Capitulo 53

2 0 0
                                    

—Señoras —. La mirada de Justin fue de la camisa blanca de camarera de Meg hasta su madre, quién repentinamente se había convertido en un torbellino en movimiento.

—Coje una silla, querido. Ponla al lado de Shelby —. Su pequeña mano fue desde su pelo, a las pulseras y luego a las servilletas, un pájaro del paraíso buscando un lugar seguro donde apoyarse. —Afortunadamente, mi hijo se siente muy cómodo entre mujeres.

Torie resopló. —Ni lo que lo dudes. Ha salido con la mitad de las de están aquí.

Justin inclinó la cabeza hacia la asamblea. —Y disfruté cada momento.

—No cada momento —, dijo Zoey. —¿Recuerdas cuando Bennie Hanks tupió todos los aseos justo antes del concierto coral de quinto grado? Nunca llegamos a cenar esa noche.

—Pero conseguí ver a una joven y entregada educadora en acción —, dijo Justin galantemente, —y Bennie aprendió una valiosa lección.

Un anhelo momentáneo suavizó los rasgos de Zoey, un pensamiento dedicado a lo podría haber sido. En su reconocimiento había que decir que volvió de su ensoñación. —Bennie está en el campamento espacial en Huntsville. Espero que ellos protejan mejor sus aseos.

Justin asintió, pero ya había fijado de nuevo su atención en su madre. Sus ojos firmes, sin una sonrisa en la boca. Francesca se abalanzó sobre su vaso de agua. Emma les dirigió una mirada ansiosa y rápidamente metió baza. —Justin, ¿has tenido éxitos en tu viaje de negocios?

—Si, lo tuve —. Lentamente retiró la vista de su madre y se enfocó en Meg. Pretendió no darse cuenta y sirvió el primer soufflé con una floritura como si el postre no tuviera un cráter gigante en el medio.

Se acercó a ella, su mandíbula tercamente cerrada. —Permíteme ayudarte, Meg.

Las luces amarillas de precaución se encendieron en su cabeza. —No hace falta —. Tragó saliva. —Señor.

Los ojos de él se estrecharon. Ella cogió el siguiente recipiente. Tanto Francesca como Emma sabían que estaban juntos, y también lo sabía el misterioso Tom el mirón que podría tratarse del invasor de su casa. ¿Estaba ahora mismo aquí esa persona, observándolos? Esa posibilidad sólo representaba una parte de su creciente sentimiento de aprensión.

Justin le cogió el ramequín y comenzó a servir a cada invitada con una sonrisa fácil y un cumplido perfectamente elegido. Meg parecía ser la única persona en notar la tensión que acechaba en las esquinas de esa sonrisa.

Francesca mantuvo una alegre conversación con sus invitadas, actuando como si su hijo siempre ayudase al personal del catering. Los ojos de Justin se oscurecieron cuando Shelby anunció que la subasta para Ganar un Fin de Semana con Justin Beaudine había alcanzado los once mil dólares. —Nos han llegado ofertas de todos los sitios gracias a la publicidad que conseguimos.

Kayla no parecía tan feliz como las otras, lo que sugería que Papá le había cortado el grifo para la subasta.

Una de las golfistas lo llamó con la mano para atraer su atención. —Justin, ¿es cierto que un equipo de The Bacheloris va a venir a Wynette para tomar imágenes del acontecimiento?

—No, no es verdad —, dijo Torie. —Él no podría pasar su test de estupidez.

La bandeja finalmente estaba vacía y Meg intentó escaparse, pero cuando echó a correr hacia la cocina, Justin la siguió.

El chef era todo sonrisas cuando vio quién había aparecido. —Hola, señor Beaudine. Me alegro de verle —. Dejó la cafetera que acababa de llenar. —Oí que estaba fuera del pueblo.

—Acabo de regresar, chef —. El forzado buen humor de Justin se esfumó cuando se centró en Meg. —¿Qué estás haciendo sirviendo el almuerzo en la reunión de mi madre?

—Estoy ayudando —, dijo ella, —y estás en mi camino —. Agarró un postre extra de la encimera y se lo dio. —Siéntate y come.

El chef se precipitó hacia la encimera central. —No puedes darle ese. Ya se ha hundido.

Afortunadamente, el chef no sabía que los otros veinte habían corrido la misma suerte. —Justin no lo notará —, dijo ella. —Come crema de malvavisco directamente del bote —. Era ella quién lo hacía, pero la vida en Wynette le había enseñado el valor de la tergiversación.

Justin puso de nuevo el recipiente del postre en la encimera, su expresión seria. —Mi madre te obligó a esto, ¿no?

—¿Obligarme a mí? ¿Tu madre? —Ella se lanzó a por la jarra de café, pero no fue lo suficientemente rápida y él se la quitó por detrás. —Devuélvemela —, dijo ella. —No necesito tu ayuda. Lo que necesito es que salgas de mi camino para poder hacer mi trabajo.

—¡Meg! —La cara ya de por sí roja del chef se volvió púrpura. —Lo siento, señor Beaudine. Meg no ha trabajado antes de camarera y tiene mucho que aprender sobre cómo tratar a la gente.

—Dímelo a mí —. Justin desapareció por la puerta con el café.

Él lo iba a echar todo a perder. No sabía cómo. Sólo sabía que él iba a hacer algo terrible y tenía que detenerlo. Cogió la jarra de té helado y se precipitó detrás de él.

Ya había empezado a llenar tazas sin preguntar lo que quería cada una, pero no protestaron ni las que bebían té. Estaban demasiado ocupadas quejándose sobre él. Justin no miraba a su madre, y en la frente de Francesca se habían formado otros dos surcos.

Meg se dirigió al lado opuesto del comedor y comenzó a rellenar vasos de té helado. La mujer que Zoey había identificado como la madre de Hunter Gray gesticuló hacia Meg. —Torie, esa se parece a tu falda de Miu Miu. La que llevaste cuando fuimos a ver Vampire Weekendin Austin.

Justin interrumpió su conversación con la agente de Francesca. Torie clavó sus dorados y perezosos ojos en la falda de Meg. —Copian de todo hoy en día. Sin ánimo de ofender, Meg. Es una imitación bastante decente.

Pero no era una imitación, y Meg comprendió de repente las miradas veladas que recibía cada vez que se ponía una de las prendas que había elegido en la tienda de segunda mano de Kayla.

 Todo este tiempo había estado usando la ropa que ya no usaba Torie O'Connor, ropa que era inmediatamente identificable y que nadie más en el pueblo compraría. Y todo el mundo había participado en la broma, incluyendo a Justin.

Birdie le lanzó a Meg una mirada de suficiencia cuando le tendió su vaso de té helado. —Las demás tenemos demasiado orgullo como para llevar la ropa vieja de Torie.

—Por no mencionar que no tenemos el cuerpo para poder hacerlo —, dijo Zoey.

A Kayla se le encrespó el pelo. —Le sigo diciendo a Torie que ganaría mucho más dinero si enviara sus cosas a una tienda de segunda mano en Austin, pero dice que es demasiado lioso. Hasta que llegó Meg, sólo podía vender sus cosas a gente de fuera del pueblo.

Los comentarios le habrían dolido, excepto por una cosa. Todas las mujeres, incluso Birdie, hablaron en voz lo suficientemente baja para que sólo Meg pudiera escuchar sus pullas. No tuvo tiempo de reflexionar sobre porque lo habían hecho ya que Justin dejó la jarra de café y fue directamente hacia ella.

Aunque su sencilla sonrisa estaba plantada firmemente en su cara, la determinación de sus ojos decía algo peligroso. Una colisión de coches se dirigía hacia ella y no podía pensar en ni una sola forma de evitarlo.

Se detuvo en frente de ella, le quitó la jarra de té helado de la mano y se la pasó a Torie. Meg dio un paso atrás sólo para sentir los dedos de él alrededor de su nuca, manteniéndola en su lugar. —¿Por qué no vas a ayudar al chef en la cocina, cariño? Yo recogeré los platos.

¿Cariño?

El motor rugió, las ruedas chirriaron, los frenos echaron humo y el coche a toda velocidad se estrelló contra el carrito de bebé. Justo allí, en frente de las mayores chismosas de Wynette, Texas, Justin Beaudine inclinó su cara, selló sus legendarios labios sobre los de ella y anunció al mundo entero que no iba a hacer más cosas a escondidas. 

Meg Koranda era la nueva mujer de su vida.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora