Capitulo 56

1 0 0
                                    

Meg no estaba acostumbrada al aire acondicionado y, tapándose sólo con la sábana, estaba pasando frío por la noche. Se acurrucó contra Justin y, cuando volvió a abrir los ojos, era por la mañana.

Rodó hacia su lado de la cama para observarlo. Era tan irresistible dormido como despierto. Tenía una cara encantadora de dormido, un poco plana por aquí, un poco puntiaguda por allí, y sus dedos se morían por tocarla.

 Estudió la marca de las camisetas en su bíceps. Ningún chico respetable y glamuroso del sur de California sería pillado con una marca de moreno como esa, pero él no le prestaba la mínima atención. Le besó la marca.

Él se dio la vuelta, llevándose consigo parte de la sábana, esparciendo la esencia almizcle de sus cuerpos dormidos. Ella se excitó al instante, pero tenía que estar en el club temprano y se forzó a levantarse de la cama. A estas alturas, todo el mundo se habría enterado de lo que había ocurrido en el almuerzo de ayer, y a nadie se le ocurriría culpar a Justin por el beso. Un día repleto de problemas se presentaba ante ella.

Estaba preparando el carrito para las golfistas del martes por la mañana cuando Torie salió del vestuario. 

Con el vaivén de su coleta marchaba hacia Meg y, con su habitual tacto, se puso a manos a la obra. —Obviamente, no puedes quedarte en la iglesia después de lo que ocurrió ayer, tan seguro como que no puedes quedarte con Justin, así que todos hemos decidido que lo mejor es que te traslades a la casa de invitados de Shelby. Viví allí entre mis dos desafortunados matrimonios. Es privada y cómoda, además, tiene su propia cocina, algo que no tendrías si te quedaras con Emma o conmigo —.Ella se encaminó a la tienda de golf, con su coleta brincando, y le dijo por encima del hombro, —Shelby te espera sobre las seis. Le molesta que la gente llegue tarde.

—¡Espera! —Meg fue detrás de ella. —No me voy a trasladar a tu casa de la infancia.

Torie se puso una mano en la cadera, mirándola más seriamente de lo que Meg nunca la había visto. —No puedes quedarte con Justin.

Meg ya sabía eso, pero odiaba que le dieran órdenes. —Contrariamente a la creencia popular, nadie tiene voto en esto. Y voy a volver a la iglesia.

Torie resopló. —¿En serio te crees que te dejará hacerlo después de lo que pasó?

—Justin no me deja hacer algo —. Caminó de vuelta al carrito. —Agradécele a Shelby por su generosidad, pero tengo mis propios planes.

Torie fue detrás de ella. —Meg, no puedes mudarte con Justin. En serio, no puedes.

Meg fingió no escucharla y se marchó.

No estaba de humor para hacer joyas mientras esperaba a los clientes, así que sacó la copia de American Earth que había tomado prestada de Justin, pero ni siquiera las palabras de los ecologistas más astutos del país pudieron captar su atención. Dejó el libro a un lado cuando el primer cuarteto de mujeres apareció.

—Meg, escuchamos lo del asalto.

—Debe haber sido aterrador.

—¿Quién crees que lo hizo?

—Apostaría que buscaban tus joyas.

Echó hielo en los vasos de cartón, sirvió las bebidas y respondió a sus preguntas lo más escuetamente que pudo. Sí, estaba asustada. No, no tenía ni idea de quién lo había hecho. Sí, tenía la intención de ser mucho más cuidadosa en el futuro.

Cuando llegó el siguiente cuarteto, escuchó más de lo mismo, pero todavía no se fiaba. Sólo cuando todas se fueron a jugar, se dio cuenta que ninguna de las ocho entrometidas mujeres había mencionado el beso de Justin en el almuerzo o su declaración sobre que él y Meg eran pareja.

No lo comprendía. No había nada que les gustara más a las mujeres de este pueblo que entrometerse en los asuntos de otras personas, especialmente en los de Justin, sin que la cortesía se lo impidiera. ¿Qué estaba pasando?

No junto todas las piezas hasta que el siguiente cuarteto empezó a tirar de sus carritos hasta el tee de salida. Justo entonces lo comprendió.

Ninguna de las mujeres con las que había hablado habían estado en el almuerzo, y no lo sabían. Las veinte invitadas que habían presenciado lo que había sucedido habían hecho un pacto de silencio.

Se volvió a dejar caer en el carrito e intentó imaginarse el zumbido en las líneas telefónicas anoche. Podía escuchar a las invitadas de Francesca jurando sobre su Biblia o, al menos, sobre el último número de la revista InStyle, no decir una palabra a nadie. Veinte chismosas de Wynette habían hecho voto de silencio. No podía durar, no bajo circunstancias normales. Pero, tal vez sí, cuando Justin estaba implicado.

Sirvió al siguiente grupo y, por supuesto, sólo le hablaron sobre el asalto sin mencionar a Justin. Pero eso cambió media hora después cuando el último grupo, un dúo, se detuvo. Tan pronto como vio a las mujeres bajarse del carrito, supo que esa conversación sería diferente. Ambas habían estado en el almuerzo. Ambas sabían lo que había ocurrido. Y ambas se acercaban con una mueca definitivamente hostil en sus rostros.

La más baja de las dos, de piel morena, a la que todo el mundo llamaba Cookie, fue directa al asunto. —Todas sabemos que tú estás detrás del asalto a la iglesia, y sabemos por qué lo hiciste.

Meg debería haberlo visto venir, pero no lo había hecho.

La mujer más alta tiró de sus guantes de golf. —Querías mudarte a su casa y él no quería, así que decidiste hacer algo para que fuera imposible que se negara. Destrozaste tu casa esa mañana antes de ir a trabajar a casa de Francesca.

—No podéis pensar eso en serio —, dijo Meg.

Cookie cogió un palo de su bolsa sin pedir su bebida habitual. —No piensas que puedes salirte con la tuya, ¿verdad?

Cuando se fueron, Meg caminó por el tee de salida durante un rato, luego se dejó caer en el banco de madera que estaba en el tee. No eran ni las once en punto y ya flotaban ondas de calor en el aire. Debería irse. Aquí no tenía futuro. No tenía amigos de verdad. Ni un trabajo que mereciera la pena. Pero de todos modos se había quedado. Se quedaba porque el hombre del que estúpidamente estaba enamorada, había puesto en peligro el futuro de este pueblo, por el cuál se preocupaba tanto, por hacer saber a todo el mundo lo importante que era ella para él.

Hacía caso a su corazón.

Su móvil comenzó a sonar no mucho después. La primera llamada era de Justin. —Oí que la mafia femenina del pueblo esta intentando que te vayas de mi casa —, dijo él. —No les hagas caso. Te vas a quedar conmigo, y espero que estés planeando hacer algo bueno para cenar —. Una larga pausa. —Yo me encargaré del postre.

La siguiente llamada fue de Spence, así que no respondió, pero él dejo un mensaje diciendo que volvería en dos días y que le enviaría una limusina para recogerla para ir a cenar. 

Luego Haley llamó a Meg pidiéndole que se reuniera con ella en la tienda de bocadillos en el descanso de las dos. Cuando Meg llegó allí, se encontró con una desagradable sorpresa en forma de Birdie Kittle sentada en frente de su hija en una de las mesas verdes de metal del bar.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora