Capítulo 74

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Justin esperó hasta que un taxi pasó antes de responder. —Tus hermanos no me han dado otra cosa que problemas. Clay incluso me dijo que habías dejado el país. Olvidé que era actor.

—Te dije que era bueno.

—Me llevó un tiempo, pero al final me di cuenta que ya no aceptarías el dinero de tu padres. Y no podía imaginarte dejando el país con lo que sacaste de tu cuenta corriente.

—¿Cómo sabes lo que saqué de mi cuenta corriente?

Incluso en la penumbra pudo ver como levantaba una ceja. Ella se movió con un bufido de disgusto.

—Sé que has encargabas algunos materiales para tus joyas en Internet —, dijo él. —Hice una lista de posibles proveedores e hice que Kayla los llamara.

Rodeó una los cristales de una botella rota. —Estoy segura que estaba más que dispuesta a ayudarte.

—Le dijo que era la dueña de una boutique en Phoenix y que estaba intentando localizar a la diseñadora de unas joyas que había descubierto en Texas. Describió algunas de tus piezas y dijo que las quería para su tienda. Ayer consiguió tu dirección.

—Y aquí estás. Un viaje en vano.

Él tuvo el descaro de enfadarse. —¿Crees que podríamos tener esta conversación dentro de limusina?

—No —. Podía encargarse de su culpabilidad él mismo. Una culpabilidad que no estaba ligada al amor, una emoción que ella tendría siempre.

—Realmente necesito que entres en el coche —. Gruño.

—Realmente necesito que te vayas al infierno.

—Acabo de regresar, y confía en mí, no es tan bueno como parece.

—Lo siento.

—Maldita sea —. La puerta se abrió y salió mientras la limusina seguía moviéndose. Antes de que ella pudiera reaccionar, la estaba arrastrando hacia el coche.

—¡Para! ¿Qué estás haciendo?

Por fin la limusina se había detenido. La metió dentro, luego subió él y cerró la puerta. Las puertas se bloquearon. —Considérate oficialmente secuestrada.

El coche comenzó de nuevo a moverse, su conductor oculto tras la mampara de cristal oscuro. Agarró la manija de la puerta, pero no se movió. —¡Déjame salir! No me creo que estés haciendo esto. ¿Qué te pasa? ¿Estás loco?

—Bastante.

Estaba tan deslumbrante como siempre, con aquellos ojos de tigre y los pómulos aplanados, esa nariz recta y la mandíbula de estrella de cine. Llevaba puesto un traje de negocios gris carbón, una camisa blanca y una corbata azul marino. No lo había visto vestido tan formal desde el día de la boda, y luchó contra una oscura emoción. —Lo digo en serio —, dijo ella. —Déjame salir ahora mismo.

—No hasta que hablemos.

—No quiero hablar contigo. No quiero hablar con nadie.

—¿Qué dices? Te encanta hablar.

—Ya no —. En el interior de la limusina había largos asientos en los laterales y pequeñas luces azules en los bordes del techo. Un enorme ramo de rosas rojas estaba sobre el asiento de enfrente del bar. Hurgó en el bolsillo en busca de su móvil. —Voy a llamar a la policía y decirles que he sido secuestrada.

—Preferiría que no lo hicieras.

—Esto es Manhattan. Aquí no eres Dios. Seguro que te mandan a la cárcel de Rikers.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora