Pasó los siguientes días luchando contra la desesperación.
La búsqueda en Internet no le dio ninguna pista sobre el paradero de Meg y las personas más propensas a tener información se negaban a hablar con él. Podía estar en cualquier sitio y, teniendo que buscar por todo el mundo, no sabía por donde empezar.
Una vez que fue obvio que los Koranda no habían sido los que dieron el dinero para ganar la subasta, la identidad de la casamentera debería haberle quedado claro inmediatamente, pero tardó un poco en darse cuenta. Cuando finalmente puso todas las piezas juntas, asaltó la casa de sus padres y fue directo a la oficina de su madre.
—¡Hiciste su vida un infierno! —exclamó casi sin poder contenerse.
Ella intentó quitarle peso con un movimiento de sus dedos. —Una exageración horrible.
Se sentía bien tener un objetivo para su ira. —Hiciste su vida un infierno y, luego de repente, sin previo aviso, ¿te conviertes en su mayor defensora?
Lo miró con la dignidad herida, su truco preferido cuando se sentía acorralada. —Estoy segura que has leído a Joseph Campbell. En cualquier viaje mítico, la heroína tiene que pasar una serie de duras pruebas antes de ser lo suficientemente digna para ganar la mano del príncipe.
Su padre resopló entrando en la habitación.
Justin salió de la casa, temiendo que su ira volviera a estallar. Quería subirse a un avión, enterrarse en el trabajo, ser otra vez esa persona que vivía tan agradablemente. En lugar de eso, codujo hasta la iglesia y se sentó a la orilla del agujero donde Meg nadaba. Imaginó lo disgustada que estaría si pudiera verlo así, si pudiera ver lo que había pasado en el pueblo. Con la silla de la oficina del alcalde vacía, las facturas sin ser pagadas y los problemas sin ser resueltos. Nadie podía autorizar las reparaciones finales de la biblioteca que su madre había hecho posible. Le había fallado al pueblo. Le había fallado a Meg. Se había fallado a sí mismo.
Ella odiaría la forma en que se había apartado de los demás e, incluso en su imaginación, no le gustaba decepcionarla más de lo que ya había hecho. Condujo hacia el pueblo, aparcó su camioneta y se obligó a atravesar la puerta del ayuntamiento.
Tan pronto como entró, todo el mundo fue hacia él. Levantó la mano, miró a cada uno de ellos, y se encerró en su oficina.
Permaneció todo el día allí, negándose a responder al teléfono o a los repetidos golpes en su puerta mientras leía los papeles de su mesa, estudiaba los presupuestos del pueblo o contemplaba el resort de golf bocoiteado. Durante semanas, una idea había estado intentando salir a la superficie de su mente pero se había visto marchitar en la tierra baldía de su culpa, ira y miseria. Ahora, en vez de regodearse en la espantosa escena del vertedero, aplicó la lógica fría y dura a la que estaba acostumbrado.
Pasó un día, luego otro. Comida casera empezó a apilarse en la puerta de su oficina. Torie gritó desde el otro lado de la puerta, intentando intimidarlo para que fuera al Roustabout. Lady E dejó la obra completa de David McCullough en el asiento del pasajero de su camioneta, aunque no tenía ni idea de por qué lo hizo. Los ignoró a todos y, después de tres días, tenía un plan. Uno que haría su vida infinitamente más complicada pero, no obstante, un plan. Emergió de su aislamiento y comenzó a hacer llamadas telefónicas.
Pasaron otros tres días. Encontró un buen abogado e hizo más llamadas telefónicas. Por desgracia, nadie le resolvió su mayor problema o encontró a Meg. Su desaparición lo carcomía. ¿Dónde demonios se había ido?
Como sus padres seguían evitando sus llamadas, hizo que Lady E y Torie lo intentaran. Pero los Koranda no se cedieron. Se la imaginó enferma de disentería en la jungla de Camboya o muriéndose de frío subiendo el K2. Sus nervios estaban a flor de piel. No podía dormir. Apenas podía comer. Perdió el hilo en la primera reunión que convocó.
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Llamame Irresitible
Teen FictionMeg Koranda es la mejor amiga de Lucy Jorik, que está a punto de casarse con Justin Beudine. Justin es la clase de hombre por quien toda mujer suspira, al que todo los padres adora y cuya vida quisiera tener cualquier hombre. Es el tipo perfecto par...