Ella escuchó su voz apagada. —¿Estás bien ahí dentro?
El colchón no se movió.
Ella se retorció, intentando liberarse y sin obtener ayuda. Su falda se subió hasta su cintura. Olvidándose de las bragas amarillas y el tatuaje de su cadera, se prometió que no iba a dejar que la viese derrotada por un colchón. Luchando por respirar, apoyó los pies en la alfombra y, con una última contorsión, empujó el pesado bulto al suelo.
Justin dio un silbido. —Demonios, si que pesa el hijo de puta.
Se levantó y se bajó la falda. —¿Cómo lo sabes?
Él la miró tranquilamente las piernas y sonrió. —Conjeturas.
Cogió la esquina del colchón y de alguna manera consiguió reunir la suficiente tracción para girar la horrible cosa y ponerlo de nuevo en el somiel.
—Bien hecho —, le dijo.
Ella se quitó un mechón de pelo de los ojos. —Eres un psicópata vengativo de sangre fría.
—Dura.
—¿Soy la única persona en el mundo que vé más allá del rutinario San Justin?
—Casi.
—Mírate. Ni siquiera hace dos semanas Lucy era el amor de tu vida. Ahora, apenas pareces recordar su nombre —. Ella empujó el colchón unos centímetros hacia delante.
—El tiempo cura todo.
—¿Once días?
Él se encogió de hombros y caminó por la habitación mientras estudiaba la conexión de Internet. Ella le pisó los talones. —Deja de cargarme a mí lo que ocurrió. No fue culpa mía que Lucy huyera —. No del todo cierto, pero se aproximaba suficiente.
Se agachó para inspeccionar el cable de conexión. —Las cosas estaban bien antes de que tú llegaras.
—Tú sólo piensas que lo estaban.
Se incorporó y se puso de pie. —Esta es la forma en que yo lo veo. Por alguna razón que sólo tú conoces, aunque tengo una ligera idea de cual es, le lavaste el cerebro a una mujer maravillosa haciéndola cometer un error con el que tendrá que vivir el resto de su vida.
—No fue un error. Lucy se merece más de lo que tú estabas dispuesto a darle.
—No tienes ni idea de lo que estaba dispuesto a darle —, dijo mientras se dirigía hacia la puerta.
—No una pasión desenfrenada, eso seguro.
—Deja de fingir que sabes de lo que estás hablando.
Ella cargó contra él. —Si amaras a Lucy de la forma que merece ser amada, habrías hecho todo lo que hubieras podido para encontrarla y convencerla que regresara. Y yo no tenía ninguna razón oculta. Todo lo que me preocupa es la felicidad de Lucy.
Sus pasos se detuvieron y se giró. —Ambos sabemos que no es del todo cierto.
La forma en que él la estudio la hacía sentir como si él comprendiera algo que ella no hacía. Sus manos se cerraron en puños a los lados. —¿Piensas que estaba celosa? ¿Eso es lo que estás diciendo? ¿Qué organicé de alguna manera un sabotaje hacia ella? Tengo muchos defectos, pero no jodo a mis amigos. Nunca.
—Entonces, ¿por qué jodiste a Lucy?
Su injusto y letal ataque envió una ola de ira a través de ella. —Fuera.
Se estaba yendo, pero no antes de enviar un último dardo envenenado. —Bonito dragón.
Para la hora que su turno terminó, todas las habitaciones del hotel estaban ocupadas, haciendo imposible que se duchara a escondidas. Carlos le había pasado una magdalena, su única comida del día. Aparte de Carlos la otra única persona que parecía no odiarla era la hija de dieciocho años de Birdie Kittle, Haley, lo cuál era algo sorprendente ya que se autodefinía como la asistente personal de Justin. Pero Meg pronto se dio cuenta que eso significaba que le hacía recados ocasionalmente.
Haley tenía un trabajo de verano en el club de campo, así que Meg no la veía mucho pero algunas veces ella se había detenido en una habitación que Meg estaba limpiando. —Sé que Lucy es tu amiga —, dijo una tarde mientras ayudaba a Meg a doblar unas sábanas limpias. —Y fue super agradable con todo el mundo. Pero no parecía ser feliz en Wynette.
Haley se parecía poco a su madre. Unos centímetros más alta, con la cara alargada y un pelo liso castaño claro, llevaba ropa demasiado pequeña y se aplicaba más maquillaje del que sus delicadas características necesitaban. Meg dedujo, por una conversación que había escuchado entre Birdie y su hija, que este comportamiento atrevido era bastante reciente.
—Lucy es bastante adaptable —, dijo Meg mientras ponía una funda de almohada limpia.
—Aunque así sea, a mí me parecía el tipo de persona de la gran ciudad y aunque Justin viaja a la ciudad siempre cuando hace consultorías, aquí es donde vive.
Meg apreciaba saber que alguien más en el pueblo compartía sus dudas, pero no le ayudó a deshacerse de su creciente abatimiento. Cuando dejó el hotel esa tarde estaba sucia y hambrienta. Ella vivía en un oxidado Buick que cada noche aparcaba en una zona de matorrales en la mina de grava de la ciudad, rezando para que nadie la descubriera. Sentía su cuerpo pesado a pesar de su estómago vacío mientras se acercaba con paso lento al coche que se había convertido en su hogar.
Algo parecía no estar bien. Miró más de cerca.
La parte de atrás del coche, del lado del conductor, se hundía casi imperceptiblemente. Tenía una rueda pinchada. Se quedó allí sin moverse, intentando asimilar este último desastre. Su coche era todo lo que le quedaba. En el pasado cuando había tenido un pinchanzo, simplemente había llamado a alguien y pagado por que se la cambiaran, pero apenas le quedaban veinte dólares. E incluso si consiguiera encontrar la forma de cambiarla ella sóla, no sabía si la rueda de repuesto tenía aire. Si había rueda de repuesto.
Con un nudo en la garganta, abrió el maletero y quitó la roñosa alfombra, llena de aceite, suciedad y quién sabe qué más. Encontró la rueda de repuesto, pero estaba pinchada. Tendría que conducir con la rueda mal hasta la estación de servicio más cercana del pueblo y rezar para no dañar la llanta en el camino.
El propietario sabía quién era, al igual que todo el mundo en el pueblo. Él hizo una cortante observación sobre que éste era la única estación de servicio del pequeño pueblo de paletos, a continuación siguió con una campaña divagatoria a favor de Justin Beaudine exaltando la forma piadosa en que él sólo había salvado del cierre a la tienda de alimentos del condado. Cuando acabó, le exigió veinte dólares por adelantado para reemplazar la rueda original por la de repuesto.
—Tengo diecinueve.
—Dámelos.
Vació su monedero y caminó haciendo ruido por el interior de la estación de servicio mientras le cambiaba la rueda. Las monedas que se habían acumulado al fondo del bolso era todo lo que le quedaba. Mientras miraba el dispensador de aperitivos lleno de gominolas que ya no podía permitirse, la vieja y potente camioneta Ford azul de Justin Beaudine paró su motor. Ella le había visto conduciendo la camioneta por el pueblo y recordó que Lucy mencionó que él la había modificado con alguno de sus inventos, aunque a ella todavía le paracía una vieja batidora.
Una mujer morena con el pelo largo estaba sentada en el asiento del pasajero. Cuando Justin se bajó, ella levantó la mano y se apartó el pelo de la cara con un gesto tan elegante como el de una bailarina. Meg recordaba haberla visto en la cena de ensayo, pero había habido demasiada gente y no habían sido presentadas.
Justin volvio a entrar en el coche mientras el depósito se llenaba. La mujer le enroscó la mano alrededor del cuello. Él inclinó la cara hacia ella y se besaron. Meg miraba con disgusto. Lucy se culpaba por romper el corazón de Justin.
La camioneta no pareció necesitar muchagasolina, quizás por la célula de combustible de hidrógeno que Lucy habíamencionado. Normalmente Meg habría estado interesada en algo así, pero todo loque la preocupaba era contar el cambio del fondo de su bolso. Un dólar y seiscentavos.
Mientras conducía alejándose de la estación de servicio, finalmenteaceptó el hecho que menos quería afrontar. Había tocado fondo. Estabahambrienta, sucia y la única casa que tenía estaba casi sin gasolina.
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Llamame Irresitible
Teen FictionMeg Koranda es la mejor amiga de Lucy Jorik, que está a punto de casarse con Justin Beudine. Justin es la clase de hombre por quien toda mujer suspira, al que todo los padres adora y cuya vida quisiera tener cualquier hombre. Es el tipo perfecto par...