Capitulo 17

1 0 0
                                    

Esa noche se dirigió hacia la iglesia y comenzó el laborioso proceso de arrastrar todas sus posesiones hasta el interior: su maleta, toallas, comida y la ropa de cama que había tomado prestada del hotel la cual se proponía devolver tan pronto como pudiera. Se negaba a pasar otro segundo pensando en Justin Beaudine. Mejor concentrarse en lo positivo.

 Gracias a los golfistas tenía dinero para gasolina, Tampax y algunos alimentos. No era un gran logro, pero lo suficiente para que pudiera posponer hacer cualquier llamada humillante a sus amigas.

Pero su alivio duró poco. El domingo, a última hora de la tarde, cuando estaba a punto de salir del trabajo, descubrió que uno de los golfistas, y no había que tener grandes habilidades detectivescas para saber cuál, se había quejado a Birdie del chirrido de un carro de limpieza. Birdei llamó a Meg a su oficina y, con gran satisfacción, la despidió en el acto.

El comité de reconstrucción de la biblioteca estaba sentado en el salón de Birdie disfrutando de una jarra de sus famosos mojitos de piña. 

—Haley está enfadada conmigo otra vez —. Su anfitriona se recostó en su aerodinámico sillón de mediados de siglo que acababa tapizar en lino de vainilla, un tejido que no hubiera durado un día en casa de Emma. —Porque despedí a Meg Koranda, de todas las cosas. Dijo que Meg no encontraría otro trabajo. Puedo pagar a mis doncellas más que un salario justo, y Miss Hollywood no debería haber solicitado deliberadamente propinas.

Las mujeres intercambiaron miradas. Todas sabían que Birdie había pagado a Meg tres dólares menos a la hora de lo que pagaba a las demás, algo que Emma nunca había visto bien, incluso aunque hubiera sido idea de Justin.

Zoey jugaba con una concha de pasta rosa brillante que se había caído del broche que había prendido al cuello de su blusa blanca sin mangas. —Haley siempre ha tenido un corazón débil. Apuesto que Meg se aprovechó de ello.

—Se asemeja más a una mente voluble —, dijo Birdie. —Sé que todas habéis notado la forma que tiene de vestirse últimamente, y aprecio que ninguna de vosotras lo haya mencionado. Cree que mostrar sus tetas, hará que Kyle Bascom se fije en ella.

—Lo tuve cuando enseñé en sexto grado —, dijo Zoey. —Y sólo diré que Haley es demasiado lista para ese chico.

—Intenta decírselo a ella —. Birdie tamborileó con sus dedos en el brazo del sillón.

Kayla guardó su brillo de labios y cogió su mojito. —Haley tiene razón en una cosa. Nadie en el pueblo va a contratar a Meg Koranda, no si quieren mirar a Justin Beaudinte a la cara.

A Emma nunca le había gustado la intimidación, y la venganza del pueblo hacia Meg le estaba empezando a incomodar. Al mismo tiempo, no podía perdonar a Meg por el papel que había jugado en algo que había dañado a sus personas preferidas.

—He estado pensando mucho en Justin últimamente —.Shelby enganchó un lado de su melena rubia detrás de su oreja y miró hacia sus nuevas manoletinas abiertas en adelante.

—¿No lo hemos hecho todos? —Kayla frunció el ceño y se tocó empedrado collar de diamantes de estrellas.

—Demasiado —. Zoey comenzó a morderse el labio inferior.

El nuevo estatus de soltero de Justin había alimentado de nuevo sus esperanzas. Emma deseaba que ambas aceptaran el hecho que él nunca se comprometería con ninguna de ellas. Kayla era demasiado difícil de complacer y Zoey inspiraba su admiración pero no su amor.

Era hora de dirigir la conversación de vuelta al tema que habían estado evitando, qué iban a hacer para conseguir más dinero para reparar la biblioteca. Las grandes Fuentes de capital del pueblo, que incluían a Emma y su marido Kenny, todavía no se habían recuperado del varapalo que habían sufrido sus cuentas con la última crisis económica, y ya habían tenido que ayudar a otra media docena de organizaciones de caridad que necesitaban un rescate.

 —¿Alguien tiene alguna nueva idea sobre recaudación de fondos? —preguntó Emma.

Shelby golpeó su dedo índice contra sus dientes. —Yo podría.

Birdie gimió. —No más venta de pasteles. La última vez, cuatro personas se intoxicaron con los pasteles de crema de coco de Mollie Dodge.

—La rifa del edredón fue una vergüenza horrible —, Emma no pudo evitar añadir, aunque no le gustaba contribuir a la negatividad general.

—¿Quién quiere una ardilla muerta mirándote cada vez que te vas a la cama? —dijo Kayla.

—¡Era una gatito, no una ardilla muerta! —declaró Zoey.

—Pues a mí me parecía una ardilla muerta —, replicó Kayla.

—Ni venta de pasteles, ni rifa de edredones —. Shelby tenía una mirada ausente en sus ojos.

—Algo más. Algo... más grande. Más interesante.

Todas la miraban con curiosidad, pero Shelby negó con la cabeza. —Primero necesito pensarlo.

No importaba cuanto lo intentaran, no conseguirían nada más de ella.

Nadie contrataría a Meg. Ni siquiera el motel de diez habitaciones a las afueras del pueblo. —¿Tienes idea de cuántos permisos se requieren para mantener este sitio abierto? —le dijo el gerente de gesto rubicundo.

—No voy a hacer nada que enfade a Justin Beaudine, no mientras sea el alcalde. Demonios, incluso si no fuera el alcalde...

Así que Meg condujo de un negocio a otro, su coche consumía gasolina como un obrero de la construcción tragaba agua una tarde de verano. Pasaron tres días, luego cuatro. Para el quinto día, mientras miraba a través del escritorio del recién nombrado subdirector del Club de Campo Windmill Creek, su desesperación se había convertido en amargura. Tan pronto como acabase con esta entrevista, tendría que tragarse su último fragmento de orgullo y llamar a Georgie.

El subdirector era un tipo oficioso con buen gusto, delgado, con gafas y una barba bien recortada de la que se tiraba mientras le explicaba que, a pesar del humilde estatus del club ya que era sólo semiprivado y no tan prestigioso como anterior lugar de trabajo, Windmill Creek seguía siendo el hogar de Dallas Beaudine y Kenny Traveler, dos de las mayores leyendas del golf profesional. Como si ella no lo supiera.

Windmill Creek era también el club de Justin Beaudine y sus compinches, y nunca habría gastado una mierda de gasolina para llegar aquí si no hubiera visto un aviso en el Wynette Weekly anunciando que el nuevo subdirector del club recientemente había trabajado en el club de golf de Waco, lo que le convertía en un forastero en el pueblo. Había una posibilidad de que todavía no supiese que ella el Voldemort de Wynette, inmediatamente había llamado y, para su sorpresa, consiguió una entrevista por la tarde.

—El trabajo es de ocho a cinco —, él dijo, —con los lunes libres.

Se había acostumbrado tanto al rechazo que había permitido que su mente divagase. No tenía idea de qué trabajo le estaba hablando, o si se lo estaba ofreciendo. —Eso... Eso es perfecto —, dijo. —De ocho a cinco es perfecto.

—El sueldo no es mucho, pero si haces tu trabajo bien, las propinas serán buenas, especialmente los fines de semana.

¡Propinas! —¡Lo acepto!

Él miró su currículo ficticio, luego se fijó en el traje que ella había elegido de su guardarropa desesperadamente limitado: una falda de seda con estampado de pétalos, camiseta blanca, un cinturón negro con tachuelas, sandalias de gladiador y sus pendientes de la dinastía Sung. —¿Estás segura? —dijo dubitativo. —Conducir un carrito de bebidas no es un gran trabajo.

Se mordió la lengua para no decirle que no era más que un simple empleado. —Es perfecto para mí —. La desesperación le hizo dejar de lado, de forma alarmante, sus creencias sobre la destrucción que ocasionaban los campos de golf al medio ambiente.

Cuando la llevó al exterior, a la tienda de refrescos para reunirse con su supervisor, apenas podía asumir que finalmente tenía un trabajo. —Los cursos exclusivos no tienen carritos de bebidas —, él inhaló. —Pero aquí los miembros parecen no poder esperar al cambio para conseguir su siguiente cerveza —.

 Meg había crecido rodeada de caballos y no tenía ni idea que era "el cambio". No lo importaba. Tenía un trabajo.

Llamame IrresitibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora