Contigo siempre

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El tiempo, el único Dios que todo lo puede, de las pocas cosas en las que todavía no manda el dinero. A pesar de la propia definición del mismo, entendiéndolo como una medida de la realidad, el tiempo no se puede medir, cuando intentas darte cuenta ya ha pasado y si se intenta predecir nunca llega... entonces... ¿qué habría que hacer con el tiempo? La respuesta es bastante obvia: vivirlo. Y eso era lo que nosotras estábamos haciendo, vivir nuestro tiempo.

El todavía calor sofocante de verano había dado paso a una temperatura mucho más agradable y a los días nublados del mes de octubre, las hojas verdes de los árboles se habían tornado en tonos amarillos, naranjas y marrones y en el mes de noviembre se veían amontonadas al rededor del tronco dando una visión mucho más melancólica de la ciudad que era Sevilla en invierno. La temperatura agradable de aquellos días se había ido volviendo cada vez más fría cuando el calendario apuntaba a dar su última vuelta del año y el mundo empezaba a vestirse poco a poco de un ambiente navideño.

La rutina en estos meses había caído sobre nuestros hombros y con ella las responsabilidades de nuestra propia vida. Todavía no me ha dado tiempo a evaluar si había sido una buena noticia o una mala que ya no librara los miércoles como los dos años anteriores sino que ahora tuviera jornada completa todos los días por lo que mi horario y el de Marina eran más parecidos que nunca, eso conllevaba una subida de sueldo de la que no podía quejarme pero también me quitaba tiempo para los ensayos por ejemplo.

Marina por su parte estaba más motivada si es que se puede en su trabajo, según me había contado los grupos a los que daba clase este año eran muy participativos y además se veía entre ellos un gran interés por aprender, aunque como todo, siempre habrá quien quiera estudiar y quien quiera aprobar simplemente. Algunos días pasaba a recoger a Marina al instituto, su manera de comportarse conmigo no era ni sombra del del año anterior, nunca bajaba del coche sin antes besarme, nunca subía sin saludarme con un beso. Ya no miraba a los lados antes de hacerlo y cuando me presentó hace un par de semanas a algunos compañeros suyos lo hizo como su pareja. La normalidad se instauraba entre nosotras como pareja y aunque tanto mis miedos y mis dudas como las suyas seguían latentes de vez en cuando habíamos aprendido a llevarlos como una parte más de las cosas que habíamos aprendido juntas.

En todo ello estaba pensando aquella mediodía del 4 de diciembre mientras esperaba en la estación de Santa Justa a que llegaran Germán y Javi. Habíamos acordado que iríamos juntos a Santander para la boda, de la manera más rápida de cruzar España desde Sevilla, es decir, en avión. Sería mañana cuando embarcaríamos hacia la capital cántabra, y esta tarde nos reuniríamos también con Loli, su marido y sus hijos. Yo le había dicho a Marina que me encargaría de recogerlos en la estación mientras ella terminaba de hacer comida junto con Alba y Lucas para todos, en su casa. No me sorprende nada tener que acabar dándole la razón a Rafael cuando unos meses atrás me decía que Marina y yo viviríamos más tiempo juntas que separadas y más tiempo en mi casa y que esta cada vez se llenaría más de sus cosas. De hecho, en estos meses apenas habíamos pasado unas noches en su casa y siempre era cuando Alba llegaba cansada de las guardias y similar para que no tuviera que hacerlo ella todo, el resto del tiempo o estábamos cada una en un sitio o las dos en "nuestro nidito de amor" como lo había bautizado la propia Alba entre risas. 

Nidito que esta noche se vería comprometido, pues el afán nuestro de querer quedar bien con toda su familia había hecho que tuviéramos que hacer de tripas corazón para que todos se pudieran quedar a dormir cómodamente entre los sitios que teníamos disponibles, lo que había provocado que en casa de Marina durmieran su hermana y su cuñado en su habitación, Alba se fuera a dormir con Lucas a su casa dejándole así su habitación a su padre y quedando la de invitados para Jesús y Daniel. Javi, siempre fiel a Marina, sería quien pagara la peor parte viéndose obligado a dormir en el sofá de mi piso, en nuestra defensa he de decir que era bastante amplio y cómodo.

Me quedo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora