Los siguientes dos días en Venecia fueron igual de bonitos y sorprendentes que los anteriores, Marina me había estado enseñando a petición mía a decir algunas cosas más básicas en italiano como saludar, pedir algo en un bar, preguntar dónde está algo,... Se rió de mi cuando le dije que no podías saber un idioma hasta que no aprendías a insultar en él a lo que me respondió con un "che cazzo, vaffanculo", eso sí sabía lo que significaba, en mi juventud viví un tiempo con un italiano que lo decía todo el rato. Ambas reímos, más yo que le dije que esas cosas ella no las decía en español y ella se tapó la boca como si fuera una niña pequeña que ha dicho algo malo.
Como digo, Venecia me había maravillado en todas sus vertientes y a todas las horas posibles del día. Cada uno de sus edificios importantes, museos, iglesias, puentes... Era una ciudad que sin duda merece la pena ver, y me temo que no sólo una vez en la vida. Habían sido cinco días muy intensos, no pude evitar echar una pequeña lagrimita cuando nos dirigimos aquel domingo después de comer a la estación de tren, a saber cuando volvería a verla. Marina me decía que ya había comprobado que la vida daba segundas oportunidades lo que me hizo sonreír.
Florencia estaba a poco tiempo en tren, unas dos horas. Subimos y ocupamos nuestros asientos. Marina iba muy ilusionada y también nerviosa, estaba preocupada por haberme puesto unas expectativas muy elevadas con la ciudad y al momento volvía a repetirse para sí misma que eso era imposible y que ya lo comprobaría con mis propios ojos. El paisaje entre las dos ciudades era muy bonito aunque menos sorprendente, es lógico, los países del Mediterráneo son muy parecidos y además yo estaba acostumbrada a vivir en medio del campo, ya no sólo por mi pueblo en Cádiz sino por el pequeño pueblo de la sierra de Córdoba donde viví unos años. No obstante, empezar a ver Florencia maravilló una vez más mis ojos.
Bajamos del tren cerca del centro, Florencia al contrario que Venecia era "más ciudad" y cuando digo esto me refiero a que estaba llena de bloques de pisos normales, comercios, avenidas llenas de coches y gente. Caminamos algo más de diez minutos hasta llegar al hotel que Marina iba buscando, aquí, a diferencia que en Venecia, ni siquiera necesitó el gps para situarse.
- Supongo que aquí has estado muchas veces ¿no? - pregunté mientras la seguía.
- Sí, además incluso por temporadas, además del año que viví aquí luego he estado en las otras cuatro ocasiones que he venido a Italia, en dos ocasiones pasé aquí los meses de Julio y Agosto - respondió ella muy segura de sus pasos.
Este hotel era mucho más nuevo, a decir verdad juraría que llevaba poco tiempo abierto o había sido reformado hace poco. Entramos hasta el mostrador de la recepción y comprobé una vez más la fluidez con la que Marina se entendía en italiano. A decir verdad, sí que hubo una cosa que me llamó la atención aunque no me sorprendió: el acento. Era lógico que el italiano que Marina hubiera aprendido fuera ese que se habla en Florencia, yo notaba mucho la diferencia de como hablaba Marina en Venecia con respecto a la gente de allí pero lo achaqué, ignorante de mi, al poco uso que Marina hacía del idioma en su día a día, sin embargo, aquí parecía que era su lengua madre. No volveré a subestimarla. El recepcionista nos hizo de nuevo firmar el ingreso y tal y nos dio un par de tarjetas para la habitación, ambas sonreímos, volvía a ser la habitación 307.
Llegamos hasta la habitación, Marina introdujo la tarjeta en la ranura correspondiente y abrió la puerta dándome paso. Esta habitación era completamente diferente a la de Venecia, todo era muy moderno, las paredes tenían tonos grises y piedra, las cortinas oscuras que daban paso a un pequeño balcón, la cama, inmensa donde aseguré "que allí si dormíamos cada una en una punta no nos encontrábamos en toda la noche", televisión, dos butacones de terciopelo gris también. Más me sorprendió el baño y una amplia bañera de hidromasajes, yo miré a Marina y arqueé una ceja, ella rió conmigo acercándose para besarme.
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Me quedo contigo
Roman d'amourAna es una chica de 26 años que canta en el grupo de versiones rock "Yonkola", su vida está dedicada a la música, la poesía y el abuso de drogas y alcohol al que somete su cuerpo cada fin de semana. Hace dos años llegó a Sevilla y fue allí cuando co...