Como si fueras a morir mañana

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Cuando había avanzado algunas calles sentí el claxon de un coche, no necesitaba girarme para saber que me pitaba a mi pues no había nadie más en la calle, recé interiormente porque no fuera Marina y me giré, sentí alivio al ver el coche de Rafael.

- Vamos sube - me dijo él llegando a mi altura.

No me lo pensé dos veces y subí a su coche. Me senté en el asiento del copiloto después de dejar la guitarra en el asiento de atrás y hundí mi cabeza entre mis piernas llorando con más fuerza. Él se limitó a conducir hasta mi casa en silencio. Aparcó justo delante de la puerta.

- ¿Quieres que suba? - me preguntó. Yo asentí.

Nos bajamos de su coche y subimos hasta mi casa en silencio.

- ¿Me vas a contar a mi qué te pasa? - preguntó después de unos minutos. Yo estaba en la cocina sacando algo para comer los dos.

- Pues... ni siquiera lo se exactamente... - empecé a decirle algo más tranquila - es que hoy me he parado a pensar en que es cierto que Marina y yo nos llevamos muchos años y tenemos una vida tan distinta que... me asusta perderme por el camino...

Rafael sonrió de medio lado.

- Era más sencillo imaginarlo cuando era algo platónico que la realidad ¿verdad? - dijo él abriendo una cerveza de mi nevera.

Ni yo misma lo hubiera definido mejor, esa era la verdad a la que llevaba todo el día sin querer enfrentarme, así que asentí mordiéndome el labio mientras dos lágrimas escapaban de mis ojos. Él me abrazó.

- ¿Por qué no lo hablas con ella? - preguntó después de un par de minutos.

- Porque ella es la de los miedos, ella es la que no se atreve a enfrentarse al mundo conmigo y yo la que siempre lo ve todo fácil... si yo me muestro insegura tengo miedo de que se vaya o de que llegue a la misma conclusión que yo y decida dejarme y eso... eso me aterra - relaté entre lágrimas.

- A ver Anita, lo primero cálmate, es normal sentirse inseguro a veces, nos pasa a todos - dijo él como siempre tan comprensivo - lo segundo es que... si en vez de enfrentarte con Marina al hecho de estar en tu círculo tuvieras que hacerlo conmigo, me refiero, presentarme a tus amigos, a tu familia, que saliera con ellos o comiera con tus padres ¿te sentirías igual?

- No... contigo no me costaría - respondí sorprendida, eso era cierto pero no terminaba de entender por qué - pero es distinto, tú...

- Yo soy incluso mayor que Marina - me cortó él - y es que tu problema hoy no está en la edad de Marina sino en la forma que todavía tienes de verla.

- ¿A qué te refieres? - pregunté extrañada.

- A lo que me refiero es que tú conociste a una Marina que no se mostraba contigo como una amiga como lo soy yo sino como tu profesora, eso hacía que entre vosotras hubiera esa distancia en la manera de ser tal y como tú dices que existe, mira, cuando quedamos nosotros, los compañeros que has visto hoy, Marina suele ser el alma de la fiesta, incluso más que yo... es divertida, está siempre haciendo bromas, bailando, cantando, haciendo el imbécil... tú tienes a Marina en un pedestal como una especie de ser de luz, cándido e imperturbable que se parece más a la musa de tus poemas que a la mujer de verdad que es - sonaba serio pero amable, comprensivo, como siempre. Eso me tranquilizó, sus palabras y su actitud - conozco a tus amigos - el grupo había venido varias veces a mi pueblo y conocían también a mis padres - y se que Marina puede estar perfectamente a gusto con ellos, seguro que hasta te sorprendería de lo que es capaz de hacer - dijo riéndose.

Me quedo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora