L'odore del sesso

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El lujo de despertar a tu lado,
la dicha de contemplarte dormir,
la historia que un día comenzamos,
todo lo que nos queda por vivir.

Tus manos sobre mi cuerpo,
las cosquillas que hace tu nariz,
hacer de tu aliento mi aliento,
mis ganas de verte sonreír.

La luz del sol en tu pelo,
el resto en tus labios de carmín,
beber la ambrosía de tus besos,
desear que seas feliz junto a mi.

Tus ojos aún todavía cerrados,
los míos que te miran sólo a ti,
un poema que queda inacabado
cuando te observo verme escribir.

- Pareces muy concentrada - dijo ella con la voz un poco ronca sacándome de mi ensimismamiento.

Me había despertado hacía algo de tiempo, anoche a ella le había costado mucho conciliar el sueño, lo sé porque estuvo bastante rato acariciando mi pelo mientras yo me mantenía en un estado de duermevela. Me había sentado en uno de los sillones y como si de un rayo de luz divina me iluminase había empezado a escribir mientras la observaba a ella dormir.

- Estaba escribiendo - me limité a decir sonriendo.

- ¿Te han visitado las musas? - preguntó ella frotándose los ojos.

- Más bien se han despertado, buenos días cariño - respondí acercándome de nuevo a la cama y dejándole un beso en los labios.

- ¿Puedo ver qué has escrito? - preguntó ella antes de besarme de nuevo e intentar coger el papel que tenía en mis manos. Yo alargué la mano impidiéndole llegar.

- Me da mucha vergüenza en realidad enseñar lo que escribo - le dije riendo.

- ¿Todavía te da vergüenza de mi? - preguntó ella arqueando una ceja.

- No es de ti - le di otro beso - es de todo el mundo, y más si están delante mía.

Ella sonrió y acarició mi cara con su mano. Se abrazó a mi tumbándome de nuevo en la cama. 

- Déjame verlo, por favor - insistió ella.

Era inútil, insistiría hasta que se lo enseñara, era una especie de don que tenía la señora. Le entregué el papel y me dirigí hacia el baño, me lavé la cara y me peiné un poco, mis rizos y su eterna anarquía. Cuando salí de nuevo ella me miraba con ternura.

- Pues a mi me encanta... - se limitó a decir antes de levantarse de la cama y cruzarse conmigo antes de entrar al baño.

Bajamos a desayunar, después de comer cogeríamos el tren que nos llevaría rumbo a Roma, la última de las ciudades de este viaje que sin duda estaba siendo el mejor que había hecho. Echamos un último vistazo por las calles de Florencia viendo o volviendo a ver alguna de las cosas que más le gustaban a ella o me habían gustado a mi. En un momento dado le dije que tenía razón y que aquella ciudad era preciosa, ella me dijo que ahora era aún más increíble porque yo estaba allí con ella lo que me hizo sonrojarme. Comimos algo ligero, volvimos al hotel a por nuestras cosas y pusimos rumbo a la estación. El tren se retrasó un par de minutos lo que hizo que Marina se desesperara un poco, esa era mi Marina, la mujer que lo tiene que tener controlado y para la que todo tiene que estar milimétricamente medido.

Este viaje era algo más largo, unas cuatro horas y media por lo que perderíamos lo que quedaba de tarde en el trayecto, aunque había cosas de Roma que me gustaría ver de noche quizás más que a la luz del sol. La primera hora y media de viaje la pasamos comentando las cosas que más nos habían gustado o cómo habían cambiado algunas cosas para Marina con respecto a la ciudad. Después yo reconozco que soy muy amante de las siestas en los transportes, a veces hasta me preocupaba conducir sola porque el movimiento y el ruido de trenes, coches, autobuses (y aviones) me relajaba hasta tal punto que me costaba no caer dormida. Además el sol me iba dando a través de la ventana en la cara haciendo que fuera sumamente agradable. Notaba los ojos de Marina clavados en mi mientras los míos se cerraban poco a poco, lo último que recuerdo es sentir la cabeza de Marina posarse sobre mi hombro y sus dedos que se entrelazaban con los míos.

Me quedo contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora