Desperté cuando todavía no había amanecido aunque ya el cielo empezaba a tener un color azulado que contrarrestaba el negro de la noche. Miré el reloj entre la poca luz que había teniendo que buscar el ángulo para poder ver las manecillas. Eran las siete menos veinte de ese jueves de Junio, había dormido pero no había conseguido recuperar fuerzas, volvió a invadirme la culpa que sentí anoche antes de dormir y volví a sentir el mismo nudo en el pecho. Me giré hacia el sillón donde estaba Marina, ella dormía tranquila, tenía una mano puesta sobre su pecho, por debajo de su cuello y la otra junto a mi mano en la cama. Estaba preciosa y yo seguía sin entender por qué ella seguía ahí y no se había ido. Acaricié levemente su mano con mi dedo meñique con suavidad temiendo despertarla, intenté incorporarme un poco pero sentí que me mareaba por lo que me volví a tumbar, un poco inclinada para seguir mirando a esa mujer que me acompañaba. El pelo le caía con gracia a un lado de la cara, tenía la boca un poco entreabierta y desee que las cosas fueran de otra manera ahora, que esto no fuera un hospital ni hubiera un solo centímetro de aire que me separara de ella, no era un deseo carnal, era un deseo afectivo, era la necesidad de disfrutar la seguridad que ella me daba, de buscar mi refugio entre sus brazos como acunan las ramas de los árboles a los pájaros. Dos lágrimas resbalaron por mis mejillas, a pesar de todo ella estaba ahí y supe que no duraría lo suficiente mi vida como para poder agradecerle lo que estaba haciendo conmigo, ni palabras de perdón que borraran el daño que le había causado, ni suficientes "no volverá a pasar" que le hicieran olvidar dónde estábamos hoy y supe también que tardaría mucho en llegarme la paz mental y que, aunque ella me perdonara yo no lo haría nunca. Lloré en silencio, no sé cuanto tiempo, fue hasta que el sol ya empezaba a pegar en la ventana y la puerta se abrió despertando a Marina de su sueño y a mi de mi flagelación. Alba entró acompañada de otra mujer que supuse que era médico mientras que Marina se terminaba de despertar y se incorporaba un poco, tenía los ojos algo hinchados todavía y unas oscuras ojeras cubrían la parte de la cara que se situaba debajo de ellos, me maldije de nuevo a mi misma.
- ¿Cómo estás? - preguntó la mujer que no conocía. Era pelirroja, algo más baja de estatura que Alba y tenía unos grandes ojos color miel.
- Bien... aunque estoy algo mareada - admití con una leve voz.
- Es normal, llevas ahí varias horas y bueno... tampoco es que tengas el cuerpo para irte a la feria ahora - dijo ella con una pequeña sonrisa - ha sido un buen susto... te lo tengo que preguntar, ¿consumes habitualmente?
- Ya no - dije apartando un poco la mirada hacia el lado de la habitación donde no había nadie.
- ¿Seguro? No debes mentirme... - dijo ella algo más seria.
- De verdad, hace algo más de un mes que no consumo nada - afirmé con rotundidad.
- Está bien, esperemos que esto solo haya sido un susto y que no se vuelva a repetir, las drogas no son un juego y espero que lo hayas aprendido con esto - dijo ella cruzándose de brazos, yo asentí con la cabeza - ahora Alba te tomará la temperatura y también de nuevo la tensión y el azúcar que anoche las tenías bajas, si todo está bien te quitará la vía, de eso dependerá que te demos el alta o no, ¿vives sola?
- Sí - respondí.
- No - contestaron Marina y Alba a unísono.
La cuarta mujer nos miró alternativamente a las tres con el ceño fruncido.
- ¿Tú la conoces? - le preguntó a Alba, ella asintió.
- Yo me quedaré con ella el tiempo que sea necesario - dijo Marina, yo la miré conmovida - se quedará en nuestra casa - añadió mirando a su sobrina como si se lo estuviera suplicando.
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Me quedo contigo
RomanceAna es una chica de 26 años que canta en el grupo de versiones rock "Yonkola", su vida está dedicada a la música, la poesía y el abuso de drogas y alcohol al que somete su cuerpo cada fin de semana. Hace dos años llegó a Sevilla y fue allí cuando co...