Lija y terciopelo

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Terminé de comer mientras me bebía lo que quedaba de la botella de vino que había abierto hacía apenas una hora y me fumaba el que ya era el cuarto porro del día, no puedo decir que no notara en mi cuerpo la mezcla que estaba haciendo porque me empezaba a costar pensar con claridad.

Sentía la necesidad de acostarme pues la cabeza me daba vueltas y tenía que estar más o menos fresca para volver a cantar por la noche con el grupo.

Aquel segundo curso había acabado, no sin antes con una graduación que esta vez sí que era la mía y que estaba preparando sin ganas ningunas si no fuera porque prepararla implicaba tener a Marina de compañía. Mi relación con mis compañeros seguía resentida y Carlos no iba a asistir por otras razones que tiempo después descubriríamos Marina y yo.

Aquel día Marina estaba especialmente guapa, llevaba una falda por encima de la rodilla color beige y una blusa roja carmín a juego con los zapatos de salón que llevaba. También aquel día estaba especialmente simpática y especialmente atenta a mi. Habíamos pasado toda la tarde riéndonos y haciéndonos bromas la una a la otra, incluso estaba cariñosa y ella no solía ser así. De hecho pareció importarle poco estar cariñosa conmigo, al fin y al cabo era el último día que era mi profesora y eso parecía haberle dado unas ciertas alas que había mantenido presas durante estos dos años impidiendo que me mostrara su lado más dulce. Nos ganamos unas cuantas miradas curiosas cuando ella se acercó en un momento dado y me dejó un dulce beso en la mejilla antes de levantarse de su asiento para dar un pequeño discurso y otras tantas cuando finalizó el acto y subió a despedirlo con una sencilla frase "antes de finalizar quiero agradecerle esto a la persona que ha hecho posible que todo esto salga bien, y a la persona que ha estado junto a mi estos dos años haciendo de mi una persona mejor, Ana" la gente aplaudió y ella me invitó a subir al escenario, yo, muerta de la vergüenza subí y ella se fundió conmigo en un fuerte abrazo. Se escucharon algunos silbidos al fondo del salón de actos y ella empezó a reírse mientras susurraba a mi oído "vamos a dar mucho que hablar hoy me parece a mi". Yo le sonreí a ella negando con la cabeza mientras me mordía el labio inferior.

Cuando terminamos de recoger, dos profesoras se acercaron a nosotras a decirnos que habían estado hablando de ir a cenar juntos con mis compañeros para celebrar que habíamos terminado el ciclo y que si íbamos a ir, me sorprendió Marina cuando dijo que ella no iba, que ya tenía planes, una parte de mi se llenó de pena, esperaba pasar un rato más con ella al menos esa noche, luego se dirigieron a mi y me preguntaron si yo iría, cuando iba a abrir la boca para contestar Marina intervino de nuevo "no, Ana viene conmigo", yo me quedé mirándola y asentí sin entender muy bien a qué había venido eso, cuando se fueron Marina se quedó mirándome.

- A no ser que prefieras irte con tus fabulosos compañeros - dijo cruzando los brazos y sonriendo.

- No, si me ofreces algo mejor, por supuesto que no - le dije sonriéndole.

- Te ofrezco que vayamos a cenar tú y yo, creo que nos lo merecemos - dijo ella alargando su mano hasta mi mejilla y pellizcándola levemente.

Yo asentí encantada. No había mejor manera de acabar que yendo a cenar con ella. Mentiría si dijera que la llegada de aquel día me ilusionaba y me aterraba a partes iguales, lo mismo no volvía a ver a Marina más y eso me ocasionaba un vacío tremendo en el pecho, pero a la vez contemplar la posibilidad de estar con ella algo más de tiempo, fuera del instituto y sin la presión de ser profesora y alumna me tentaba demasiado como para no ilusionarme.

Salimos de allí hacia su coche, me había subido con ella en otras ocasiones cuando habíamos tenido que ir a por algunas cosas que nos hacían falta o alguna tarde cuando se había empeñado en llevarme a mi casa aunque eso le supusieran más kilómetros, pero esta vez era diferente, desde el principio ella había posado su mano en mi rodilla e iba haciendo pequeños círculos sobre ella mientras nos dirigíamos hacia un restaurante a las afueras del pueblo. Cuando llegamos se paró a ponerse de nuevo los zapatos que se había quitado para conducir y que la hacían unos centímetros más alta que yo. Alisó su falda y me miró preguntándome si estaba bien así y yo solo pude responderle que ella estaba bien siempre antes de agachar la cabeza presa de la vergüenza.

Me quedo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora