9. Desconocidas.

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Narrador Omnisciente.

Todas las mañanas antes de levantarse, hablaba con sus padres. Les confesaba sus miedos y deseos; y esa mañana no fue la excepción, pero cuando estaba terminando de hablar con ellos sus ojos se abrieron y miraron hacia la cama de Valentina.

Una desaliñada Daniela dormía con la boca entreabierta y el cabello castaño por todo su rostro.

–Es confuso todo esto...- siguió sin despegar la vista de aquella obra de arte, como ella llamaba –¿Quién iba a pensar que me iba a enamorar de una desconocida? Y sí, sé que no es amor. Pero esta atracción se siente como tal.

Sonrió a la nada y volvió a cerrar sus ojos. Para descansar un poco más; pero no pasaron más de quince minutos; en medio de la mañana y el silencio de su departamento, estaba dentro de la ducha, lista para comenzar un nuevo día.
Éste sería distinto ya que no iría al trabajo.

Dos semanas de vacaciones era mucho, pero también era poco comparado con las vacaciones que le debían luego de cuatro años trabajando para la cafetería.

Valentina había tenido la bendita costumbre de hacerla cantar por las mañanas en la ducha, y aunque no era la mejor, decidió que esa segunda mañana con veintiún años no sería la excepción, pero olvidó que tenía compañía del otro lado de la puerta.

Una canción llegó a su mente como algo fugaz, comenzó a tararearla mientras se desvestía; pero fue cuando el agua fría tocó su piel para dejar que la voz escapara de su boca.

“... Te regalo mis piernas, recuesta tu cabeza en ellas. Te regalo mis fuerzas, úsalas cada que no tengas.”
Dejó que el agua tocara cada centímetro de su piel mientras en su imaginación un rostro ya conocido se formaba. En ese momento deseaba tanto saber tocar algún instrumento.

“Te voy a amar hasta morir, te voy a amar hasta morir...” sonrió a la nada antes de seguir: “Déjame jugar contigo, déjame hacerte sonreír. Déjame darte de mi dulzura pa' que sientas lo que sentí. Déjame curarte, déjame abrazarte, déjame enseñarte todo lo que tengo pa' hacerte muy feliz...”

Con esos pensamientos n su cabeza, María José dejó de cantar, sin darse cuenta que del otro lado de la puerta había una persona deseando que continuara cantando para poder escuchar su delgada voz.

Terminó siete minutos después; el frío del agua y la temperatura de la habitación pequeña hizo que sus pezones se pusieran duros. Se coloco el sostén negro que tenía junto al conjunto de ropa que usaría esa mañana.

La mamá de Juli le había regalado ropa interior, vaya regalo. Pensó cuando lo abrió antes de entrar a la ducha; era el último que abría, pues los de sus amigos los abrió en la reunión.
Mientras lavaba sus dientes, luego de ponerse el pantalón de algodón y una camisa de Bob Marley, recordó la canción que había cantado minutos atrás. Sonrió mirando sus dientes limpios, tomó el cepillo del cabello y dejó que las cerdas acariciaran, de manera un tanto agresiva, su cabello castaño.

Le hacía falta un cambio.

Con cuidado de no maltratarlo más, comenzó a cantar nuevamente.

“Te regalo las piezas que a mi alma conforman, que nunca nada te haga falta a ti, te voy a amar hasta morir...” cantó mientras dejaba el cepillo sobre el estante encima del váter. “Te voy a amar, hasta morir, te voy amar hasta morir...” terminó cuando abrió la puerta y miró a una Daniela sonriente sentada en el borde de la cama.

–Lo siento.- se disculpó sintiendo sus mejillas arder.

–Decías que cantabas horrible.- recordó la menor mientras se levantaba. Su barriga parecía explotar.

ELSKER DEG; cachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora