Capitulo 51

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Meg mantendría la cabeza alta, la sonrisa hasta que le doliera la mandíbula y haría su trabajo lo suficientemente bien como para amargarle la satisfacción a Francesca.

Haley llegó en su Ford Focus rojo. Apenas habló mientras entraban juntas en la casa y estaba tan pálida que Meg se preocupó. —¿Te sientes bien?

—Tengo... unos calambres horribles.

—¿Puedes llamar a alguien para que te sustituya?

—Lo intenté, pero nadie podía.

La cocina de los Beaudine era tanto lujosa como hogareña, con soleadas paredes color azafrán, suelo de terracota y azulejos azul cobalto hechos a mano. Una enorme lámpara de araña de hierro forjado con apliques de cristal de colores colgaba en el centro de la habitación y los estantes abiertos mostraban ollas de cobre y cerámica hecha a mano.

El chef Duncan estaba desempaquetando la comida que había preparado para el evento. Un hombre bajo de unos cuarenta años, tenía una gran nariz y una gran cantidad de canas en el pelo castaño que le hacían parecer mayor. Frunció el ceño cuando Haley desapareció en el cuarto de baño y luego gritó a Meg para empezará a trabajar.

Mientras colocaba la cristalería y comenzaba a organizar los platos de servir, él le detalló el menú: mini saladitos rellenos de queso Brie fundido y mermelada de naranja, sopa de guisantes frescos mentolada servida en tazas pequeñas que todavía tenían que ser lavadas, una ensalada de hinojo, bollitos de pretzel calientes y, el plato principal, fritatta de espárragos y salmón ahumado que haría en la cocina. El plato fuerte era el postre, copas individuales de soufflés de chocolate en los que el chef había estado trabajando todo el verano para perfeccionarles y los cuáles debían, debían, debían ser servidos tan pronto como salieran del horno y ser servidoso delicada, delica, delicadamente delante de cada invitado.

Meg asintió a las instrucciones, luego llevó al comedor las gruesas copas verdes. Palmeras y limoneros crecían en urnas de estilo griego y romano colocadas en las esquinas, mientras que el agua brotaba de una fuente de pidera situado en una pared de azulejos. La sala tenía dos mesas instaladas temporalmente, además de una larga mesa de madera permanente con la superficie desgastada. 

En lugar de mantelería informal, Francesca había elegido manteles individuales tejidos a mano. Cada mesa tenía un centro consistente en una bandeja de cobre con pequeños maceteros de barro de orégano, mayorana, salvia y tomillo, junto con maceteros llenos de flores doradas. A través de las amplias ventanas del comedor, podía ver una parte del patio y una pérgola, en la que daba la sombra, donde había un libro abandonado sobre un banco de madera. 

Era difícil que no le gustara una mujer que había creado un hermoso escenario para entretener a sus amigos, pero Meg haría todo lo posible porque así fuera.

Haley todavía no había salido del baño cuando Meg regresó a la cocina. Acababa de comenzar a lavar las pequeñas tazas de cerámica cuando el tap—tap—tap en el suelo de baldosa anunció la llegada de su anfritiona. —Gracias por ayudarme hoy, chef Duncan —, dijo Francesca. —Espero que encuentres todo lo que necesitas.

Meg enjuagó una taza, se giró desde la pila y miro a Francesca con su brillante sonrisa. —Hola, señora Beaudine.

A diferencia de su hijo, Francesca tenía muy mala cara de póquer y el conjunto de emociones que se reflejaban en su cara eran fáciles de descrifar. Primero llegó la sopresa. (No esperaba que Meg aceptara el trabajo.) Luego vino la perplejidad. (¿Exactamente por qué había aparecido Meg?) Lo siguiente en aparecer fue la disconformidad. (¿Qué pensarías sus invitados?) Luego la duda. (Quizás debería haber pensado esto más cuidadosamente.) Seguida por la angustia. (Esto había sido una idea terrible.) Acabando con... la resolución.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora