Sincericidio

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Llegó el tan ansiado día de la graduación. Una graduación que había tenido tantos toques parecidos a una parte de mi vida que ahora sí recordaba con cariño y que hacía que yo también me sintiera emocionada, en todos lo sentidos, de hecho hasta en eso se parecía a los días de graduación de aquellos años. Aquella mañana me iría desde temprano con Marina al instituto para dejarlo todo listo para por la tarde. Ella estaba hoy más tranquila que ayer, había despertado abrazada a mi con una radiante sonrisa y estaba especialmente cariñosa, las vacaciones nos gustan a todo el mundo, vale que ella hasta el día 30 no acababa, pero al menos no tenía clases y eso ya era un gran alivio. 

Le encantaba su trabajo, de eso no había duda y creo que nunca lo he dicho pero en mi memoria, además de ser la mujer de la que estaba locamente enamorada, también era la mejor profesora que había tenido. Su forma de explicar resultaba sencilla y si no ya se buscaba la forma de que lo pareciera, tenía una paciencia infinita y, aunque era bastante estricta, siempre le gustaba mantener un clima distendido en clase. Ella no regalaba aprobados, pero conseguía que tú quisieras aprobar y te esforzaras para hacerlo. Creía fírmemente que la base de cualquier sociedad que se precie se debía cimentar en la educación y valoraba su profesión casi por encima de cualquier otra porque, como yo le había dicho años atrás, "es la única profesión que crea profesiones". Nadie nace sabiendo, en la vida hay muchos maestros y no necesariamente te dan clases en un instituto, pero maestros al fin y al cabo. Ella era capaz de entregarse en cuerpo y alma a su trabajo, además pensaba que en un instituto no todo se podía limitar a dar clases, que también entraban en juego otros factores como crear la sensación de pertenecer a una comunidad que era el centro educativo, por eso ponía tanto empeño en cosas como la de hoy, porque suponía un acto de convivencia que englobaba todos los agentes que componían el instituto, el alumnado (primero y esencial), el profesorado, los padres, el resto de trabajadores del centro... Ese tipo de planteamientos fueron los que hicieron que me fijara en ella primeramente más allá de la mujer que llegaba a clase algunas horas de la semana a enseñar alguna materia que no necesariamente tendría que interesarte. Y es que, como le dije otras tantas veces, creo de verdad que en la vida hay muchos maestros que enseñan mucho más allá que una asignatura. Ella por ejemplo, también me había enseñado a amar su profesión... y a amarla a ella.

Aquella mañana, como era habitual en estos casos, algunos alumnos ni siquiera iban, las notas se entregaban al día siguiente y cualquier materia ya estaba acabada. De hecho, de los alumnos de Marina, sólo habían ido con los que había coincidido la tarde de antes y porque querían ensayar lo que tenían que hacer por la tarde y demás. También porque Marina les había dicho que los invitaba a desayunar. Y eso también trajo muchos y buenos recuerdos en mi. Nos pasamos a comprar sus clásicos donuts de chocolate antes de ir al instituto. Cuando entramos fuimos a buscar a sus alumnos a clase para llevarlos al salón de actos. Mientras yo colocaba los micros ella había encargado en la cafetería unos cuantos cafés, batidos y demás para desayunar. Sobra decir que, en el momento que cogió un dónut, vino corriendo a darme la mitad y yo la miré con una gran sonrisa.

- Por los viejos tiempos - dijo ella a modo de brindis.

- Y por los que vendrán - añadí yo.

En un momento dado Marina salió porque tenía que ver si tenía otros alumnos ya que había tocado el cambio de hora. Tiempo que yo me quedé con este grupito preparando cosas.

- Entonces Ana, ¿tú fuiste alumna de Marina? - me preguntó Rocío bajo la atenta mirada de los demás. Eran cinco en total.

- Sí, hace ya algunos años - contesté sonriendo.

Me quedo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora