Birdie llevaba un traje formal de punto color berenjena. Había puesto la chaqueta en el respaldo de la silla, revelando una camiseta de tirantes blanca y unos brazos regordetes y ligeramente pecosos. Haley no se había molestado en maquillarse, lo que habría mejorado su aspecto si no hubiera estado tan pálida y tensa. Saltó de la mesa como un gato. —Mamá tiene algo que decirte.
Meg no quería oír nada de lo que Birdie Kittle tuviera que decir, pero ocupó la silla vacía entre ellas. —¿Cómo te sientes? —le preguntó a Haley. —Espero que mejor que ayer.
—Estoy bien —. Haley se volvió a sentar y cogió una galleta con trocitos de chocolate de una caja de cartón frente a ella. Meg recordó la conversación que había escuchado en el almuerzo.
—Haley estuvo otra vez con Kyle Bascom anoche —, había dicho Birdie. —Lo juro por Dios, si está embarazada...
La semana pasada, Meg había visto a Haley en el aparcamiento con un chico desgarbado de su edad, pero cuando lo había mencionado, Haley había estado evasiva.
Ella rompió un trozo de galleta. Meg había intentado vender esas mismas galletas en el carrito de bebidas, pero las virutas se derretían. —Adelante, mamá —, dijo Haley. —Pregúntale.
Birdie frunció la boca y su pulsera de oro chocó contra el borde de la mesa. —Escuché lo del asalto a la iglesia.
—Sí, parece que todo el mundo lo ha hecho.
Birdie quitó la envoltura a la pajita y la metió en su bebida. —Hablé con Shelby hace un par de horas. Fue amable de su parte invitarte a su casa. Ya sabes, no tenía por qué hacerlo.
Meg mantuvo su respuesta en un tono neutral. —Me doy cuenta de eso.
Birdie removió el hielo con la pajita. —Como parece que no estás dispuesta a quedarte allí, Haley pensó...
—¡Mamá! —Haley le lanzó una mirada asesina.
—Bueno, pardon. Yo pensé que podrías estar más a gusto en el hotel. Está más cerca del club que la casa de Shelby, así que no tendrías que conducir tanto para venir a trabajar y ahora mismo tengo habitaciones libres —. Birdie pinchó tan fuerte la parte inferior de la taza de cartón que le hizo un agujero. —Puedes quedarte en la habitación Jasmine, enhorabuena. Hay una cocina, que puede que recuerdes de todas las veces que la limpiaste.
—¡Mamá! —El color inundó la pálida cara de Haley. Había algo frenético en ella que preocupaba a Meg. —Mamá quiere que te quedes allí. No sólo yo.
Meg lo dudaba mucho, pero significaba mucho para ella que Haley valorara tanto su amistad como para enfrentarse a su madre. Cogió un trozo de galleta que Haley no se había comido. —Apreció la oferta, pero ya tengo planes.
—¿Qué planes? —dijo Haley.
—Voy a volver a la iglesia.
—Justin nunca dejará que hagas eso —, dijo Birdie.
—Ha cambiado las cerraduras y yo quiero volver a mi casa —. No mencionó la cámara de seguridad que él tenía intención de terminar de instalar hoy. Contra menos gente lo supiese, mejor.
—Sí, bueno, no siempre podemos conseguir lo que queremos —, dijo Birdie rememorando a Mick Jagger. —¿Estás pensando en alguien más a parte de ti misma?
—¡Mamá! Es bueno que vuelva a la iglesia. ¿Por qué tienes que ser tan negativa?
—Lo siento, Haley, pero te niegas a reconocer todo el lío que Meg ha provocado. Ayer, en casa de Francesca... No estuviste allí, por lo que es posible que...
—No estoy sorda. Te escuché al teléfono con Shelby.
Aparentemente el código de silencio tenía algunos fallos.
Birdie casi tiró su bebida cuando se levantó de la silla. —Todos estamos intentando hacer lo que podemos para arreglar tus desastres, Meg Koranda, pero no podemos hacerlo todo. Necesitamos un poco de colaboración —. Cogió su chaqueta y se fue, con su pelo pelirrojo ardiendo bajo el sol.
Haley migó su galleta dentro de la caja de cartón. —Creo que deberías volver a la iglesia.
—Parece que eres la única —. Mientras Haley miraba a lo lejos, Meg la observó con preocupación. —Obviamente, no me las estoy apañando muy bien con mis propios problemas, pero sé que algo te preocupa. Si quieres hablar, estaré aquí para escucharte.
—No tengo nada sobre lo que hablar. Tengo que volver al trabajo —. Haley cogió el refresco que había dejado su madre y las migas de la galleta, y regresó a la tienda de bocadillos.
Meg se dirigió al edificio principal para recoger el carrito de bebidas. Lo había dejado cerca de la fuente de agua potable y, justo cuando llegaba allí, una figura muy familiar y muy desagradable se acercaba por la esquina del edificio. Su vestido veraniego de diseño y sus zapatos de tacón Louboutin sugerían que no había ido a jugar un partido de golf. En lugar de eso, se dirigía con paso decidido hacia Meg, sus tacones sonaron tap—tap—tap sobre el asfalto para, a continuación, quedarse en silencio al pisar el césped.
Meg resistió la urgencia de hacer la señal de la cruz, pero cuando Francesca se detuvo frente a ella, no pudo reprimir un gemido. —No diga lo que creo que va a decir.
—Sí, bueno, a mí tampoco me hace mucha gracia todo esto —. Con un rápido movimiento de su mano se puso sus gafas de sol Cavalli en la cabeza, revelando esos luminosos ojos verdes, con sombra de ojos bronce y rimel oscuro cubriendo sus pestañas ya de por sí gruesas. El poco maquillaje con el que Meg había comenzado el día hacia horas que lo había sudado, y mientras que Francesca olía a Quelques Fleurs, Meg olía a cerveza.
Miró a la diminuta madre de Justin. —¿Podría, por lo menos, darme un arma primero para que me dispare a mí misma?
—No seas tonta —, replicó Francesca. —Si tuviera un arma, ya la habría usado contigo —. Ella le dio un manotazo a una mosca que tuvo la audacia de zumbar cerca de su exquisito rostro. —Nuestra casa de invitados está separada de la casa principal. Tendrías privacidad.
—¿También tengo que llamarte mamá?
—Buen Dios, no —. Algo sucedió con la esquina de su boca. ¿Una mueca? ¿Una sonrisa? Imposible de decir. —Llámame Francesca como el resto.
—Vale —. Meg metió los dedos en su bolsillo. —Sólo por curiosidad, ¿alguien en este pueblo es remotamente capaz de meterse en sus propios asuntos?
—No. Y esa es la razón por la que desde el principio insistí para que Dallie y yo siguiéramos teniendo una casa en Manhattan. ¿Sabías que la primera vez que Justin vino a Wynette tenía nueve años? ¿Puedes imaginarte cuantas de las peculiaridades locales se le habrían pegado si hubiera vivido aquí desde que nació?
Ella exhaló. —No lo quiero ni pensar.
—Aprecio tu oferta, al igual que apreció las ofertas de Shelby y Birdie Kittle, pero, por favor, ¿podrías informar a tu aquelarre que voy a volver a la iglesia?
—Justin nunca lo permitirá.
—Justin no tiene voto en esto —, espetó Meg.
Francesca mostró un pequeño gesto de satisfacción. —Estás demostrando que no conoces tan bien a mi hijo como tú te crees. La casa de invitados tiene la puerta abierta y la nevera está llena. Ni siquiera tendrás que verme —. Y se fue.
Cruzó la hierba.
Luego la zona del asfalto.
Tap . . . tap . . . Tap . . . tap . . . Tap . . . tap . . .
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Llamame Irresitible
Teen FictionMeg Koranda es la mejor amiga de Lucy Jorik, que está a punto de casarse con Justin Beudine. Justin es la clase de hombre por quien toda mujer suspira, al que todo los padres adora y cuya vida quisiera tener cualquier hombre. Es el tipo perfecto par...