—¿No tiene otra tarjeta de crédito, señorita Koranda? —preguntó la guapa rubia de recepción.
—¿Rechazada? —Meg actuó como si no entendies la palabra, pero la comprendía muy bien. Con un suave zumbido, su última tarjeta de crédito desapareció dentro del cajón central de la recepción del Wynette Country Inn.
La recepcionista no intentó ocultar su satisfación. Meg se había convertido en el enemigo público número uno de Wynette, una versión retorcida de su papel en la debacle de la boda de su santo alcalde, siendo humillado internacinalmente, se había extendido como un virus por el aire a través de la pequeña ciudad donde todavía permanecían unos cuantos miembros de la prensa. Un relato exagerado de la confrontación de Meg con Birdie Kittle la noche del ensayo era de dominio público. Si simplemente a Meg le hubiera sido posible salir de Wynette inmediatamente, podría haberlo evitado, pero había resultado ser imposible.
La familia de Lucy había dejado Wynette el domingo, veinticuatro horas después de que Lucy huyera. Meg sospechaba que permanecieron allí esperando que Lucy retornara, pero la presidenta había prometido asistir a una conferencia mundial de la Organización Mundial de la Salud en Barcelona con el padre de Lucy, quién era el anfritión de una conferencia de periodistas médicos internacionales. Meg era la única que había hablado con Lucy desde que había huido.
Había recibido una llamada de teléfono en la madrugada del domingo, aproximadamente a la hora que la novia y el novio deberían haber dejado la recepción nupcial para irse a su luna de miel. La señal era débil y apenas reconoció la voz de Lucy, que sonaba tenue e insegura.
—Meg, soy yo.
—¿Luce? ¿Va todo bien?
Lucy se rió de forma ahoga y semihistérica. —Cuestión de opiniones. ¿Te acuerdas de ese lado salvaje de mí del que siempre estás hablando? Supongo que lo encontré.
—Oh, cariño...
—Soy... soy una cobarde, Meg. No puedo enfrentar a mi familia.
—Lucy, te quieren. Te comprenderán.
—Diles que lo siento —. Su voz se quebró. —Diles que los quiero y que sé que he hecho un lío enorme de todo esto, y que volveré y lo solucionaré, pero... no todavía. No puedo hacerlo todavía.
—Está bien. Se lo diré. Pero...
Se cortó antes de que Meg pudiera decir nada más.
Meg se armó de valor y le habló a los padres de Lucy sobre la llamada. —Está haciendo esto por su propia voluntad —, había dicho la presidenta, quizás recordando su propia escapada rebelde hace mucho tiempo. —Por ahora tenemos que darle el espacio que necesita —. Le hizo prometer a Meg que permanecería en Wynette unos cuantos días más por si Lucy reaparecía. —Es lo menos que puedes hacer después de causar este desastre —. A Meg le pesaba demasiado la culpa como para negarse. Desafortunadamente, ni la presidente ni su marido habían pensado en cubrir los gastos de la prolongación de la estancia de Meg en el hotel.
—Eso es raro —, dijo Meg a la recepcionista. Además de su belleza natural la recepcionista tenía un asombroso pelo, un perfecto maquillaje, unos dientes de un blanco cegador y un surtido de pulseras y anillos que la definían como alguien que gastaba más tiempo y dinero en su apariencia que Meg. —Desafortunadamente no llevo otra tarjeta conmigo. Extenderé un cheque —. Imposible, ya que había vaciado su cuenta corriente hacía tres meses y había estado viviendo de su preciosa última tarjeta de crédito desde entonces. Buscó en el bolso. —Oh, no. Olvidé mi talonario.
—No hay problema. Hay un cajero automático a la vuelta de la esquina.
—Excelente. —. Meg cogió su maleta. —La meteré en mi coche de camino.
La recepcionista salío disparada del mostrador y le cogió la maleta. —Estaremos esperándote cuando regreses.
Meg miró a la mujer de manera fulminante y dijo unas palabras que nunca imagino que saldrían de su boca. —¿Sabes quién soy? —No soy nadie. Absolutamente nadie.
—Oh, sí. Todo el mundo lo sabe. Pero tenemos policías.
—Está bien —. Cogió su bolso, un Prada que era de su madre, y atravesó el vestíbulo. Cuando quiso llegar al aparcamiento, empezó a sudar frío.
Su Buick Century de quince años y gran cosumidor de gasolina estaba aparcado como una verruga oxidada entre un nuevo y brillante Lexus y un Cadillac CTS. A pesar de la constante ventilación, el Rustmobile todavía olía a cigarrillos, sudor, comida rápida y a turba. Bajó las ventanillas para que entrara algo de aire. Un cerco de sudor se había formado en la parte superior del top de seda que llevaba con unos vaqueros, un par de pendientes de plata martillada que se había hecho con unas hebillas que encontró en Laos y un sombrero de fieltro marrón vintage que su tienda favorita de segunda mano en L.A. aseguraba que procedía de los bienes de Ginger Rogers.
Apoyó la frente contra el volante, pero no importaba cuanto lo pensase, no podía ver otra salida. Sacó su móvil del bolso e hizo lo que se había prometido no hacer nunca. Llamó a su hermano Dylan.
Aunque era tres años más pequeño que ella, ya era un genio de un gran éxito financiero. Su mente tendía a divagar cuando él hablaba sobre lo que hacía, pero ella sabía que era extremadamente bueno. Como se había negado a darle su número del trabajo, lo llamó al móvil. —Hola, Dyl, llámame de inmediato. Es una emergencia. Lo digo en serio. Tienes que llamarme ahora mismo.
Sería inútil llamar a Clay, que era el gemelo de Dylan. Clay todavía era un actor muerto de hambre, apenas podía pagar el alquiler, aunque eso no iba a durar mucho más ya que se había graduado en la escuela de drama de Yale, aparecía en una creciente lista de obras de Broadway y tenía talento apoyado por el apellido Koranda. A diferencia de ella, ninguno de sus hermanos había cogido nada de sus padres desde que se graduaron en la universidad.
Ella cogió su teléfono cuando sonó.
—La única razón por la te llamo —, dijo Dylan, —es curiosidad. ¿Por qué Lucy huyó de su boda? Mi secretaria me habló de un cotilleo en la red que dice que eres la única que habló con ella de suspender la boda. ¿Qué paso con eso?
—Nada bueno. Dyl, necesito una transferencia.
—Mamá dijo que esto pasaría. La respuesta es no.
—Dyl, no estoy bromeando. Estoy en un aprieto. Me quitaron la tarjeta de crédito y...
—Madura, Meg. Tienes treinta años. Es hora de nadar o hundirse.
—Lo sé. Y estoy haciendo algunos cambios. Pero...
—Cualquier cosa en la que te hayas metido, puedes salir por ti misma. Eres mucho más lista de lo que piensas. Tengo fé en ti, incluso si tú no la tienes.
—Lo aprecio, pero ahora necesito ayuda. De verdad. Tienes que ayudarme.
—Jesús, Meg. ¿No tienes orgullo?
—Eso es una mierda de pregunta para hacer.
—Entonces no me hagas decirla. Eres capaz de controlar tu propia vida. Consigue un trabajo. Sabes lo que es, ¿no?
—Dyl...
—Eres mi hermana, y te quiero, y porque te quiero, ahora voy a colgar —. Se quedó mirando el teléfono sin conexión, enfadada pero no sorprendida de la evidencia de la conspiración familiar.
Sus padres estaban en China, y habían dejado increíblemente claro que no iban a ayudarla de nuevo. Su escalofriante abuela Belinda no daba regalos. Obligaría a Meg a apuntarse a clases de actuación o algo igualmente insidioso.
En cuanto a su tío Michel... La última vez que lo había visitado, le había dado una conferencia mordaz sobre la responsabilida personal. Con Lucy huída, a Meg le quedaban tres buenas amigas, todas ellas eran ricas y ninguna le prestaría dinero.
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Llamame Irresitible
Teen FictionMeg Koranda es la mejor amiga de Lucy Jorik, que está a punto de casarse con Justin Beudine. Justin es la clase de hombre por quien toda mujer suspira, al que todo los padres adora y cuya vida quisiera tener cualquier hombre. Es el tipo perfecto par...