Capitulo 52

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Kayla vio a Meg y empujó tan fuerte a Zoey que le salpicó champán en la mano. Todas las mujeres miraron la falda de Meg. Shelby le dirigió a Kayla una mirada inquisitiva. Meg le ofreció unas cuantas servilletas a Birdie.

Zoey se tocó un collar que parecía estar hecho de Froot Loops. —Me sorprende que todavía tengas que trabajar en fiestas privadas, Meg. Kayla me dijo que la venta de tus joyas va muy bien.

A Kayla se le erizó el pelo. —No tan bien. He rebajado el colgante del mono dos veces, y todavía no he podido venderlo.

—Te dije que te haría otro —. Meg estaba de acuerdo en que el colgante del mono no era su mejor obra, pero casi todo lo demás que le había dado a Kayla se había vendido rápidamente.

Birdie se tocó un mechón de su pelo color pájaro carpintero y se dirigió a Meg con altanería. —Si yo fuera a contratar a gente para servir el almuerzo, especificaría a las personas que quiero contratar. Francesca es demasiado informal para estas cosas.

Zoey miró alrededor. —Espero que Sunny no haya vuelto todavía. Imáginaros si Francesca la invita con Meg aquí. Ninguna de nosotras necesita ese tipo de situaciones estresantes. Al menos, no cuando el colegio empieza en unas cuantas semanas y soy profesora en una escuela.

Shelby Traveler se giró hacia Kayla. —Me encantan los monos —, dijo ella. —Te compraré el colgante.

Torie llegó al corrillo. —¿Desde cuándo te gustan los monos? Justo antes de que Petey cumpliera diez años, te escuché decir que era pequeñas bestias sucias.

—Eso fue sólo porque no dejaba de decirle a Kenny que le comprara uno para su cumpleaños.

Torie asintió. —Y Kenny lo habría hecho. Quiere tanto a Petey como a sus propios hijos.

Kayla se tocó el pelo. —La novia francesa de Justin, la modelo, siempre pensé que se parecía a un mono. Por sus dientes.

Las mujeres locas de Wynette estaban en plena acción. Meg se escapó.

Cuando llegó a la cocina, Haley había desaparecido y se encontró con el chef echando humo mientras pasaba por encima de unas copas rotas de champán. —¡Hoy no es de ayuda! La mandé a casa. Deja ahí la mierda de cristal y empieza a con las ensaladas.

Meg hizo todo lo que pudo por seguir sus rápidas órdenes. Corrió por la cocina, evitando los cristales rotos y maldiciendo sus plataformas rosas, pero cuando volvió al comedor con una nueva bandeja de bebidas, redujo deliberadamente el ritmo, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Tal vez no tenía mucha experiencia como camarera, pero nadie necesitaba saberlo.

Cuando volvió a la cocina, descubrió tres pequeñas vinagreras para la ensalada mientras el chef abría el horno para comprobar las frittatas. —Quiero que esto se sirva caliente.

La siguiente hora pasó volando para Meg mientras intentaba hacer el trabajo de dos personas, al mismo tiempo que el chef se preocupaba por los souffles de chocolate del postre. Torie y Emma parecían decididas a incluirla en la conversación cada vez que aparecía en el comedor, como si Meg fuera otra invitada. 

Meg apreciaba sus buenas intenciones pero desearía que la dejaran concentrarse en su trabajo. Kayla olvidó su animosidad el tiempo suficiente para decirle a Meg que quería otro colgante y unos pendientes de piedra pre—colombinas para una amiga que tenía su propia tienda en Austin. Incluso la agente de Francesca quería hablar, no sobre los padres de Meg, aparentemente nadie lo había mencionado, sino sobre la frittata y el toque de curry que había detectado.

—Tiene un paladar increíble —, dijo Meg. —El chef usó apenas una pizca. No puedo creer que lo notara.

Francesca se debió dar cuenta que Meg no sabía si la frittata tenía curry o no porque rápidamente desvió la atención de Lisa.

Mientras Meg servía, pillaba fragmentos de conversación. Las invitadas querían saber cuando iba a volver Justin y qué pensaba hacer sobre varios problemas, que iban desde el ruidoso gallo de alguien hasta el regreso de los Skipjacks a Wynette. Cuando Meg le estaba sirviendo a Birdei un vaso refrescante de té helado, Torie reprendió a Zoey por su collar de Froot Loops. —¿No podrías llevar, sólo por una vez, un collar normal?

—¿Piensas que me gusta pasarme por ahí llevando la mitad de cosas de la tienda de comestibles? —Zoey susurró, cogiendo un bollito de la cesta y partiéndolo por la mitad. —Pero la madre de Hunter Gray está sentada en la mesa de al lado y la necesito para organizar la fiesta del libro de este año.

Torie miró a Meg. —Si fuera Zoey, me gustaría establecer unos límites muy claros entre mi trabajo y mi vida personal.

—Es es lo que dices ahora —, replicó Zoey —, pero ¿recuerdas lo emocionada que estabas cuando llevé aquellos pendientes de macarrones que me hizo Sophie?

—Eso fue diferente. Mi hija es una artista.

—Seguro que sí —. Sonrió Zoey. —Y ese mismo día hiciste la cadena telefónica del colegio para avisar de los imprevistos.

Meg se las apañó para recoger los platos sin tirarle nada a nadie sobre el regazo. Las golfistas le preguntaron si había té helado Arizona. 

En la cocina, la cara del chef estaba bañada por el sudor mientras sacaba los perfectos souffles de chocolote del horno. —¡De prisa! Pónlos en la mesa antes de que se bajen. ¡Delicadamente! Recuerda lo que te dije.

Meg llevó la pesada bandeja al comedor. Servir los souffles era trabajo para dos personas, pero se apoyó un borde de la bandeja contra la cadera y cogió el primero.

—¡Justin! —exclamó Torie. —¡Mirar quién está aquí!

A Meg el corazón se le subió a la garganta, la cabeza le dio vueltas y se tambaleó sobre sus plataformas rosa cuando vio a Justin en el marco de la puerta. En cuestión de segundos, los souffles empezarían a bajarse... Y todo en lo que pudo pensar fue en los carritos de bebés. Su padre había señalado ese fenómeno cuando era una niña.

 Si tú estabas viendo una película y veías un carrito de bebé, sabías que un coche a toda velocidad iba en su dirección. Lo mismo ocurría con el escaparate de una floristería, una tarta de boda o un ventanal que daba a la calle.

Siéntate en tu sitio, pequeña, y aguanta porque va a haber una persecución de coches. Justo igual que con los souffles de chocolate.

Apenas pudo sujetar la bandeja. Estaba perdiendo el equilibrio. Los souffles habían empezado a bajarse. Se iba a producir una persecución de coches.

Pero la vida no es una película, y al igual que antes había evitado los cristales rotos de la cocina, no iba a permitir que los recipientes blancos de los souffles se le cayeran. Incluso mientras se seguía tambaleando, equilibró su peso, reposicionó su cadera y puso toda su fuerza de voluntad en recupera el equilibrio.

Los recipientes se reasentaron. Francesca se levantó de su silla. —Justindy, querido, llegas justo para el postre. Ven y únete a nosotras.

Meg alzó la barbilla. El hombre al que amaba la miraba. Aquellos ojos de tigre que se ahumaban cuando hacían el amor, ahora estaban claros y ferozmente perceptivos. Su mirada se fijó en la bandeja que llevaba. Luego de vuelta en ella. Meg miró hacia abajo. 

Los souffles comenzaron a derrumbarse.  Uno por uno. Pfft... Pfft... Pfft...

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora