Capítulo 61

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 En el pueblo estalló la noticia de que Spence había elegido Wynette. Durante los siguientes tres días, la gente se abrazaba en la calle, el Roustabout sirvió cerveza gratis y en la barbería sonaban antiguas canciones de Queen de un antiguo equipo de música. 

Justin no podía ir a ningún sitio sin que los hombres le dieran una palmadita en la espalda y las mujeres se arrojaran encima de él, aunque eso no era algo nuevo. Las buenas noticias incluso eclipsaron el anuncia de Kayla sobre que la subasta había superado los doce mil dólares.

Meg apenas vio a Justin. O estaba hablando por teléfono con los abogados de Spence, que llegarían cualquier día para firmar los contratos, o estaba inmerso en la Operación Evitar a Sunny. Lo echaba terriblemente de menos, al igual que a su vida sexual poco satisfactoria.

Ella estaba haciendo su propia operación de evitar a Spence. Afortunadamente, la gente del pueblo se había puesto de su parte para mantenerlo alejado de ella. Sin embargo, la inquietud que había sentido durante días no desaparecía.

El domingo después del trabajo hizo un desvío hacia el arroyo para refrescarse. Había desarrollado un profundo afecto tanto por el arroyo como por el río Pedernales que lo alimentaba. Aunque había visto fotos de cómo una inesperada tormenta podía transformar el río en un furioso corredor de destrucción, el agua siempre había sido amable con ella.

Cipreses y fresnos creían cerca de la orilla del arroyo y algunas veces consiguió ver algún ciervo de cola blanca o un armadillo. Una vez un coyote salió de detrás de un arbusto y pareció sorprendido de verla mientras ella lo miraba. Pero hoy el agua fría no había obrado su magia. No podía dejar de pensar que estaba pasando por alto algo importante. Una pieza de fruta colgaba delante de ella, pero no podía alcanzarla.

Apareció una nube y una urraca canija gritó desde la rama de un aligonero cercano. Se sacudió el agua del pelo y se volvió a zambullir. Cuando volvió a salir, no estaba sola. Spence se cernía sobre ella en la orilla del río, con la ropa que había dejado allí en sus grandes manos.—No deberías nadar tú sola, señorita Meg. No es seguro.

Sus dedos excavaron en el barro y el agua lamía sus hombros. Él debía haberla seguido hasta allí, pero había estado demasiado preocupada para notarlo. Un estúpido error que alguien con tantos enemigos nunca debería cometer. La imagen de él sosteniendo su ropa provocó un nudo en su estómago. —No te ofendas, Spence, pero no estoy de humor para tener compañía.

—Tal vez estoy cansado de esperar por ti —. Todavía sujetando su ropa, se sentó en una gran roca del río junto a la toalla que ella había dejado allí y la estudió. Iba vestido formalmente con unos pantalones azul marino y una camisa de vestir azul de manga larga que estaba sudada. —Parece que cada vez que empiezo a tener una conversación seria contigo, te las arreglas para escapar.

Estaba desnuda excepto por las bragas empapadas, y aunque sólo podía pensar en Spence como un bufón, no lo era. Una nube tapó el sol. Apretó los puños debajo del agua. —Soy una persona alegre y despreocupada. No me gustan las conversaciones serias.

—Llega un momento en que todo el mundo tiene que ponerse serio.

La forma en que deslizaba los dedos por su sujetador le provocaba escalofríos, y no le gustaba estar asustada. —Vete, Spence. No fuiste invitado.

—O sales o entro yo.

—Me voy a quedar donde estoy. No me gusta esto y quiero que te vayas.

—Esa agua parece endemoniadamente apetecible —. Él dejo su ropa a un lado sobre una roca. —¿Alguna vez te dije que competí en natación en la universidad? —Comenzó a quitarse los zapatos. —Incluso pensé en entrenar para las Olimpiadas, pero tenía demasiadas cosas en juego.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora