Capitulo 44

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Nunca la habían besado tan a fondo, acariciado tan meticulosamente o estimulado tan exquisitamente. Parecía estar convencido de que todo lo que necesitaba hacer era intentarlo más. Incluso cedió a las tentativas de ella de tomar el control. Pero era un hombre que servía a otros, y su corazón no estaba en esto. 

Todo lo que importaba era la satisfacción de ella y él dejo de lado su propia satisfacción para ofrecerle otra actuación perfecta al cuerpo de ella. Cuidadosamente estudiada. Perfectamente ejecutada. Todo lo indicado en el libro. Exactamente de la misma manera que había hecho el amor a las demás mujeres de su vida.

Pero ¿quién era ella para criticar cuando ella le daba tan poco valor al proceso? Esta vez se guardó sus opiniones para ella misma, y cuando finalmente pudo ordenar sus pensamientos, rodó sobre un codo para enfrentarse a él.

Él todavía respiraba con dificultad, y ¿quién no lo haría después de lo que había pasado? Acarició su pecho sudado y delicioso y se lamió los labios. —Oh, Dios mío, ¡vi las estrellas!

Sus cejas se fruncieron. —¿Todavía no estás feliz?

Sus trucos para leer la mente estaban fuera de control. Ella fabricó un suspiro. —¿Estás bromeando? Estoy delirando. La mujer más afortunada del mundo.

Sólo la miró.

Ella volvió a caer sobre la almohada y gimió. —Si sólo pudiera comerciar contigo, haría una fortuna. Eso es lo que debería hacer con mi vida. Ese debería ser el propósito de mi vida...

Él salió de la cama. —¡Jesús, Meg! ¿Qué demonios pasa contigo?

Quiero que me quieras, no que hagas que sólo yo te quiera. Pero ¿cómo podría decir eso sin quedar como otra groupie de Beaudine? —Ahora estás siendo paranoico. Y todavía no me has alimentado.

—Ni lo voy a hacer.

—Te aseguro que lo vas a hacer. Porque eso es lo que tú haces. Cuidas de la gente.

—¿Desde cuándo eso es algo malo?

—Nunca lo ha sido —. Ella le dedicó una sonrisa vacilante.

Él fue al cuarto de baño y ella se apoyó en las almohadas. Justin no sólo se preocupaba por los demás, sino que lo demostraba con acciones. En lugar de ser prepotente, su ágil y dotada mente lo había maldecido con la obligación de cuidar a todo el mundo y de preocuparse por todo. Posiblemente era el mejor ser humano que había conocido nunca. Y tal vez el más solitario. Debía ser agotador llevar una carga tan pesada. No era de extrañar que escondiera tantos de sus sentimientos.

O quizás ella estaba racionalizando la distancia emocional a la que él la mantenía. A ella no le gustaba pensar que él la trataba igual que al resto de sus conquistas, aunque no podía imaginárselo siendo tan rudo con Lucy como lo era con ella.

Apartó las sábanas y salió de la cama. Justin hacía que todo el mundo se sintiera como si él mantuviera una relación especial con cada uno de ellos. Era el mayor truco de magia que había visto nunca.

Spence y Sunny dejaron Wynette sin nada resuelto. El pueblo se debatía entre el alivio por su marcha y la preocupación de que no volvieran, pero Meg no estaba preocupada. Mientras Sunny creyese que tenía una oportunidad con Justin, ella volvería.

Spence llamaba a Meg diariamente. También le envió un lujoso portarrollos, un plato de ducha y uno de los mejores toalleros de Viceroy. —Volaré contigo este fin de semana a L.A. —, dijo él. —Puedes mostrarme los alrededores, presentarme a tus padres y a algunos de sus amigos. Nos lo pasaremos genial.

Su ego era demasiado grande como para comprender una negativa, e intentar navegar por la delgada línea de mantenerlo a distancia y mandarlo a la mierda era cada día más difícil. —Ups, Spence, suena genial, pero todos están fuera de la ciudad ahora mismo. Quizás el próximo mes.

Justin también estaba de viaje de negocios y a Meg no le gustaba cuánto lo echaba de menos. Se obligó a concentrarse en reorganizarse emocionalmente y abrir una cuenta bancaria para guardar el dinero que sacaba de aprovechar el tiempo que pasaba esperando en el carrito de bebidas mientras los golfistas jugaban. Encontró una tienda en Internet en la que los gastos de envío eran gratis. Con las herramientas y materiales que compró, junto con un par de cosas de su caja de plástico, trabajaba entre los clientes, haciendo un collar y un par de pendientes.

Al día siguiente de acabar las piezas, se las puso y a la mañana siguiente un cuarteto femenino se fijaron en ellas. —Nunca he visto unos pendientes como esos —, dijo la única del grupo que bebía Pepsi Light.

—Gracias. Acabo de terminarlos —. Meg se los quitó de las orejas y se los tendió. —Las cuentas son corales de sherpas tibetanos. Bastantes antiguas. Me encanta la forma en que los colores se han desgastado.

—¿Y ese collar? —preguntó otra mujer. —Es muy inusual.

—Es de marfil tallado chino —, dijo Meg, —por gente del sudeste asiático. Hace más de cien años.

—Imagina tener algo como eso. ¿Lo vendes?

—Dios, no había pensado en eso.

—Quiero esos pendientes —, dijo la Pepsi Light.

—¿Cuánto por el collar? —preguntó otra golfista.

Y así estaba en el negocio.

A las mujeres les encantaba tener bonitas piezas de joyería que a la vez eran cosas históricas y, para el siguiente fin de semana, Meg ya había vendido otras tres piezas. Era escrupulosamente honesta sobre la autenticidad y adjuntaba una tarjeta con cada diseño que documentaba su procedencia. Indicaba que materiales eran genuinamente antiguos, cuales podrían ser copias y ajustaba los precios a concordancia.

Kayla oyó hablar sobre lo que estaba haciendo y encargó algunas piezas para su tienda de segunda mano. Las cosas estaban yendo casi demasiado bien.

Después de dos largas semanas fuera, Justin se presentó en la iglesia. Apenas había cruzado la puerta cuando se pusieron a quitarse uno a otro la ropa. Ninguno de los dos tuvo la paciencia para subir las escaleras hacia el caluroso coro. En su lugar, cayeron sobre el sofá que ella recientemente había rescatado del contenedor de la basura del club. Justin maldijo cuando se golpeó contra el brazo de mimbre, pero no le llevó mucho tiempo olvidarse de su malestar y centrar toda su capacidad intelectual en remediar los defectos de su técnica para hacer el amor.

Cuando terminaron, sonó tanto exprimido como un poco malhumorado. —¿Fue suficientemente bueno para ti?

—¡Dios mío, sí!

—Maldita sea. ¡Cinco! Y no intentes negarlo.

—Deja de contar mis orgasmos.

—Soy ingeniero. Me gustan las estadísticas.

Ella sonrió y le dio un codazo. —Ayúdame a mover la cama arriba. Hace demasiado calor para dormir aquí.

No debería haber sacado el tema porque saltó del sofá. —Hace demasiado calor en cualquier parte de este sitio. Y eso no es una cama, es un maldito futón, lo que estaría bien si tuviéramos diecinueva años, pero no los tenemos.

Desconectó de la diatriba tan poco habitual de Justin para disfrutar de una vista sin restricciones de su cuerpo. —Por fin tengo muebles, así que deja de quejarte.

El vestuario de señoras había sido recientemente reformado y había podido hacerse con lo que habían desechado. Las piezas usadas de mimbre y las viejas lámparas quedaban bien en la iglesia, pero él no parecía impresionado. Un fragmento de recuerdo la distrajo de reconocimiento visual y se puso de pie. —Vi luces.

—Me alegra oírlo.

—No. Cuando estábamos... Cuando estabas sobre mí. Vi unos faros. Creo que alguien condujo hasta aquí.

—No escuché nada —. Pero se puso los pantalones cortos y salió fuera a mirar. Ella le siguió y sólo vio su coche y la camioneta de él.

—Si alguien estuvo aquí —, dijo él, —tuvo el buen sentido de irse.

La idea de que alguien podría haberlos visto juntos la inquietaba. Estaba haciendo creer que estaba enamorada de Justin. Pero no quería que nadie supiera que era algo más que una ilusión.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora