El vals del obrero

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Mala idea la de acostarse cuando estás de fiesta si tienes la intención de volver a salir. Cada año al llegar la feria repetía el error. Desperté a eso de las nueve de la noche maldiciendo cada copla, cada cerveza bebida y cada cigarro fumado. Marina no estaba a mi lado pero tampoco me sorprendió, ella y yo misma pensábamos que ella no aguantaría mi ritmo, y no es eso, sino que Marina sabía que siempre habría un mañana o un "dentro de un rato" y yo quería vivir tal y como mi mayor referente decía: no importa cuanto se viva sino la manera.

Salí al salón buscando desesperadamente una caja de ibuprofeno. Mi madre, mi santa madre, acostumbrada a estas cosas se reía de mi diciendo que "pa' beber hay que saber mear". Entonces me pregunté si Rafael seguiría en el bar dándolo todo. La respuesta llegó a modo de vídeo que me mostró Marina de Rafael en el lugar donde estaban alojados mientras decía que estábamos tardando en salir. Y es que no, la vida la mayor parte de las veces es cuestión de actitud, ahí estaba el tío con sus 52 años dispuesto a seguir hasta que el cuerpo aguantara.

Más por él y por Lucas que se les trababa la lengua que daba gusto, nosotras nos dimos una ducha rápida y empezamos a arreglarnos cuanto antes para cenar con ellos. 

- ¿Por qué no te pones ningún vestido? - me preguntó Marina cuando llegué a mi habitación después de la ducha.

- Me siento rara con ellos... si ya me viste una vez con falda - me justifiqué. No me gustaba llevar vestidos, no sabía hacerlo.

- Y estabas preciosa ese día - replicó ella acercándose y besándome con ternura.

- Eso es chantaje - reproché yo dándole un nuevo beso.

Ella enseguida sacó una percha con un vestido negro que hacía mucho tiempo que no me ponía, no me preocupaba que hubiera pasado de moda porque es de esas cosas que nunca lo hacen. Era un vestido sencillo, de manga corta y de corte clásico. Yo la miré alzando una ceja.

- ¿De verdad quieres que me ponga eso? - pregunté señalando la percha.

- ¿Por qué no? - me incitó ella encogiéndose de hombros.

Yo la imité y saqué la prenda de la percha. La verdad es que hoy había sido un día muy caluroso y no pintaba que la noche fuera muy diferente, así no tendría tanta calor. La miré poniéndolo por delante mío sobre la toalla que todavía me cubría. Ahora me había parado a mirarla, ella llevaba un vestido color azul de sisas que le caía algo por encima de la rodilla, había acompañado al mismo con unas sandalias de tacón. La verdad es que estaba muy guapa.

- Venga, que seguro que te queda bien - me animó ella con una gran sonrisa.

Volví a mirarla sonriendo y arqueando de nuevo la ceja cuando dejé caer la toalla al suelo. 

- Está bien - le dije dándole de nuevo a ella la prenda para que la sostuviera.

Noté sus ojos recorriendo mi cuerpo de arriba a abajo y me ruboricé. Ella también. Pasé por su lado pegando mi cuerpo al suyo.

Ella puso sus manos en mis caderas atrayéndome aún más y pegando sus labios a mi oído.

- No juegues que pierdes - me susurró dejando un leve mordisco sobre mi oreja.

Respondí posando mis labios sobre los suyos. Ella subió su mano hasta mis pechos haciéndome gemir levemente. El ruido de mi madre entrando desde el patio nos sobresaltó y yo me dirigí a buscar mi ropa interior mientras Marina salía de la habitación echándose el pelo un poco hacia atrás algo nerviosa. Sonreí para mis adentros. Me puse la ropa interior y me metí en el vestido, yo sola lo podía abrochármelo por lo que la llamé de nuevo para que me ayudara. Cuando terminó de subirlo seguí su mirada hasta el filo donde terminaba la tela, la verdad es que era más corto de lo que parecía colgado.

Me quedo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora