No era de extrañar que esa noche me costara conciliar el sueño... esa cama en la que tantísimas veces había dormido resultaba demasiado vacía sin ella, sin su abrazo reconfortante sobre mi cuerpo, sin su cuerpo y el deseo que en mi despertaba, sin sus besos , sin su pelo alborotado de madrugada o sin los movimientos que ambas realizabamos al dormir... definitivamente, me resultaba extraño dormir sin ella. Recordé entonces muchas otras cosas... como su forma de concentrarse y de arrugar los labios cuando lo hacía, su manera de mirar por encima de esas gafas que le echaban años encima, sus manías o su forma de imponer su pensamiento la mayoría de las veces... en este tiempo que llevaba siendo mi pareja nunca habíamos estado tanto tiempo separadas y aunque solo fueran dos días a mi ya me parecía extraño. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar que por su profesión tal vez algún día tuviéramos que vivir separadas y un sudor frío se instauró en mi cuerpo. Miedo. Y es que mi vida siempre la había condicionado el miedo. No siempre necesariamente el mismo, pero sí que era algo de lo que nunca me había podido librar. Mi tara mental era esa... cuando el miedo se apodera de mi cuerpo haciéndome no ser capaz ni siquiera de mover un músculo, paralizándome por completo, haciéndome temblar e incapaz de que en mi mente se instaurara algo que no fuera ese miedo. Como lo odiaba. Y es que no... no sólo conocí la ansiedad cuando me llevaron al hospital, sino que era algo con lo que simplemente había aprendido a vivir y a veces se desbordaba. No estaba en ese punto... pero sí que me incomodaba. Sabía que era cuestión de días y por suerte estaba en el sitio indicado con la gente indicada. Marta, Carlos, Candela y mis padres eran especialistas en tratar eso por mucho por culo que les diera.
Conseguí al final conciliar el sueño, más rendida que por ganas. Desperté varias veces esa noche. No me gustaban los cambios en mi vida, nunca los había llevado bien. Es por eso que desperté a una hora normal teniendo en cuenta mis tardías estadísticas. Aquella mañana del 2 de agosto eran apenas las diez cuando me desperté con una energía inusual. Lo primero que hice fue darle los buenos días a Marina por un mensaje, en cierto modo me sentía en deuda con ella. Cuando me contestó una media hora después fui yo la que pregunté si la podía llamar, ella me dijo que en un rato me llamaría ella, ni siquiera la cuestioné. Desayuné rápido lo que me hizo recordar como años atrás Marina tenía esa extraña afición o esa puntería para llamar siempre en el momento más indicado, para que me entendáis cuando yo estaba en el baño. Reí ante la perspectiva de pensar que esta vez también lo haría, nada más lejos de la realidad.
- Buenos días cariño - dijo ella al otro lado del teléfono.
- Hola amor - dije yo riendo.
- ¿Qué tal? ¿Qué haces? - preguntó ella curiosa.
- Bien... por lo demás... - reí a carcajadas - retomas viejas virtudes.
- ¿A qué te refieres? - volvió a preguntar intrigada.
- Estoy en el baño, te llamo en un par de minutos - respondí algo avergonzada.
Y es que como digo, Marina tenía un don especial para eso. Recuerdo una mañana en concreto cuando todavía era mi profesora y teníamos algo entre manos. Yo esa noche apenas había dormido pues había estado con algunos amigos que hacía tiempo que no veía en mi casa. Esa mañana al despertar había visto una llamada perdida en mi móvil y pensé "ojalá sea Marina... pero seguro que es mi madre", no sabéis cuanto me sorprendí al ver que sí que era Marina. Reí. La llamé y no obtuve respuesta y fui al baño pensando "verás como ahora me llama". Sí, me llamó haciendo la misma pregunta que hoy. Lo peor es que no era la primera vez que pasaba.
ESTÁS LEYENDO
Me quedo contigo
RomanceAna es una chica de 26 años que canta en el grupo de versiones rock "Yonkola", su vida está dedicada a la música, la poesía y el abuso de drogas y alcohol al que somete su cuerpo cada fin de semana. Hace dos años llegó a Sevilla y fue allí cuando co...