Capitulo 46

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—¡Te he echado de menos! —Parecía muy pequeña entre los brazos de su alta descendencia, era difícil de creer que pudiera haber dado a luz a ese hombre. —Llamé, de verdad, pero el timbre no funcionaba.

—Está desconectado. Estoy trabajando en una cerradura para la entrada que pueda leer las huellas dactilares —. Le devolvió el abrazo y luego la soltó. —¿Cómo fue tu entrevista a los heroicos policías?

—Estuvieron maravillosos. Todas mis entrevistas fueron bien, excepto por esa bestia de actor, cuyo nombre nunca volveré a pronunciar —. Ella levantó las manos. Y ahí es cuando vio a Meg.

Tenía que haber visto el Rustmobile aparcado fuera, pero el shock que agrandó sus ojos verdes de gato sugería que había asumido que el coche pertenecería a alguna persona del servicio o al más plebeyo del grupo de amigos poco ortodoxo de Justin. La apariencia desaliñada de Meg y Justin no dejaba dudas sobre lo que habían estado haciendo, y cada pelo de loca de ella.

—Mamá, estoy seguro que recuerdas a Meg.

Si Francesca hubiera sido un animal, se le hubiera erizado el pelo de la nuca. —Oh, sí.

Su enemistad le habría resultado cómica si Meg no hubiera tenido ganas de vomitar. —Señora Beaudine.

Francesca se apartó de Meg y se centró en su amado hijo. Meg estaba acostumbrada a ver enfado en los ojos de un padre, pero no podía soportar ver a Justin ser el receptor del mismo, y ella cortó a Francesca antes de que pudiera decir nada. —Me tiré encima de él al igual que cualquier mujer del universo. No pudo hacer nada. Estoy segura que lo ha visto al menos unas cien veces.

Tanto Francesca como Justin la miraron, Francesca con manifiesta hostilidad y Justin con incredulidad.

Meg intentó alargar la camiseta de Justin para que la cubriese más. —Lo siento Justin. Esto... uh... no volverá a ocurrir. Me... iré ahora mismo —. Excepto porque necesitaba las llaves del coche que estaban metidas en el bolsillo de sus shorts, y la única forma que podía recuperarlas era volviendo a la habitación de él.

—No vas a ningún sitio, Meg —, dijo calmadamente Justin. —Mamá, Meg no se ha tirado sobre mí. Apenas me aguanta. Y esto no es asunto tuyo.

Meg le dio con la mano. —Justin, no deberías hablarle así a tu madre.

—No intentes hacerle la pelota —, dijo él. —No hará ningún bien.

Pero hizo un último intento. —Fui yo —, le dijo a Francesca. —Soy una mala influencia.

—Ya basta —. Él gesticuló hacia los tappers de comida en la encimera. —Íbamos a cenar, mamá. ¿Por qué no te unes a nosotros?

Eso tampoco iba a pasar.

—No, gracias —. Su marcado acento británico hacia que sus palabras fueran todavía más gélidas. —Hablaremos más tarde —. Salió disparada de la cocina y sus zapatos fueron dejando furiosas marcas a lo largo del suelo.

La puerta de la entrada se cerró, pero el olor de su perfume, ligeramente superpuesto con cicuta, permaneció. Meg lo miró con tristeza. —Las buenas noticias son que eres demasiado mayor para que te castigue sin salir.

—Lo que no le impedirá intentarlo —. Él sonrió y levantó la botella de cerveza. —Es difícil tener una relación amorosa con la mujer más impopular del pueblo.

—¡Se está acostando con ella! —Exclamó Francesca. —¿Sabías que esto estaba pasando? ¿Sabías que se estaba acostando con ella?

Emma se acababa de sentar a desayunar con Kenny y los niños cuando sonó el timbre. Kenny había visto la cara de Francesca, había agarrado la cesta de muffins y a los niños, y desapareció. Emma acompañó a Francesca al porche, esperando que su lugar favorito de la casa calmara a su amiga, pero la perfumada brisa de la mañana y las adorables vistas del prado no fueron suficientes para calmarla.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora