Entre intentar no pensar en haberse enamorado de Justin y pensar demasiado sobre la posibilidad de la reaparición de invasor misterioso, Meg no podía dormir bien.
Empleaba sus noches de vigilia en hacer joyas. Las piezas cada vez eran más complicadas, ya que su pequeño grupo de clientas mostraba una marcada preferencia por las joyas que utilizaban reliquias de verdad en lugar de copias.
Ella buscó en Internet distribuidores especializados en el tipo de artefactos antiguos que ella quería usar y desembolsó una alarmante cantidad de sus ahorros en un pedido a un profesor de antropología de Boston que tenía una reputación de honestidad y que proporcionaba un detallado origen de todo lo que le vendió.
Mientras Meg desempaquetaba algunas monedas de Oriente Medio, unas piedras romanas y tres pequeñas perlas preciosas que formaban un mosaico del siglo II, se encontró preguntándose a sí misma si la joyería era a lo que se quería dedicar o era una distracción para evitar descubrir lo que en realidad debería hacer con su vida.
Una semana después de que Justin dejara el pueblo, Torie la llamó y ordenó a Meg que se presentase en el trabajo temprano al día siguiente. Cuando Meg le preguntó por qué, Torie actuó como si Meg acabara de fallar en un test de inteligencia. —Por Dios. Porque Dex estará en casa para vigilar a las niñas.
Tan pronto como Meg llegó al club a la mañana siguiente, Torie la arrastró hasta el campo de prácticas. —No puedes vivir en Wynette sin coger un palo de golf. Es una ordenanza del pueblo —. Ella le entregó su hierro cinco. —Haz un swing.
—No estaré aquí mucho más tiempo, así que esto no tiene sentido —. Meg ignoró la punzada que le oprimió el corazón. —Además, no soy lo suficientemente rica como para jugar al golf.
—Simplemente mueve la maldita cosa.
Meg lo hizo y erró el golpe. Lo volvió a intentar y volvió a fallar, pero después de unos cuantos golpes más, de alguna forma consiguió darle a la bola el arco perfecto para enviarla a la mitad del campo de prácticas. Se le escapó un grito.
—Un tiro afortunado —, dijo Torie, —pero así es exactamente cómo el golf te atrapa —. Cogió de nuevo el palo, le dio a Meg unas indicaciones y luego le dijo que siguiera practicando.
Durante la siguiente media hora, Meg siguió las instrucciones de Torie y debido a que había heredado las condiciones físicas de sus padres, comenzó a conectar con la bola.
—Podrías ser buena si practicas —, dijo Torie. —Los empleados juegan gratis los lunes. Aprovecha tu día libre. Tengo un juego de palos de repuesto en la sala de las bolsas, puedes cogerlos prestados.
—Gracias por la oferta, pero en realidad no me gusta.
—Oh, claro que te gusta.
Era verdad. Ver a tanta gente jugando había hecho que le picara la curiosidad. —¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó mientras llevaba la bolsa de Torie de vuelta al edificio del club.
—Porque eres la única mujer, a parte de mí, que le ha dicho a Justin la verdad sobre su forma de bailar.
—No te entiendo.
—Estoy segura que me entiendes. También podría haber notado que Justin estuvo extrañamente callado cuando saqué a colación tu nombre en nuestra conversación telefónica esta semana. No sé si vosotros dos tenéis futuro, pero con tal de que no se case con Sunny, no voy a correr ningún riesgo.
Fuera lo fuera lo que quería decir con eso. Sin embargo, Meg se dio cuenta que Torie O'Connor estaba en la lista de todo lo que echaría de menos cuando finalmente se fuera de Wynette. Bajó de su hombro la bolsa de palos. —Sin tener en cuenta a Sunny, ¿cómo es eso de que Justin y yo podríamos tener futuro? Él es el Cordero de Dios y yo sólo la chica mala del pueblo.
—Lo sé —, dijo Torie alegremente.
Esa tarde, mientras Meg limpiaba con la manguera el polvo del día del carrito de bebidas, el administrador de catering se acercó y le dijo que uno de los socios quería contratarla para servir un almuerzo a algunas damas en su casa al día siguiente. Unas pocas personas del pueblo podían permitirse contratar rutinariamente a personal para ayudar en sus fiestas privadas, pero nunca nadie la había solicitado a ella, y necesitaba todo el dinero que pudiera conseguir para compensar el gasto por los materiales que acababa de comprar. —Claro —, dijo ella.
—Coje una camisa blanca de camarera de la oficina de catering antes de irte. Lleva una falda negra.
Lo más parecido que tenía Meg era la mini blanca y negra de Miu Miu de la tienda de segunda mano. Tendría que servir.
El administrador de catering le entregó un trozo de papel con las instrucciones. —El Chef Duncan cocinará y trabajarás con Haley Kittle. Te dirá que hacer. Estate allí a las diez. Está bien pagado, así que haz un buen trabajo.
Después de volver de nadar en el arroyo esa tarde, Meg finalmente miró la información que le había dado el administrador de catering. La dirección le parecía familiar. Bajó la vista a la parte inferior de la hoja donde estaba escrito el nombre de la persona para la que iba a trabajar.
Francesca Beaudine.
Hizo una bola con el papel. ¿A qué tipo de juego estaba jugando Francesca? ¿En serio pensaba que Meg cogería el trabajo? Salvo que Meg acaba de hacer eso precisamente. Tiro al suelo su camiseta con el logo feliz y la pisoteó durante un rato por toda la cocina, maldicieno a Francesca y maldiciéndose a sí misma por no haber leído antes la información, cuando todavía podía haber rechazado el trabajo. ¿Lo habría hecho? Probablemente no. Su estúpido orgullo no se lo permitiría.
La tentación de descolgar el teléfono y llamar a Justin era casi insoportable. En lugar de eso, se hizo un sándwich y se lo fue a comer al cementerio sólo para descubrir que había perdido el apetito. No era una coincidencia que esto ocurriera mientras él estaba fuera. Francesca había ejecutado un preciso ataque, diseñado para poner en su lugar a Meg. Probablemente daba igual que Meg aceptara o no. Lo que quería, era dejar clara su opinión en este asunto. Meg era una forastera, una aventurera en sus horas bajas que se veía forzada a trabajar por pequeño salario la hora. Una forastera a la que sólo se le permitía la entrada a la casa de Francesca como parte del servicio.
Meg lanzó el sándwich a la maleza. Que les jodan.
Llegó al complejo Beaudine poco antes de lasdiez de la mañana siguiente. Se había puesto sus plataformas rosa brillante conla blusa blanca y la minifalda de Miu Miu.
No serían los zapatos más cómodospara trabajar, pero la mejor defensa contra Francesca era una dura ofensiva, ylas plataformas enviában el mensaje de que ella no tenía intención de serinvisible.
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Llamame Irresitible
Teen FictionMeg Koranda es la mejor amiga de Lucy Jorik, que está a punto de casarse con Justin Beudine. Justin es la clase de hombre por quien toda mujer suspira, al que todo los padres adora y cuya vida quisiera tener cualquier hombre. Es el tipo perfecto par...