32 escaleras

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Había elegido ir como iba yo siempre, unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta de sisas ancha, por los laterales se me veía el sujetador. Acompañé con unas zapatillas de deporte.

Estaba nerviosa, muy nerviosa sabiendo que la siguiente calle ya era aquella donde vivía Marina. Notaba que me sudaban las manos y me temblaba el pulso, sin embargo estaba emocionada y mucho más optimista que esta mañana. No creo que la felicidad dependa de nadie más que de uno mismo, pero Marina tenía la facilidad de hacer que yo me sintiera feliz cuando ella estaba cerca o con el simple hecho de saber que la iba a ver. Estaba cerca de la esquina cuando una una duda me asaltó ¿estaría su sobrina en casa? Debo admitir que pensar que sí me daba muchísima vergüenza, y también que, siendo egoísta, me llamaba mucho más el plan si estábamos solas.

Cuando torcí la esquina me di cuenta de que había una pastelería, la otra vez no me fijé pues era de noche y estaba cerrada, pasé por la puerta pero me volví, sabía que a Marina le volvían loca los dulces, que no solía comerlos porque se cuidaba mucho, pero si un día comía era capaz de comerse un kilo de pasteles ella sola sin ningún miramiento y sin dar ni un trocito a nadie. Eso me hizo recordar que, a veces, cuando estábamos preparando algo en el instituto, ella siempre decía que traía el desayuno y a menudo traía donuts de chocolate y recuerdo que siempre venía corriendo mientras el resto de gente cogía uno (yo siempre andaba haciendo cosas importantes y no me daba tiempo a llegar) y siempre me daba la mitad del suyo, ya era casi rutina cuando hacíamos algo juntas, incluso aunque sobraran, podíamos comernos dos a medias o podía obligarme a comerme uno y medio, pero su mitad siempre era para mi. Sonreí y entré. Obviamente salí de allí con unos cuantos donuts de chocolate.

Llegué hasta el portal que ella me había dicho, era un bloque prácticamente nuevo, se veía mucho más cuidado y moderno que el mío y eso que yo no podía quejarme. Cogí aire un par de veces antes de decidirme a llamar al telefonillo. Unos segundos después oí la voz de Marina al otro lado.

- Pensaba que no ibas a tocar e ibas a esperar a que yo abriera porque sí - dijo bromeando.

- ¿Qué? ¿Pero cómo...? - me estaba viendo desde algún sitio.

La escuché reír.

- Mira hacia arriba, anda - dijo sin parar de reír

Obedecí y vi como estaba asomada a una ventana del tercer piso con el telefonillo en la mano y me saludaba con la otra sonriendo.

Me sentí descubierta y me sonrojé.

- ¿Y tú piensas abrir o te vas a seguir riendo de mi asomada por la ventana? - dije al telefonillo entrando en su juego.

- Depende... - dudó sin dejar de reírse - ¿qué me ofreces?

- He traído una cosa - dije enseñándole la bolsa.

- ¿Qué es? - preguntó ella.

- AAAAH... si no me abres nunca lo sabrás - contesté yo triunfante escuchando como se abría la puerta para dejarme pasar.

El portal era amplio, tenía la pared de la derecha llena de espejos, aproveché para mirarme y colocar un poco mis pelos. Unos cuantos metros por delante se encontraban a la derecha las escaleras y a la izquierda un ascensor. Dudé por un segundo, tenía muchas ganas de verla y el ascensor sería más rápido, pero me decidí por las escaleras.

Cuando llegué al tercer piso me paré un poco para recobrar el aliento. Cuando levanté la cabeza vi a Marina desde la puerta de su piso negando con la cabeza divertida.

Me quedo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora