Capítulo 65

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—Yo también soy creyente de lo que mujeres mirando por el beneficio de mujeres —, dio Sunny. —Estar tanto alrededor de él tampoco es bueno para ti. He escuchado decir a más gente de la que puedo contar que lo tienes embobado, pero las dos sabemos que eso no es del todo cierto. Afrontémoslo, Meg. Justin nunca va a estar contigo. No tenéis nada en común.

Excepto padres famosos, una educación privilegiada, pasión por la ecología y una alta tolerancia por lo absurdo, algo que Sunny nunca comprendería.

—Justin está cómodo contigo porque le recuerdas a Lucy —, saltó Sunny. —Pero eso a todo lo que llegará. Estando aquí te está cortando las alas y haciendo más complicada mi relación con él.

—Tú realmente eres contundente.

Se encogió de hombros. —Creo en ser honesta.

Pero a lo que Sunny llamaba honestidad no era más que cruel desprecio por cualquier sentimiento u opinión que no fuera la suya.

—La sutileza nunca ha sido mi fuerte —, dijo con el orgullo que enarbolaba su propia importancia. —Si estás dispuesta a desaparecer, yo estoy dispuesta a ayudarte a empezar con tu negocio de joyería.

—¿Dinero de sangre?

—¿Por qué no? No eres una mala inversión. Incorporando reliquias auténticas a tus piezas, has tropezado con un bonito y pequeño mercado que podría ser muy rentable.

—Excepto por el detallo de que no estoy segura de querer estar en el negocio de la joyería.

Sunny no podía comprender que alguien rechazara un negocio viable y apenas pudo ocultar una mueca de desprecio. —¿Y qué vas a hacer?

Estaba a punto de decirle que se ocuparía ella misma de su futuro cuando escuchó unas ruedas en la grava. Ambas se giraron cuando un coche extraño frenó detrás de ellas. El sol le daba en los ojos, así que no pudo ver quién estaba conduciendo, pero la interrupción no la sorprendía. Los buenos ciudadanos de Wynette no la dejarían a solas con un Skipjack mucho tiempo.

Pero cuando la puerta se abrió, su estómago se revolvió. La persona que salió del sedán oscuro fue Spence. Ella se giró hacia Sunny. —Llévame de vuelta al pueblo.

Pero los ojos de Sunny estaban puestos en su padre mientras él se acercaba, su sombrero Panama ocultando la mitad de su rostro. —Papá, ¿qué estás haciendo aquí?

—Me dijiste que ibas a hacer las fotos hoy.

A Meg no le quedaban fuerzas para hacer frente a esto. —Quiero volver al pueblo ahora.

—Déjanos a solas —, le dijo Spence a su hija. —Tengo unas cuantos cosas que necesito decirle a Meg en privado.

—¡No! No te vayas.

La alarma de Meg confundió a Sunny, cuya sonrisa de bienvenida a su padre desapareció. —¿Qué está pasando?

Spence inclinó su cabeza hacia el coche de su hija. —Nos veremos de vuelta en el pueblo. Vete.

—Voy donde tú vayas, Sunny —, dijo Meg. —No quiero quedarme a solas con él.

Sunny la miró como si estuviera llena de gusanos. —¿Qué te pasa?

—Meg es una cobarde —, dijo él. —Eso es lo que le pasa.

Meg no volvería a ser su víctima indefensa. —Sunny, tu padre me atacó ayer.

—¿Atacó? —Spence se rió groseramente. —Esa sí que es buena. Muéstrame alguna marca que tengas y te daré un millón de dólares.

La compostura habitual de Sunny había desaparecido y se dirigió a Meg con repugnancia. —¿Cómo puedes decir algo tan vil?

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora