D.
Cuando su mano tocó por primera vez, en la noche mi vientre; sentí un cosquilleo en el vientre y al parecer la pequeña dentro de mí, también. Una patadita llegó haciendo que una mueca apareciera en mis labios.
–Al parecer es celosa...- se burló María José incorporándose sobre el sofá. –¿Qué otras cosas?- dijo acomodando su cabello hacia la izquierda.
–Algo ha llamado mi atención cuando estábamos jugando al 'yo nunca, nunca'- admití, pero a decir verdad, esperaba que ella pudiera cumplir mi pedimento. –Yo siempre he visto como las personas son tan liberales... Verás, -comencé –Cuando vivía en Miami con mi madre, mi... Mejor amiga, Dina. Me confesó que le gustaban las mujeres.- le miré. –Yo tenía esa curiosidad, pues nunca he sido cerrada a probar cosas nuevas; estúpidamente lo hablé con mi madre.
Ella me miraba expectante mientras mordía su uña del dedo meñique. –Comenzó a decir que era una enferma y que no debía acercarme a Dina. Fue muy estúpido, porque hice eso... Nunca le confesé a Dina lo mucho que sentía haberme separado de ella; de echo, jamás pensé en hacerlo hasta que la psicóloga, con la que mi madre me mandó, me dijo que lo de Dina no era malo.
–Y...- dijo luego de que yo me quedara en silencio.
–Hace días me puse a pensar en lo poco que había experimentado en mi vida.- y ahí iba la pregunta. –Entonces hablé con Dina y ella me contó como le iba con su nueva pareja en Manhattan, dónde ahora vive.- la miré mientras mis dedos hacían corazones en mi vientre. –Y yo quería pedirte si...
Mis palabras se quedaron en el aire cuando la chica frente a mí comenzó a temblar; sus ojos me miraron con pánico y yo no supe que hacer, sólo me asusté.
–Ne... Necesito mis medicinas.- susurró mientras sostenía si pecho. –Por favor...- agregó.
Intenté levantarme con rapidez pero mi barriga no me lo permitía; cuando logré hacerlo escuché que un vaso se rompió contra la pata de la mesa del centro.
Dí un brinco y me quejé cuando un pequeño escozor se sentía en mi tobillo.Sin mirar atrás caminé por el pasillo de la habitación y luego recordé que no sabía exactamente que me pedía.
–Poché...- la llamé como su hermana lo hacía. –Necesito que me digas dónde está.- pregunté volviendo a la sala, con cuidado de no cortarme más me acerque a ella. Intentaba mantener sus manos quietas, el desespero se podía ver en sus acciones. –Hey, mírame.- pedí asustada, no sabía que hacer. –Por favor. Hazlo.- susurré lo último logrando que sus ojos conectaran con los míos.
–En la... Habita... Hab...
–Entiendo...- dije tomando su cara entre mis manos, ya no me importaba el dolor en mi pie, se habían clavado unos cuantos de vidrios más. –¿En qué parte?- volví a preguntar y ella sólo intentó señalar la entrada de la habitación. Pero su mano no lo permitió. –Hey...- volví a llamar su atención. –Dame tus manos.- dije extendiendo las mías frente a ella, a este punto ya estaba sentada sobre la mesa de noche.
Ella intentó ponerlas rectas, como las mías, pero no lo logró. –No me dejes...- susurró con lágrimas en sus ojos –Por favor, haz que paren...- agregó dejando caer sus manos sobre sus piernas.
Como pude volví a caminar rápidamente hacia la habitación, batí el pequeño escritorio que había ahí; pero no había nada. Luego caminé hasta la mesa de noche improvisada que había entre el sofá-cama y la pequeña cama individual. Ahí estaba una neceser con muchas pastillas.
Caminé de vuelta a la sala y ahí la miré: sus ojos estaban mirando al techo mientras sus manos se trataban de mantener pegadas a sus muslos.
–¿Puedes decirme cuáles son?