La mi porti un bacioni a Firenze

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Enmudecí, sin poder evitarlo. Ante mí se encontraba la Catedral de Florencia, Santa María del Fiore, la había visto numerosas veces en las imágenes de los libros de historia y en las típicas imágenes que salen cuando buscas Florencia en cualquier sitio, sin embargo verla así, en vivo y en directo era otra historia, y eso que ya era prácticamente de noche, nuevamente como cuando estuvimos en la Plaza de San Marcos en Venecia, tendría que esperar al día siguiente para poder entrar. Imponente, majestuosa, a su lado se regía el Campanario de Giotto con sus ochenta y cuatro metros de altura y mi insignificante existencia a su lado. Me separé un poco de Marina, aún incapaz de cerrar la boca y empecé a caminar hacia la catedral maravillada, absorta, como si ante mi hubiera tenido una revelación imposible de explicar. Marina iba unos pasos detrás mía, sabía que ella había entrado también en una especie de trance, pero en su caso mezclado con miles de recuerdos.

El Baptisterio y sus puertas de bronce ponían el colofón a mis ojos que seguían sumamente abiertos como queriendo captar hasta el más mínimo detalle sabiendo que era imposible verlo todo en una primera vista, quizás tampoco en una segunda, pero es que dudaba que hasta en una centésima. Marina se acercó un poco a mi y vi que traía la cámara en sus manos y que sonreía mirándome.

- Te he hecho varias fotos... no he podido evitarlo - confesó ella.

Yo sonreí. Nos hicimos algunas fotos juntas, todas ellas preciosas y no lo digo porque yo saliera en ellas. Marina me estuvo contando un poco de la evolución histórica de la plaza, la Catedral y el Baptisterio en sí, también algunas curiosidades y datos más concretos que contaban la gente del lugar.

Después de ello nos alejamos un poco de allí para ir a cenar algo, Marina me dijo que dejaría la cocina típica florentina para mañana al mediodía ya que era bastante contundente. Nos sentamos en una terraza en una callecilla, la temperatura era muy agradable, hacía calor, como era normal en Julio, pero cualquier cosa se llevaba mejor que los cuarenta y tantos grados que podían tener Sevilla o Córdoba en esa época del año.

- Pues te va a parecer una barbaridad lo que te voy a decir, pero Córdoba no me la conozco - soltó Marina riéndose nada más sentarnos.

- ¿Te conoces medio mundo y no Córdoba? ¿Se puede saber qué haces con tu vida? - le reproché yo fingiendo estar ofendida. Amaba Cádiz con toda mi alma, pero Córdoba en si era un monumento.

- A ver... sí que me la conozco, he pasado por allí, he estado en plan un día y lo típico de ver los arcos de la Mezquita, pero no puedo decir que haya disfrutado de ver Córdoba - se explicó ella.

- Sacrilegio, pecado, blasfemia - empecé a decir yo exagerando gestos con mis manos que la hicieron reír a carcajadas - te tengo que llevar - concluí.

- Ya me debes dos... tenemos que ir a tu otro pueblo y ahora también a Córdoba - especificó ella.

- Bueno, eso es muy fácil de conseguir - solté con cierta autosuficiencia - pero a Córdoba hay que ir mínimo en Octubre, si no quieres morir derretida, claro está.

Volvimos a reír.

Vino el camarero y Marina me miró cuando este preguntó qué queríamos tomar.

- Buona notte, vorrei avere un vino rosso - me atreví a decir como me había enseñado Marina, bueno, creo que era así.

El camarero asintió y apuntó por lo que supuse que bien y Marina asintió también sonriendo.

- Per me un altro vino se è così gentile - añadió ella.

Me quedo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora