Salimos y nos sentamos en la terraza a disfrutar de nuestros helados, Marina era como una niña pequeña aunque ella se empeñara en llamarme a mi "niña", había pedido un helado de dos bolas de chocolate y se había manchado la cara con él nada más empezar a comérselo lo que me resultaba divertido.
- ¿De qué te ríes? - preguntó ella.
- De ti - respondí yo sin apartar mi vista de su cara - es que te has manchado.
Ella sonrió un poco avergonzada y se pasó una servilleta por la boca, yo le señalé el lugar exacto donde aún le quedaba chocolate. Cuando terminó me hizo un gesto como para que le dijera si estaba todo bien y yo asentí con la cabeza.
- ¿Qué tal esta semana? - preguntó ella mirándome a los ojos aunque juraría que por un momento estaba mirando algo más abajo.
- Bien, como siempre, la academia genial, no tengo muchos alumnos por lo que las clases siempre son productivas para ellos, aunque a mi me agote mucho normalmente - dije pasando una mano por mi nuca. Realmente estaba agotada.
- Mi semana también ha sido dura - comenzó a decir como adivinando que yo le iba a preguntar - estamos de exámenes, ya sabes, es mayo, se acaba el curso para los ciclos y es un poco agobiante todo, tengo proyectos que corregir, cuadernos de prácticas que firmar, exámenes y notas que poner... Vamos, lo de todos los años - concluyó ella.
- Si lo necesitas puedo ayudarte - le propuse yo.
- No te preocupes, no es necesario, pero gracias - dijo ella dedicándome una tierna sonrisa.
Adoraba cuando sonreía así. Y más cuando esas sonrisas iban dirigidas hacia mi. ¿Cómo podía derretirme de esta manera esta mujer? Estábamos en silencio, pero no era un silencio incómodo sino cómplice, nos mirábamos mientras saboreábamos el helado y luego volvíamos a mirar hacia cualquier parte. Debo de reconocer que sin querer mis ojos se posaron un par de veces en su escote lo que provocó que en un momento dado me diera un escalofrío que achaqué al helado. Marina no solía llevar escote y permitirme disfrutar de ello tenía esas consecuencias en mi cuerpo que no podía controlar.
Cuando acabamos el helado le propuse irnos a un parque cercano a sentarnos en un banco, si había que hablar no quería beber pues me conozco lo suficiente como para saber lo rápido que se me calienta la boca. Ella accedió no sin antes decirme "a ver dónde me llevas eh, que yo me pierdo con facilidad" lo que me había hecho reír y decirle "si quieres luego te acompaño a casa como la otra vez".
Llevábamos un par de minutos sentadas en el banco, era casi de noche, miré el reloj, las 9. Yo estaba fumándome un cigarro bajo su lluvia de reproches que no lo eran tanto mientras ella batallaba con el humo por lo que me alejé un poco de ella y ella me dijo que no hacía falta que me fuera a la otra punta solo que fumara rápido y ya está.
- Ana - dijo ella cuando estimó oportuno.
- Uy... me da miedo cuando me llamas Ana - le dije. Era cierto, su forma natural de llamarme era "Anita", término que sólo le permitía a ella y si acaso a mis compañeros de Yonkola. Ella sonrió.
- No te asustes, bueno, no creo que te tengas que asustar - dijo entrando un poco en mi juego.
Recobró la seriedad con la que había dicho mi nombre y noté que intentaba concentrarse en elegir las palabras adecuadas cuando empezó a mirar sus manos las cual se encontraban juntas por las palmas, como si estuviera rezando.
- Yo... te dije que si me dejabas iba a darte todas las explicaciones que no te había dado en su momento - yo asentí y le pedí que continuara - primero quiero que sepas que en ningún momento quise hacerte daño.
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Me quedo contigo
RomanceAna es una chica de 26 años que canta en el grupo de versiones rock "Yonkola", su vida está dedicada a la música, la poesía y el abuso de drogas y alcohol al que somete su cuerpo cada fin de semana. Hace dos años llegó a Sevilla y fue allí cuando co...