.

Tracy se giró hacia Meg. —No lo entiendo. ¿Qué le dijiste? —No esperó una respuesta, sino que agarró la mano de su hermana. —Lucy, estás teniendo un ataque de pánico. Todo va a estar bien.

—No. Yo... yo tengo que hablar con Justin.

—¿Ahora? —dijo Tracy haciéndole eco a Meg. —No puedes hablar con él ahora.

Pero ella tenía que hacerlo. Meg lo comprendía, aunque Tracy no lo hacía. Apretando su agarre sobre un ramo de lirios en miniatura, Meg puso una sonrisa en su cara y salió al pasillo blanco inmaculado.

Un pasillo horizontal dividía la parte delantera del santuario de la posterior. La ex presidenta de los Estados Unidos y su marido esperaban allí, con los ojos húmedos y orgullosos, para escoltar a su hija en su recorrido final como una mujer soltera. Justin Beaudine estaba en el altar, junto con su padrino y tres acompañantes. Un rayo de luz caía directamente sobre su cabeza poniéndole, ¿qué más?, un halo.

Meghabía sido amablemente aconsejada en el ensayo de anoche como para caminardemasiado rápido por el pasillo, pero eso no era por lo que ahora habíareducido su acostumbrada larga zancada a pasos de bebé. ¿Qué había hecho? 

Los invitados se giraron con anticipación, esperando para ver aparecer a lanovia. Meg llegó al altar demasiado pronto y se detuvo en frente de Justin enlugar de ponerse en su sitio al lado de Charlotte.

Él la miró con curiosidad. Ella se centró en su frente, así no tendría que enfrentarse a aquellos inquietantes ojos fríos de tigre. —Lucy quiere hablar contigo —, susurró.

Él ladeó la cabeza mientras procesaba la información. Cualquier otro hombre habría hecho algunas preguntas, pero no Justin Beaudine. Su perplejidad se convirtió en preocupación. Con paso decidido, y sin atisbo de vergüenza, caminó por el pasillo.

La presidenta y su marido se miraron el uno al otro cuando él pasó, inmediatamente después le siguieron. Un murmullo se levantó entre los invitados. La madre del novio se puso de pies y luego su padre. Meg no podía permitir que Lucy encarara esto sola así que se dio prisa en volver por el pasillo. Con cada paso su sensación de terror se hacía más fuerte.

Cuando llegó al atrio, vio la parte superior del espumoso velo de Lucy por encima del hombre de Justin cuando Tracy y sus padres se reunían alrededor de ella. Un par de agentes del servicio secreto se situaron en las puertas en estado de alerta máxima. Los padres del novio aparecieron justo cuando Justin alejaba a Lucy del grupo. 

Con un agarre firme en su brazo, la condujo hacia una pequeña puerta en un lateral. Lucy se giró buscando a alguien. Ella encontró a Meg, e incluso a través de la cascada de tull, su súplica fue clara. Ayúdame.

Meg corrió hacia ella sólo para que el afable Justin Beaudine la mirara de una forma que la hizo detenerse en seco, una mirada tan peligrosa como cualquiera de las que su padre había evocado en sus películas Bird Dog Caliber. Lucy negó con la cabeza y Meg de alguna forma comprendió que su amiga no había estado pidiéndole que intercediera por ella con Justin. Lucy quería enfrentarse a las cosas fuera de aquí, como si Meg tuviera alguna pista de cómo iban a salir las cosas.

Cuando la puerta se cerró tras la novia y el novio, el marido de la ex presidenta de Estados Unidos avanzó hacia ella. —Meg, ¿qué está pasando? Tracy dijo que tú lo sabías.

Meg agarró su ramo de dama de honor. ¿Por qué Lucy tenía que haber esperado tanto para redescubrir su corazón rebelde? —Uhm... Lucy necesita hablar con Justin.

—Eso es obvio. ¿Sobre qué?

—Ella... —Recordó el rostro afligido de Lucy. —Ella tiene algunas dudas.

—¿Dudas? —Francesca Beaudine, furiosa en un Chanel beige, salió disparada hacia ella. —Tú eres la responsable de esto. Te escuché anoche. Esto es obra tuya.—Ella se encaminó hacia la habitación donde su hijo había desaparecido sólo para ser retenida en el último momento por su marido.

—Espera, Francesca —, dijo Dallas Beaudine con su acento de Texas en marcado contraste con el entrecortado acento británico de su esposa. —Tienen que resolver esto por su cuenta.

Las damas de honor y los padrinos entraron precipitadamente en el atrio del santuario. Los hermanos de Lucy se reunieron: su hermano, Andre; Charlotte y Holly; Tracy, quién estaba dirigiendo a Meg una mirada asesina.

 El ministro fue hacia la presidenta y los dos mantuvieron una rápida conversación. El ministro asintió y regresó al templo, donde Meg escuchó sus disculpas por el "pequeño retraso" y pidió a los invitados que permanecieran donde estaban.

El conjunto de cámara comenzó a tocar. La puerta del lateral del atrio permanecía cerrada. Meg estaba comenzando a sentirse enferma.

Tracy se alejó de su familia y se encaminó hacia Meg con su boca fruncida en capullo rosado de indignación. —Lucy estaba feliz hasta que apareciste. ¡Esto es culpa tuya!

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora