Si te vas...

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Desperté con el sonido del timbre, me froté los ojos, me pinchaban. Miré hacia la puerta de la calle la cual se veía desde el salón. Sentí los pasos de Marina hacia la cocina y luego dirigirse hacia la puerta. Un par de minutos después escuché la voz de Rafael.

- Hola, ¿cómo estás? - le preguntó él y le dio dos besos.

- Bueno... he estado mejor, la verdad - admitió ella con la voz cansada - quédate con ella, voy a bajar a comprar algo para comer.

A la vez que entraba Rafael al salón sentí como se cerraba la puerta y Marina salía. No me atrevía todavía a mirarlo a la cara pero no encuentro mejor compañía en este momento que la suya.

- Hola Ana - dijo él entrando hasta donde yo estaba - ¿me das dos besos?

Yo asentí y me levanté, di dos besos fuertes en ambos lados de su cara y me volví a sentir.

- ¿Cómo estás? - me preguntó. Notaba la preocupación en sus palabras.

Yo me encogí de hombros. Permanecimos un par de minutos en silencio, ni siquiera sabía qué decir.

- Lo siento - susurré - la he cagado, con ella, contigo... 

- Por mi no te preocupes, de verdad Anita... yo sólo quiero que tú estés bien y... - tragó saliva - y que ella esté bien, que las dos esteis bien.

- Ella no está bien, está incómoda conmigo aquí, lo noto... apenas me habla y yo... yo ni siquiera sé que decirle - dije notando como de nuevo mis ojos se llenaban de lágrimas.

- No creo que sea incomodidad... ponte en su lugar, ¿tú como estarías? De todas formas se le pasará, estoy seguro - dijo él poniendo su mano sobre mis rodillas.

- No la merezco... ni a ti tampoco, no os merezco a ninguno de los dos, ni haber aparecido en su vida, me siento fatal... a ratos desearía haberme muerto y luego pienso que eso es muy egoísta por mi parte pero es que... me duele aquí - puse mi mano sobre mi pecho - y siento que la he perdido y que... ¿por qué has venido?

- A ver, vayamos por parte... lo de merecerla a ella o a mi olvídalo, te has equivocado, sí, pero todos nos equivocamos en la vida, muchas veces de hecho, con más o menos consecuencias pero es así... no somos perfectos, ni tú, ni yo, ni tampoco ella... lo de sentirte fatal lo entiendo, la culpa es una mala amiga y cuanto más te recrees en ella más se va a abrazar a ti, tienes que aprender a soltarla - relató Rafael, su voz sonaba tranquila, conciliadora, como siempre - lo del dolor es normal, estás intranquila aunque tú no lo veas así, se llama ansiedad y te acompañará unos días. No has perdido a Marina, estás aquí, en su casa, con ella... yo mismo la llamé para decirle que me quedaba contigo estos días y ella me dijo que no, que quería ser ella la que estuviera contigo, dale tiempo... y... ¿de verdad preguntas que por qué he venido? Necesitaba verte, saber que estás bien... o medio bien - rectificó riendo un poco - de hecho te he traído algunas de tus cosas.

Rafael me entregó mi móvil, el cargador, algo de ropa limpia y las llaves de casa.

- Ah, y esto también - sonrió sacando de su bolsillo un par de paquetes de tabaco y un mechero. Yo le sonreí.

- Vamos a la terraza a fumar... ya tenía ganas pero... no se lo iba a pedir a ella - dije negando con la cabeza de forma exagerada lo que nos hizo reír a los dos.

Salimos fuera y nos sentamos en dos de las sillas que estaban al rededor de la mesa.

- ¿Has estado alguna vez aquí? - pregunté.

Me quedo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora