Capitulo 39

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Él señaló hacia unas tuberías que salían de la tierra. —Los vertederos desprenden metano, así que tiene que estar monitorizado. Pero el metano puede se recogido y usado para generar electricidad, que es lo que planeamos hacer.

Ella lo miró desde debajo de la visera de su gorra de béisbol. —Todo eso suena demasiado bien.

—Eso es un campo de golf del futuro. No podemos permitirnos más campos como Augusta, eso es malditamente cierto. Campos como ese son dinosaurios, con su hierba tan tratada que puedes comer en ella y sus cuidados terrenos succionadores de agua.

—¿A Spence le gusta todo eso?

—Diremos que una vez empecé a exponer el valor publicitario de la construcción de un campo de golf verdaderamente sensible al medio ambiente, la importancia que eso le reportaría, y no sólo en el mundo del golf, se mostró muy interesado.

Tuvo que admitir que era una estrategia brillante. Ser anunciado como un pionero respecto al medio ambiente fertilizaría el enorme ego de Spence. — Pero no he oído a Spence mencionar nada de esto.

—Está demasiado ocupado mirándote las tetas. Las cuáles, por cierto, merecen la pena ser miradas.

—¿Sí? —Ella se apoyó contra el parachoques de la camioneta, con las caderas ligeramente hacia delante, con los shorts marcándole el hueso de las caderas, más que feliz por tener un poco de tiempo para pensar en lo que acababa de descubrir sobre Justin Beaudine.

—Sí —. Él la miró con su mejor sonrisa torcida, la cuál casi parecía

genuina.

—Estoy completamente sudada —, dijo.

—No me importa.

—Perfecto —. Ella quería quitarle esa fría confianza, confundirlo como él hacia con ella, así que se quitó la gorra, agarró el borde de su demasiado ajustada camiseta recortada y se la sacó por la cabeza. —Soy la respuesta a tus sueños de casanova, chico grande. Sexo sin toda esa mierda emocional que tú odias.

Él le tocó el sujetador azul marino sudado que se aferraba a su piel. — ¿Qué hombre no lo hace?

—Pero tú realmente lo odias —. Ella dejó caer su camiseta al suelo. — Eres el tipo de persona que deja las emociones al margen. No es que me esté quejando de lo que pasó anoche. Por supuesto que no —. Cállate, se dijo a sí misma. Simplemente cállate.

Arqueó una ceja ligeramente. —Entonces, ¿por qué parece que lo estuvieras haciendo?

—¿Lo hace? Lo siento. Tú eres lo que eres. Quítate los pantalones.

—No.

Le había cortado el rollo por culpa de su bocaza. Y, en realidad, ¿por qué tenía quejarse? —Nunca he conocido a un tío tan ansioso por quedarse con la ropa puesta. ¿Qué pasa contigo de todos modos?

 El hombre que nunca se ponía a la defensiva atacó. —¿Tienes algún problema con lo que pasó anoche del que no estoy al tanto? ¿No quedaste satisfecha?

—¿Cómo podría no haber quedado satisfecha? Deberías comerciar con lo que sabes del cuerpo femenino. Juró que me llevaste a un viaje hasta las estrellas por lo menos tres veces.

—Seis.

Los había estado contando. No estaba sorprendida. Pero ella estaba loca. ¿Por qué sino insultaría al único amante que había tenido que se preocupaba más por el placer de ella que por el suyo propio? Necesitaba ver a un terapeuta.

—¿Seis? —Ella rápidamente buscó en su espalda y desabrochó el sujetador. Manteniendo sus manos sobre las copas del sujetador, dejo que los tirantes se deslizaran por sus hombros. —Entonces será mejor que hoy te lo tomes con calma.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora