El calor del amor en un bar

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Al día siguiente quedamos con José para formalizar el contrato de alquiler del piso, después de hablarlo con mi madre y de mucho sopesarlo decidí aceptar el favor de Marina. Recuerdo que llegamos al portal y allí estaba él esperando, nos dió paso y subimos, nos sentamos al rededor de la mesa del salón.

- Entonces... el tema del aval ¿quién va a ser al final? - preguntó Jose sacando un conjunto de papeles.

- Será ella, Marina - sentencié yo.

Él le tendió una serie de papeles a ella para que los firmara y completara con los datos necesarios y ella empezó a rellenar papeles.

- José... su pareja, soy su pareja - dijo ella terminando de firmar.

Al principio recibimos un silencio por respuesta y una cara que no dejaba de reflejar sorpresa, poco después esta se transformó en una tímida sonrisa.

- Lo siento por lo de ayer... - dijo mirándonos a ambas.

- No te preocupes... no es la primera ni la última - lo tranquilicé yo recordando a mi alumno Juan el día del acto de final de curso.

Terminamos de firmar todos los documentos que José nos extendió, después de eso él se fue y nos dejó con el que ya era mi piso durante el curso siguiente.

- Ana - me llamó Marina ya que yo estaba dispersa imaginando como ponerlo todo -  en parte... ¿se puede decir que es lo primero que formalizamos juntas?

Aquello me pilló un poco desprevenida y la miré sin saber muy bien qué responder.

- Me refiero a que bueno, creo que es algo que en cierto modo ha salido de las dos y ... - empezó a decir ella.

- Gracias - la corté yo.

Ella se acercó a mi y posó sus manos en mi cintura, noté sus labios sobre los míos en un beso cargado de ternura.

Al principio la idea de que Marina estuviera de alguna forma implicada en el contrato de mi piso me echaba un poco hacia atrás, no por nada, sino porque me parecía algo muy serio que aceptar por alguien, ¿que yo lo hubiera hecho con ella? Sin duda, pero que alguien me muestre esa confianza a mi con lo desastre que puedo llegar a ser me resultaba extraño.



Los días iban pasando como hojas del calendario, la rutina amenazaba con hacerse de nuevo envolvente, de hecho Marina ya había empezado su media rutina, la mudanza al piso había transcurrido en días previos de forma normal, aunque al principio pudiera parecer que no había demasiado sitio en el piso al final resultó ser más práctico de lo que pensábamos, no tardé demasiado en colocar cada cachibache en el lugar que yo había pensado que le correspondía. Marina se mostró entusiasmada durante esos días, cada cosa que poníamos nueva en el piso, cada día que pasaba mientras que yo convertía aquel lugar en mi nuevo hogar a ella se le hacía casi más interesante que a mi. 

Ese fin de semana, previo al 6 de septiembre que yo me incorporaba de nuevo al trabajo, volvían las actuaciones de Yonkola en nuestro local habitual, todavía hacía muchísima calor por lo que mi habitual ropa negra para las actuaciones hacía que yo me asfixiara aún más que el resto, ese viernes Marina había decidido esperarme en mi piso a que yo llegara, yo le había advertido que quizás llegara tarde porque era la vuelta de Yonkola después del verano y eso podía suponer un buen desfase por lo que al final era como pasar la noche sola. Después de pensarlo mucho volvió a decirme que me esperaba. Yo me encogí de hombros, cargué la guitarra a mi espalda y me acerqué para dejarle un beso en los labios antes de salir.

Me quedo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora