Capítulo 69

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Los coches llenaban el aparcamiento del Roustabout y se extendían hasta la carretera.

 Meg aparcó detrás de un Honda Civic. Mientras caminaba por la carretera no se molestó en buscar la camioneta o Mercedes Benz de Justin. Sabía que no estaría aquí, al igual que sabía que todos los demás se habían reunido dentro para comentar la catástrofe de esa tarde.

Respiró profundamente y abrió la puerta. El olor a fritos, cerveza y barbacoa la invadió mientras miraba alrededor. La gran sala estaba repleta. La gente estaba de pie a lo largo de las paredes, entre las mesas y en el pasillo que llevaba a los baños.

 Torie, Dex y todos los Traveler se apretaban en torno a un a una mesa para cuatro. Kayla, su padre, Zoey y Birdie estaban sentados cerca. Meg no vio ni a Dallie ni a Francesca, aunque Skeet y algunos de los caddies senior estaban apoyados en la pared de al lado de los videojuegos, bebiendo cerveza.

Pasó un rato antes de que alguien de la multitud se fijara en ella, y luego el rumor se corrió como la pólvora. Pequeños momentos de silencio que se hacían más grandes según pasaba el tiempo. Primero se propagó por la barra, luego se fue extendiendo por todo el lugar hasta que los únicos sonidos que quedaron fueron el tintineo de los vasos y la voz de Carrie Underwood que salía del tocadiscos.

Habría sido mucho más fácil escabullirse, pero estos últimos meses le había enseñado que no era la perdedora que creía que era. Era lista, sabía cómo trabajar duro y finalmente tenía un plan, aunque frágil, para su futuro.

 Así que, a pesar de que estaba empezando a marearse, se obligó a caminar hacia Pete Laraman, que siempre le había dado cinco dólares de propina por los Miky Ways fríos que le llevaba. —¿Puedo tomar prestada tu silla?

Él renunció a su asiente, e incluso le tendió la mano, un gesto que sospechó que estaba más motivado por la curiosidad que por la cortesía. Alguien desenchufó la máquina de discos, y Carrie se cortó a mitad de canción. Ponerse de pie encima de la silla podía no haber sido una buena idea porque le fallaban las rodillas, pero si iba a hacer esto, tenía que hacerlo bien, y para eso era necesario que todo el mundo en la sala fuera capaz de verla.

Ella habló en el silencio. —Sé que todos me odias ahora mismo, y no hay nada que pueda hacer sobre eso.

—Te puedes ir al infierno —, gritó una de las ratas del bar.

Torie se puso de pie. —Cállate, Leroy. Déjala que diga lo que tiene que decir.

Una morena, que Meg reconoció del almuerzo de Francesca como la madre de Hunter Gray, fue la siguiente. —Meg ha dicho suficiente y, ahora, estamos todos jodidos.

Otra mujer se levantó de la silla. —También nuestros hijos están jodidos. Ya podemos despedirnos de las mejoras de la escuela.

—Al infierno con la escuela —, declaró otra de las ratas del bar. —¿Qué pasa con todos los trabajos que no vamos a tener gracias a ella?

—Gracias a Justin —, agregó su compinche. —Confiamos en él y mira lo que pasó.

El oscuro murmullo que suscitó el nombre de Justin le dijo a Meg lo que tenía que hacer. Lady Emma se levantó para defender a su alcalde sólo para que Kenny tirara de ella y la volviera a sentar. Meg observó a la multitud. —Eso es por lo que estoy aquí —, dijo ella. —Para hablar de Justin.

—No hay nada que puedas decir de él que ya no sepamos —, declaró la primera rata con una sonrisa burlona.

—¿Eso crees? —Meg respondió. —Bueno, ¿qué te parece esto? Justin Beaudine no es perfecto.

—Estate segura que ahora lo sabemos —, gritó su amigo, mirando alrededor para comprobar que no estaba por allí.

—Deberíais haberlo sabido todo el tiempo —, contestó, —pero siempre lo habéis mantenido en un altar por encima de vosotros. Es tan bueno en todo lo que hace que no tuviste en cuenta el hecho que es un ser humano como el resto de nosotros, y no siempre puede hacer milagros.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora