Pasó por la destrozada cocina y salió por la puerta trasera. —Hola, mamá.—Hola, cariño. ¿Cómo te va el trabajo?
—Genial. Realmente genial —. Se sentó en el escalón. El cementó todavía conservaba el calor del día, y sintió ese calor a través de la falda desechada por Torie O'Connor.
—Tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti.
Su madre todavía creía la ilusión de que Meg era coordinadora de actividades en el club, algo que tendría que aclararle muy pronto. —Honestamente, no es un gran trabajo.
—Oye, sé mejor que nadie lo que es trabajar con grandes egos, y tienes que tratar con mucho de eso en el club de campo. Lo cuál me lleva a la razón de mi llamad. Tengo buenas noticias.
—Belinda murió y me dejó todo su dinero.
—Eso quisieras. No, tu abuela vivirá para siempre. Es una de esos muertos vivientes. La buena noticia es... Tu padre y yo vamos a ir a visitarte.
Oh, Dios... Meg saltó del escalón. Una docena de escenas horribles pasaron por su cabeza. Los cojines rajados del sofá... Los cristales rotos... El carrito de bebidas... La cara de todos los que le guardaban resentimiento.
—Te echamos de menos y queremos verte —, dijo su madre. —Queremos conocer a tus nuevos amigos. Estamos tan orgulloso de cómo has cambiado.
—Es... es genial.
—Tenemos que resolver algunas cosas pero acabaremos pronto. Una visita rápida. Sólo uno o dos días. Te echo de menos.
—Yo también te echo de menos, mamá —. Tendría tiempo de limpiar el lío de dentro de la iglesia, pero eso era sólo la punta del iceberg. ¿Qué iba a hacer con el trabajo? Barajó las posibilidades de ser ascendida a coordinadora de actividades antes de la visita de sus padres y llegó a la conclusión que sería más fácil que la invitaran a una fiesta de pijamas a casa de Birdie. Se estremeció ante la idea de presentar a Justin a sus padres. No hacia falta mucha imaginación para ver a su madre arrodillándose y rogando por que Justin no fuera un idiota.
Decidió encarar su problema más sencillo. —Mamá, hay una cosa... Mi trabajo. No es tan impresionante.
—Meg, deja de infravalorarte. No puedes cambiar el hecho de que has crecido en una familia con cualidades extraordinarias. Nosotros somos los extraños. Tú eres una mujer guapa, normal e inteligente que perdió el rumbo por toda la locura que te rodeaba. Pero ya has dejado eso atrás. Has empezado de nuevo y no podríamos estar más orgullosos. Tengo que irme. Te quiero.
—Yo también te quiero —, dijo Meg débilmente. Y luego, después de que su madre hubiera colgado: —mamá, soy la chica del carrito de bebidas, no la coordinadora de actividades. Pero mis joyas se están vendiendo muy bien.
La puerta de atrás se abrió y apareció Justin. —Enviaré a alguien mañana para que limpie.
—No —, dijo ella con cansancio. —No quiero que nadie lo vea.
Él lo comprendió. —Entonces quédate aquí y relájate. Me ocuparé de esto.
Todo lo que quería hacer era hacerse un ovillo y pensar en todo lo que había ocurrido, pero había pasado demasiados años dejando que otras personas fueran limpiando detrás de ella. —Estoy bien. Espera a que me cambie de ropa.
—No deberías tener que hacer esto.
—Tú tampoco —. Esa cara dulce y bonita le hacía daño. Hace unas semanas, se habría preguntado qué hacia un hombre como Justin con una mujer como ella, pero algo había empezado a cambiar en su interior, una sensación de satisfacción consigo misma que había comenzado a hacer que se sintiera un poco más digna.
Él arrastró al exterior el arruinado futón, siguió con el sofá dañado y las sillas que había cogido del club. Soltó algunas bromas mientras trabajaba para levantarle el ánimo. Ella barrió los cristales rotos, teniendo cuidado de no tirar accidentalmente algunas de sus preciosas cuentas. Cuando estuvo satisfecha, fue a la cocina para limpiarla, pero él ya lo había hecho.
Cuando quisieron terminar, estaba casi oscuro y estaban hambrientos. Llevaron las sobras del almuerzo y dos botellines de cerveza al cementerio y lo pusieron sobre unas toallas de baño. Comieron directamente de los tappers, con sus tenedores tocándose ocasionalmente. Necesitaba hablar sobre lo que había ocurrido en la casa de su madre, pero esperó hasta que terminaron antes de abordar el tema. —No deberías haber hecho lo que hiciste durante el almuerzo.
Él se apoyó contra la lápida de Horace Ernst. —¿Y qué fue lo que hice?
—No juegues. Besarme —. Intentó suprimir la sensación que todavía le producía ese recuerdo. —A estas alturas todo el pueblo sabrá que estamos juntos. Spence y Sunny no tardarán más de cinco minutos antes de enterarse cuando vuelvan.
—Deja que yo me preocupe por Spence y Sunny.
—¿Cómo pudiste hacer alto tan estúpido? —Tan maravilloso.
Justin estiró sus piernas hacia la tumba de Mueller. —Quiero que te traslades a mi casa durante un tiempo.
—¿Estás prestando atención a algo de lo que te estoy diciendo?
—Ahora todo el mundo sabe lo nuestro. No hay razón para que no vengas a vivir conmigo.
Después de lo que había hecho por ella, no podía seguir luchando contra él más tiempo. Cogió un palo y le quitó la corteza con una uña. —Aprecio tu oferta, pero vivir contigo sería tocarle las narices a tu madre.
—Yo me ocupo de mi madre —, dijo él con gravedad. —La quiero, pero no me dirige la vida.
—Ya, eso es lo que decimos todos. Tú. Yo. Lucy —. Clavó el palo en la tierra. —Son mujeres poderosas. Están sanas, son listas, gobiernan sus mundos y nos aman ferozmente. Una poderosa combinación que hace difícil fingir que son madres normales.
—No te vas a quedar aquí sola. Ni siquiera tienes donde dormir.
Miró a través de los árboles hacia los desechos que era ahora su futón. Quién había hecho esto, no se iba detener mientras Meg permaneciera en Wynette. —Está bien —, dijo ella. —Pero sólo esta noche.
Le siguió hasta su casa en el Rustmobile. Apenas habían entrado en su casa cuando él la atrajo hacia su pecho e hizo una llamada telefónica con una sola mano. —Mamá, alguien entró en la iglesia y la destrozó, así que Meg se va a quedar un par de días conmigo. La asustas y estoy enfado contigo, así que no eres bienvenida aquí ahora mismo, déjanos solos —. Él colgó.
—Ella no me asusta —, protestó Meg. —No mucho, de todas formas.
Él la besó en la nariz, la giró en dirección a las escaleras y le dio unas palmaditas en el trasero, demorándose en el dragón. —Por mucho que odie decir esto, estás muerta de sueño. Vete a la cama. Subiré luego.
—¿Una cita ardiente?
—Incluso mejor. Voy a llamar para que pongan una cámara de vigilancia en la iglesia —. Su voz era casi dura. —Algo que habría hecho antes si me hubieras contado que ya habían entrado.
No era tan estúpida como para tratar de defenderse. En lugar de eso, envolvió sus brazos alrededor de él y lo tiró sobre el suelo de bambú. Después de todo lo que había ocurrido hoy, esta vez sería diferente. Esta vez él tocaría algo más que su cuerpo.
Se puso encima de él, cogiendo su cabeza entre sus manos y besándolo ferozmente. Él la besó con su acostumbrada habilidad. Despertándola con su ingenio embriagador. La dejó sudorosa, sin aliento y casi... pero no suficientemente... satisfecha.
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Llamame Irresitible
Teen FictionMeg Koranda es la mejor amiga de Lucy Jorik, que está a punto de casarse con Justin Beudine. Justin es la clase de hombre por quien toda mujer suspira, al que todo los padres adora y cuya vida quisiera tener cualquier hombre. Es el tipo perfecto par...