Capítulo 75

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Ella se asomó por la ventana. —¿Por qué nos paramos aquí?

—Porque vamos a dar un paseo por el parque —. Quitó los seguros, cogió el paraguas del suelo y abrió la puerta.

—No quiero dar un paseo. Estoy mojada, tengo los pies fríos y quiero irme a casa.

—Pronto —. Él la cogió del brazo y de alguna forma se las arregló para sacarla a ella y al paraguas a la calle.

—¡Está lloviendo! —exclamó ella.

—Ahora no mucho. Además, ya estás mojada, ese pelo rojo debería mantenerte caliente y tengo un paraguas grande —. Lo abrió, la arrastró alrededor de la parte trasera de la limusina y subieron a la acera. —Aquí hay muchos muelles de barcos —. Le indicó con el codo la entrada de Battery Park.

—Te dije que no voy a dar un paseo en barco.

—Vale. Ningún paseo en barco —. No es que él hubiera planeado uno de todos modos. Habría requerido un grado de organización que ahora mismo no era capaz de tener. —Sólo te estaba diciendo que aquí hay muchos muelles. Y una gran vista de la Estatua de la Libertad.

Ella no entendió que quería decir con eso.

—¡Maldita sea, Justin! —. Se giró hacia él y, el peculiar humor que una vez había ido al unísono con el suyo, no estaba a la vista. Odiaba verla así, sin su risa, y sabía que él era el único culpable.

—Está bien, vamos a acabar con esto —. Ella frunció el ceño a un ciclista. —Di que lo que tengas que decir y luego me iré a casa. En el metro.

Y una mierda iba a hacer eso. —Vale —. Entraron en Battery Park y fueron por el camino que conducía al paseo marítimo.

Dos personas bajo un paraguas debería haber sido romántico, pero no lo era cuando una de esas personas se negaba a acercarse a la otra. Cuando llegaron al paseo marítimo, la lluvia había empapado su traje y sus zapatos estaban tan calados como los de ella.

Los puestos que había durante el día habían desaparecido, y sólo unas pocas almas corrían por el pavimento mojado. Se había levantado viento y la suave llovizna procedente del agua le golpeó en la cara. A lo lejos, la Estatua de la Libertad montaba guardia en el puerto. Por la noche estaba iluminada y podía ver las pequeñas luces brillando en las ventanas de su corona. Un día de verano de hace mucho tiempo, había roto una de esas ventanas y desplegado una bandera contra las armas nucleares y, finalmente, encontró a su padre. Ahora, con la estatua enfrente para darle valor, rezó por su futuro.

Juntó todo su valor. —Te amo, Meg.

—Lo que sea. ¿Puedo irme ya?

Miró hacia la estatua. —El mayor acontecimiento de mi infancia ocurrió allí.

—Ya, lo recuerdo. Tu acto de vandalismo juvenil.

—Cierto —. Tragó saliva. —Y parecía lógico que el acontecimiento más importante de mi madurez también ocurriera allí.

—¿Qué sería cuando perdiste la virginidad? ¿Qué edad tenías? ¿Doce?

—Escúchame, Meg. Te amo.

No podía estar menos interesada. —Deberías ir a terapia. En serio. Tu sentido de la responsabilidad está fuera de control —. Ella le palmeó el brazo. —Se acabó, Justin. No te sientas culpable. Me he mudado y, francamente, estás empezando a ser un poco patético.

No dejaría que ella se alejara. —La verdad es que quería haber tenido esta conversación en la isla de La Libertad. Desafortunadamente, estoy vetado de por vida, así que no es posible. Ser vetado no parecía algo importante cuando tenía nueve años, pero te aseguro que es una mierda.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora