Las siguientes semanas fueron las peores de su vida. Arlis le hacía cada día fuera más miserable, Meg soñaba con volver a L.A., pero aunque hubiera podido regresar no tenía donde quedarse. No con sus padres, cuyo duro discurso quedó grabado a fuego en su mente. No con sus amigos, todos tenían familia y estaría bien pasar con ellos una noche pero no una visita prolongada.
Cuando Birdie le informó de mala gana que finalmente su trabajo había cubierto su deuda, Meg no sintió nada excepto desesperación. No podía dejar el hotel hasta tener otra fuente de ingresos, y no podía irse muy lejos mientras la iglesia de Lucy fuera su único techo. Necesitaba encontrar otro trabajo, uno en Wynette. Preferiblemente un trabajo que le diera dinero inmediato.
Solicitó trabajo para servir mesas en el Roustabout, el bar de country que servía de lugar de encuentro del pueblo. —Tu jodiste la boda de Justin —, dijo el propietario, —y trataste mal a Birdie. ¿Por qué te contrataría?
Punto para Roustabout.
Durante los siguientes días, se detuvo en cada bar o restaurante del pueblo, pero no estaban contratando. O al menos no la iban a contratar a ella. Sus suministros de alimentos eran inexistentes, tenía que conseguir pronto once litros de gasolina y Tampax. Necesita dinero y lo necesitaba rápido.
Mientras muy a su pesar quitaba otro tapón de pelos repugnante de otra bañera, pensó en cuantas veces había olvidado dar una propina a las doncellas que limpiaban las habitaciones de hotel cuando se iba. Hasta ahora, todo lo que había recogido en propinas eran veintiocho miserables pavos. Habrían sido más, pero Arlis tenía una extraña habilidad para detectar a los huéspedes más propensos a ser generosos y asegurarse de revisar sus habitaciones primero. El próximo fin de semana podría ser lucrativo si Meg pudiera encontrar la manera de eludirla.
El padrino de Justin, Kenny Traveler, era el anfitrión de una reunión de golf para sus amigos que iban a volar desde todas las partes del país y quedarse en el hotel. Meg podría despreciar ese deporte por la forma en que engullía recursos naturales, pero el dinero debía haber sido hecho por sus discípulos, y durante todo el jueves pensó en cómo podía beneficiarse del fin de semana. Por la noche, tenía un plan. Implicaba unos gastos que no podía permitirse, pero se obligó a para en la tienda después del trabajo y gastarse veinte dólares de su escaso sueldo como una inversión en su futuro inmediato.
Al día siguiente esperó hasta que los golfistas comenzaran a llegar de sus rondas de la tarde. Cuando Arlis no estaba mirando, cogió unas toallas y comenzó a llamar a las puertas. —Buenas tardes, señor Samuels —. Plantó una gran sonrisa para el hombre de pelo gris que abrió. —Pensé que podría gustarle algunas toallas extras. Seguro que ahí fuera hace calor —. Colocó una de las preciosas barras de chocolate que había comprado la noche anterior encima de las toallas. —Espero que haya tenido una buena ronda, pero aquí tiene un poco de azúcar en caso contrario. Mi felicitación.
—Gracias, cariño. Es muy considerado por tu parte —. El señor Samuels cogió su clip de dinero y quitó un billete de cinco dólares.
A la hora que dejo el hotel esa noche, había conseguido cuarenta dólares. Estaba tan orgullosa de sí misma como si hubiera conseguido su primer millón. Pero si intentaba repetir la jugada la tarde del sábado, necesitaba un nuevo giro y eso iba a necesitar otro pequeño gasto.
—Demonios. No probaba uno de estos desde hacía años —, dijo el señor Samuels cuando respondió a la puerta la tarde del sábado.
—Caseros —. Ella le dio su más grande y efectiva sonrisa y le entregó las toallas limpias junto con una de las porciones individuales de dulces Rice Krispies, que había estado haciendo hasta bien pasada la medianoche el día anterior. Las galletas habrían estado mejor, pero sus capacidades culinarias eran limitadas. —Sólo lamento que no sea una cerveza fría —, dijo ella. —Apreciamos que ustedes, caballeros, estén aquí.
Esta vez fueron diez.
Arlis ya se había dado cuenta de la disminución en su inventario de toallas, estuvo a punto de pillarla dos veces, pero Meg logró esquivarla y mientras se dirigía hacia la suite del tercer piso, en la que se encontraba registrado Dexter O'Connor, su bolsillo del uniforme tenía un peso confortable. El señor O'Connor había salido ayer cuando pasó por allí, pero hoy una mujer alta y de extraordinaria belleza abrió la puerta envuelta en una toalla de felpa blanca del hotel. Incluso acabando de salir de la ducha, con su cara libre de maquillaje y con mechones de pelo manchados de tinta pegados al cuello, estaba impecable: alta y delgada con audaces ojos verdes y unos pendientes de diamantes del tamaño de un iceberg en sus orejas. No se parecía a Dexter. Y tampoco lo hacía el hombre que Meg vislumbraba por encima de su hombro.
Justin Beaudine estaba sentado en un sillón de la habitación, con los zapatos quitados y una cerveza en la mano. Algo hizo clic en la cabeza de Meg y reconoció a la morena como la mujer a la que Justin había besado en la estación de servicio hacia unas semanas.
—Oh, bien. Toallas extras —. Su ostentosa alianza de diamantes brilló cuando cogió el paquete por la parte superior. —¡Y dulces Rice Krispies caseros! ¡Mira Justindy! ¿Cuánto ha pasado desde que conseguiste dulces Rice Krispies?
—No puedo decir que lo recuerde —, replico Justindy.
La mujer puso las toallas bajo su brazo y tiró de la envoltura de plástico. —Me encantan estas cosas. Dale uno de diez, ¿vale?
Él no se movió. —No tengo de diez. O cualquier otra moneda.
—Espera —. La mujer se giró, presumiblemente para coger su cartera, justo al otro lado. —¡Jesús santo! —Dejó caer las toallas. —¡Eres la que arruinó la boda! No te reconocí con el uniforme.
Justin se levantó del sillón y se acercó a la puerta. —¿Vendiendo productos de panadería sin licencia, Meg? Eso una violación directa del código del pueblo.
—Son regalos, señor Alcalde.
—¿Saben Birdie y Arlis de tus regalos?
La morena se puso delante de él. —Eso no importa —. Sus verdes ojos brillaban de emoción. —La que arruinó la boda. No puedo creerlo. Entra. Tengo algunas preguntas para ti —. Tiró de la puerta para abrirla completamente y cogió a Meg del brazo. —Quiero saber exactamente por qué pensaste que Cómo Se Llame era tan errónea para Justindy.
Meg por fin había conocido a otra persona además de Haley Kittle que no la odiaba por lo que había hecho. No era de extrañar que esta persona fuera la amante casada de Justin.
Justin se puso delante de la mujer y quito su mano del brazo de Meg. —Lo mejor es que vuelvas al trabajo, Meg. Me aseguraré que Birdie sepa lo complaciente que eres.
Meg apretó los dientes, pero Justin no había terminado. —La próxima vez que hables con Lucy, asegúrate de contarle lo mucho que la hecho de menos —. Con un movimiento de su dedo, desenrolló el flojo nudo de la toalla de la mujer, la empujó contra él y la besó con fuerza.
Momentos después, la puerta se cerró de golpe en la cara de Meg.
Meg odiaba la hipocresía y sabía que todo el mundo en el pueblo consideraba a Justin un modelo de decencia, mientras se estaba acostando con una mujer casada, lo que la enloquecía. Se apostaría cualquier cosa que el affaire había estado ocurriendo mientras él y Lucy estaban comprometidos.
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Llamame Irresitible
Teen FictionMeg Koranda es la mejor amiga de Lucy Jorik, que está a punto de casarse con Justin Beudine. Justin es la clase de hombre por quien toda mujer suspira, al que todo los padres adora y cuya vida quisiera tener cualquier hombre. Es el tipo perfecto par...